Nueve

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Papá se enojaba y nos teníamos que ir enseguida, sin olvidar mencionar el ataque de nervios que te daba al momento de intentar sacarte alguna prenda que "no te correspondía". Él toleraba que lo hicieras en casa, que jugaras, pero no delante de los demás, menos con sus amigos; solía esconderte en tu habitación y cerraba la puerta con llave para que no salieras y te vieran.
Una vez estaba un amigo de papá en la cocina y vos te apareciste con un camisón mío puesto, rosa, y el muchacho se rio preguntándote que te habías puesto y le expliqué, se quedó sin palabras y papá muy enojado conmigo
Había algo que me costaba entender ¿Por qué te permitía vestirte como te gustase, pero nadie te podía ver? No dejaba que salieras a la galería, solo podías jugar con tu disfraz en el fondo de la casa, incluso llegó a decirme que iba a poner una lona que tapara toda la reja del frente para que no te vieran.
Vos mismo decías:

-Puedo salir? Si viene gente me escondo.

El dolor que sentía al escucharte no tenía comparación con nada, y seguíamos sin encontrar un especialista para llevarte, llegó tu cumpleaños, cuatro añitos ya. Llevé al jardín una torta color verdes para tu hermano y una torta naranja para vos, los adornos eran ranas, fue lo único que aceptaste, sin ganas ni alegría. Vos querías una torta de princesas, pero no podía hacértela, fue un cumpleaños triste como todos los que habías tenido hasta ahora; la tristeza y la desilusión aumentaban cuando habrías los regalos que te traían, ninguno era lo que vos esperabas; tu tía Gori les trajo una pelota de fútbol; tu tío Fede unas remeras de color azul y roja, zapatillas negras para los dos y con papá no sabíamos que regalarte, a tu hermano sí, le encantaban los autos y los trenes. Te compré entonces una remera de varón rosa, aunque sea algo que tuviera ese color que tanto te gustaba. Tu tía Silvia te dejó plata, no se animó a traerte nada que te hiciera sentir mal, disconforme, porque agarrabas cada paquete con tanta ilusión y sonrisa grande deseando que hubiera no sé qué ahí adentro, solo vos sabías qué esperabas y tu carita de tristeza cuando veías qué había era terrible, dejabas el paquete y te ibas a llorar a la cama, pero no a gritos, sino con pena ¡Qué inmensa tristeza había en tus ojitos, mi cielo, qué difícil era todo para vos!
Nació Felicitas, hija de Ana, una de mis mejores amigas, y fuimos a conocerla, una beba hermosa que tenía toda su habitación decorada con todo el amor que su mamá le tenía, y en su cuna había una muñeca de trapo con pelito de lana rosa.
Te acercaste y la tomaste con tus manitos, se te iluminó la cara, la abrazaste y te acercaste diciéndome:

-Mamá, yo quiero una muñeca así, rosa.

Era la primera vez que tenías en tus manos una muñeca; te escuchó papá y te la sacó delante de todos, te pusiste a llorar pidiendo una muñeca para vos, te abracé e intenté consolarte, pero fue inútil; nos fuimos del lugar, lloraste todo el viaje y papá se enojaba cada vez más, entonces te hablé al oído y te prometí que iba a comprarte una, y siendo así, lograste calmarte.   


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Hola a todos! El siguiente capítulo que va a publicarse se tratará sobre un increíble acto de valentía y constante lucha, espero que sigan acompañando esta historia y me demuestren su afecto hacia ella tal y como lo vienen haciendo, hasta aquí, muchas gracias.

Oriana.

Yo nena, Yo princesa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora