Dos

1K 29 2
                                    

Te llevé y mandó a hacerte una polisomnografía nocturna, un estudio del sueño; para él no era normal las pocas veces que dormías.
  El estudio salió perfecto, neurológicamente estabas bien, me puse a llorar sin entender entonces qué era lo que te pasaba.
  Te derivó a un psicólogo infantil, tenías solo un año y medio, dijo que tenías problemas de conducta. No pude llevarte, se me complicaba viajar con los dos bebés. No tenía quien me ayudara...
  Pasaban meses y todo seguía igual, insistías con mi ropa y el día entero te la pasabas llorando por todo, sin sentido y en la noche te despertabas a los gritos, día tras día, no tenías paz y no lograba entenderte.
  Me asusté mucho cuando vi que se te caía el pelo a mechones, tenías cuatro aureolas en la cabeza, obviamente tr llevé al dermatólogo, te revisó y me preguntó si había fallecido algún familiar, si nos habíamos mudado, si me había separado o algo que hubiera  cambiado radicalmente. Nada de eso pasaba, no era un hongo, no habían remedios, tu pelo se caía por tu estado de ánimo y se sorprendió porque eras muy chiquitito para que te pasara eso. Igual te dió una loción que te pasé durante dos meses. Mi angustia iba creciendo, no había explicación médica para nada de lo que te estaba pasando físicamente. Tenía mucha impotencia, nada podía hacer para mejorar tu vida, para darte tranquilidad.
  Tenías ya 20 meses y comenzaste hablar, entonces me pudiste decir:

-Yo nena, yo princesa.

Ya no era un juego ni con lo que jugabas, era lo que decías ser. Ahí empezó tu larga lucha para tu tan cortita vida. Ya no podía verte tan mal, tan angustiado, la vida se nos hacía insoportable, y no tenía una solución, lo único que te calmaba era que te dejara jugar con mi remera puesta. Repetías todo el tiempo y a quien quisiera escucharte:

-Yo nena.

Contrariarte era peor.
Lógicamente te decíamos:

-No sos una nena, sos un nene.

Y tu reacción tan violenta, autodestructiva, nos dejaba desconcertante a todos. ¿Qué podía pasar por tu cabecita mi cielo, que llegabas a lastimarte si te decías que no lo eras? Te dejé entonces ponerte mi remera, por lo menos unas horas, de esa manera estabas tranquilito. Llorábamos juntos, mi desesperación me hacía pensar que podías estar enfermo. Nadie daba una solución ni explicar tu conducta, cada estudio que se te hizo salía bien. El pediatra sostenía que lo que te pasaba era porque papá no estaba más tiempo con vos.

-Le falta la figura paterna, llévenlo a jugar a la pelota y a practicar juegos mas rudos. Pasa mucho tiempo con la madre.

Decía y yo pensaba:

-Y tu hermanito? Él pasa el mismo tiempo que vos y papá está para los dos por igual y , sin embargo, no me dice que es nena.

Llegó a recetarme un antialérgico que prodice somnolencia en los niños para que pudieras dormir un poco, y nada. Lo que más me desconcertaba era que estaba criando a dos niños por igual, al mismo tiempo, de igual manera y uno estaba conforme consigo y el otro no. Si fallaba con uno, tendría que fallar con los dos.
  Era agosto de 2010, tenías tres años y ya estabas cada vez peor, te golpeabas la cabeza contra la pared, te tirabas del pelo, te mordías.
  Decidí entonces llevarte a un psicólogo; si lo que te estaba pasando era emocional, no tenía otra solución.
  Fui a una entrevista con una psicóloga infantil, ahí le comenté que tenía mellizos varones a los que criaba por igual y que uno de ellos me decía ser una nena y pedía vestirse como tal.     

-Mi hijo de tres años me dice que es una nena le dije- le dije.

Después de ir sola a la sesión y responder a todas las preguntas que me hicieron sobre el embarazo, tu nacimiento, cómo eras de bebé, etcétera, llegó el día en que te iba a ver a vos.
  Pusimos tantas ilusiones y expectativas, necesitábamos urgente que nos dijeran que te estaba pasando y fue un gran error caer en ese lugar.
  La licenciada que te atendía decidió aplicarte un método correctivo y afirmar tu masculinidad.
  Recuerdo que tenía una caja con juguetes, vos entrabas solito al consultorio y mamá te esperaba afuera. En esa caja había un pedazo de tela. Una vez, cuando te retiraba, te vi con esa tela puesta encima como si fuera un vestido y ahí sentí por fín un profesional estaba viendo lo que vivíamos a diario con vos, con un nene que se sentía nena y se vestía como nena.
  Pensé entonces que estábamos yendo por buen camino, pero no, me equivoqué. Nos citó a papá y a mí y nos dijo que lo que notaba era que nosotros no éramos firmes con vos, que vos eras un nene y que teníamos que recordártelo.

-Cuando él digs que es una nena, ustedes le dicen que no. Si se pone una remera, se la sacan; no importa si llora, tienen que ser firmes con esto.

Nos dijo que lo transmitiéramos al resto de la familia y que sacáramos todo lo que estuviera a tu alcance con lo que te pudieras vestir como una nena. Y así lo hicimos.
  A papá le costaba mucho verte así, entonces acató la orden de la psicóloga al instante. Yo hice lo mismo creyendo que era lo correcto y que de esa manera ibas a mejorar tu estado anímico. Hablamos con tu abuela y tus tíos para que todos hiciéramos lo mismo, por tu bien.
  Lamento tanto lo que te hicimos sufrir...
Guardé todas las películas de princesas, cerré mi habitación con llave para que ya no sacaras mi ropa, y te repetíamos a diario que eras un nene, no una nena. Jamás pensé que queriendo hacerte bien te lastimaríamos tanto.
  Cada vez que te ponías una remera mía, te la sacaba y te decía que no lo hicieras más porque eras un nene; por Dios, todavía escucho tus gritos cada vez que te sacaba lo que te habías puesto, no te estaba sacando la ropa, yo sentía que te estaba arrancando la piel.   

____________________________________

Yo nena, Yo princesa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora