Tras la muerte de su hermana mayor y la aparición de una nueva familia en el pueblo de Ashbourn, Blas Stanford se ve envuelta en un gran misterio: ¿acaso su hermana cometió suicido o...la asesinaron?
Todas las respuestas que busca solo se las puede...
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—Capítulo 19—
¡Adiós, oscura y empinada profundidad! ¡Adiós, Tierras Extrañas! ¡Arrasa, barre las nubes del cielo, Abre tu glorioso reino de antaño!
(Charlotte Brontë)
—Esto es increíble. No imaginé que una casa así pudiera existir en Ashbourn.
—El padre de Stacy es millonario. Siempre alardea sobre—y digo imitiando su voz chillona: —mi padre se compró una Ferrari. Papá compró tal cosa, papá compró esta otra.
Nos detenemos a ver el lugar. No hay luces aquí en el paso que forman los árboles, aunque puedo distinguirlas a lo lejos, entre cables de donde cuelgan globos y alguna que otra botella de cerveza vacía. Las vans que llevo puestas pisan las hojas secas y las hacen crujir. El frío se apodera de mí con cada paso que doy.
Aunque toda esa brisa desaparece en cuanto la música se aproxima a mis oídos cada vez más y, en un abrir y cerrar de ojos, nos encontramos rodeados de personas de nuestra misma edad.
Algunos me miran de reojo. Saben lo que pasó con Audrey, saben lo de mi hermana. Me miran como si fuese alguna clase de bicho raro.
Reconozco a algunos de ellos, a Clarence de segundo año, a Rollard y Clark que trabajan en la cafetería.
Hay gente que baila al ritmo del B&R, chicas con shorts y vestidos, calzas ajustadas y demasiada piel descubierta.
Mesas y sillas repartidas en el amplio jardín al fondo, luces de colores navideñas y faroles prendidos para iluminar todo. Hay una gran mesa llena de bebidas y snaks, jóvenes hormonales que beben alcohol y degustan como si de cerdos se tratase.
—¿Qué quieres tomar?
Me aproximo a ella para tratar de alcanzar un vaso que esté limpio, pero todo lo que conseguimos son restos de bebidas ajenas. Las manos me tiemblan en cuanto un sujeto deja caer en los vasos un líquido espumante y amarillento.
—¡No se permite agua esta noche! —dice mientras que se aleja de nosotros.
Le doy uno a Gale y él toma un poco.
—Está bueno—exclama asombrado.
Caminamos hacia la casa de cuatro pisos que se ve frente a nosotros.
Siempre creí que Stacy exageraba con todo, que mentía todo el tiempo diciendo que su vida era perfecta y que sus padres le daban lo que quería cuándo y dónde ella eligiera. Pero ahora puedo asegurar que no mentía. Al menos, no en eso.
La casa tiene balcones en dos pisos. Las habitaciones están cerradas, exceptuando una por donde la gente entra y sale para ver desde una altura mejor.
Entramos por las puertas corredizas, que dan a un cuarto de estar iluminado por unas luces de colores. Los sillones están ocupados por parejas que se besan y se manosean.