☙ Capítulo 8

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-Capítulo 8-

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-Capítulo 8-

"El destino se lleva siempre su parte y no se retira hasta obtener lo que le corresponde".

(Haruki Murakami)

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No volví a ver a Scott en lo que restó de la semana.

Mamá llegó tarde ese día, yo me metí bajo las frazadas y allí me quedé. No quería que viera la herida en mi frente, no quería mentirle sobre lo que pasaba. Limpié el desorden que Scott dejó en el baño mientras buscaba una perfecta excusa para decirle a mamá el por qué tenía un golpe en la frente. No obtuve respuesta.

No podía decirle nada de esto, ¿qué iba a pensar de mí? Si le contaba lo que había pasado los últimos días, me creería una loca. No podía involucrarla en esto, no. No dejaría que supiera sobre la existencia de los demonios, de aquel maldito duelo entre los hijos del diablo, tampoco le comentaría sobre la verdad de la muerte de Loraine, o incluso que yo también podría morir.

Podría morir. La idea me aterraba, sí. Tanto que esa noche, cuando Scott no apareció, no me atreví a cerrar los ojos. Lo intenté, pero los ojos negros aparecían y se fundían en la oscuridad del sueño para convertirlo en pesadillas.

A la mañana siguiente bajé a desayunar y encontré a mamá preparando café. Me vio con la herida en la frente, la que Scott había curado luego de su espectáculo macabro. Tuve que mentir, una vez más.

—Audrey se metió en una pelea el otro día y tuve que separarla.

Sé que a mamá no le gustan ese tipo de cosas, las peleas y los conflictos de jóvenes hormonales que discuten por chicos. Era eso o tener que lidiar con una verdad que no entendería.

—¿Y cómo dejaste que te pegaran? —viene a mí y me toca la venda. Hago una mueca de dolor para que vea que aún sigue doliendo—. Hablaré con Susan de esto.

Susan, la madre de Audrey.

—¡No! No lo hagas, no quiero que Audrey se enoje conmigo.

Tomo la taza de café entre las manos, me siento nuevamente en la silla frente a la mesa, en el lugar que se ha sentado ayer en la noche Scott.

—Estamos hablando de tu salud...

—Estoy bien—interrumpo—. Mamá, tienes que saber que no puedes meterte en todo—y mis palabras la hieren, lo siento por cómo me mira detenidamente—. Estoy bien—repito—, no te preocupes.

Esa mañana, al salir de casa con el paraguas en mano por la intensa lluvia que cayó sobre Ashbourn, me limité a pasar el día en la biblioteca pública buscando algún libro que me sirviera como apoyo informativo en cuanto a lo que Scott mencionó la noche pasada.

✔ Tenebris/ Los hijos del Diablo  1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora