Doce

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Las veces que vos tuviste grandes crisis y papá no estaba conmigo para acompañarnos fueron terribles; por ejemplo, el día de la comunión de tu primo Ayrton fuimos los tres a la casa de tu tía Gory, preparamos comida y la torta, mientras vos y Federico jugaban, dentro de todo, tranquilos. Llegó la hora de ir a la iglesia y todos fuimos a cambiarnos. Los puse a los dos tan lindos, con sus camisitas y pantaloncitos. Eran dos hombrecitos, es un momento desapareciste de mi vista. Tu tía me llama y me dice:

-Vení, mirá a Manuel.

Ya su cara me decía todo. Entré a su habitación y no te ví, te busqué, estabas detrás de la mesita de luz hecho un bollito en el piso, llorando. Mientras todos nos alistábamos para salir, te habías metido en su cuarto, abriste el placard y revolviste su ropa. Le habías sacado una remera amarilla y te la habías puesto de vestido. Recuerdo tu cara, ahí en un rincón, escondido porque sabías que te lo iba a saca, tu temor al reto, te alcé y te dije:

-Qué te pusiste, Manuel?

Intenté sacártelo con más dolor en mi cuerpo que el que vos podías sentir, hijo, pero no podía llevarte así a la iglesia; rompiste en llanto, todos quedaron mirándote, extrañándose de lo que estabas haciendo, la familia política de tu tía no sabía nada.

-Qué se puso? Preguntaron.

Te llevé a la iglesia llorando todo el viaje y sabiendo lo que nos esperaba al llegar. ¿Cómo podía evitar el dolor de que vieras a todas las nenas que iban a estar ahí con sus vestidos blancos para tomar su comunión? Tenía miedo, mucho miedo de tu reacción. Dos veces lo pensé, quería irme, no por vergüenza, quería ahorrarte que las vieras y te sintieras mucho peor, llorábamos juntos como si superas que no había remedio a tu sentir. ¿Qué podía hacer yo?

Yo nena, Yo princesa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora