Tres

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Tus gritos eran desgarradores, tu llanto era con tanto sufrimiento, horas te escuché llorar por una remera o porque decíamos que eras nene. Te quedabas sin voz de tanto gritar. Los vecinos paraban a mi mamá en la calle para preguntarle si yo los maltrataba porque escuchaban tus gritos y llanto continuamente. Como no tenías mi permiso ni mi ropa a mano para ponerte, comenzaste a ponerte cualquier cosa que simulara un vestido. Repasadores, toallas, la funda de la almohada, jugabas con tu imaginación, una fibra de color rosa era una princesa me decías.
  Elegiste tu cepillito de dientes color lila, jugabas y dormías con el.
  Cuando querías entrar en mi habitación, estallabas en una crisis que golpeabas la puerta con los pies y con la cabeza para abrirla. Te abrazaba para que pararas, para que no te lastimaras.
  Llegaste a llorar tres horas, recuerdo, o hasta te quedabas dormido en el piso, pegado a mi puerta. Dormido, y aún seguías sollozando.
  Lo primero que hice fue hablar con la psicóloga para explicarle que cada vez era peor, que tenías muchas crisis nerviosas y que nada te hacía cambiar de opinión ni mucho menos dejar de intentar vestirte como nena. Y a todo esto se sumó tu deseo de tener pelo largo, era demasiado ya.      
  Su respuesta fue:

-Sigan así, no importa lo que llore, es un nene.

La familia se destrozaba, nadie soportaba verte sufrir de ese modo. Papá era el único que se mantenía firme, y hasta llegó a romperte aquella fibra rosa con la que jugabas porque un día rayaste todas las paredes de tu cuarto, los muebles, los juguetes, el velador y la cara de tu hermanito que estaba durmiendo. Las paredes estaban pintadas de celeste y verde y vos pintaste todo lo que pudiste del color de las princesas.
  Le tenías miedo a papá, te empezaste a esconder de todos.
  Tu angustia se notaba, era inmensa, demasiado, en tu carita se reflejaba la tristeza que tenías, supongo que te atosigamos entre todos.
  Imagino que desesperación has tenido con todos encima de vos diciéndote que no a todo, contrariando tu deseo de ser una nena e imponiéndote que eras un nene, que horror viviste, mi cielo.
  Pasaron los meses y seguíamos firmed; empezaste a mentir, a disimular.
  Te encontraba con la funda de la almohada puesta en tu falda y te preguntaba:

-Estás jugando como una nena?
-No, mamá, estoy bailando, yo soy un nene.

Aprendiste a decir lo que queríamos escuchar y te encerraste en tu mundo, donde eras la nena que querías ser. Te aislaste de todos. El único que te acompañaba en el juego era tu hermanito. El único que te entendía y jugaba con vos, con la misma inocencia.
  Una vez te encontré en el patio con una remera mía puesta, otra vez, como vestido; estaba mojada, la habías sacado de la soga. Era la ropa que se había lavado; cuando me miraste a los ojos y me enojé por lo que hiciste, empecé a notar que también me tenías miedo.
  Le conté a la psicóloga que no podíamos seguir así con vos, que te veía destruido, que no eras un niño felíz. No así. Que tu carita cambiaba cuando encontrabas que ponerte. Un día no salías del baño y entré. Te habías puesto el cubre cesto del baño como pollera y estabas jugando tranquilo, encerrado. Pero nada de lo que le contara cambiaba su postura de encaminarte a ser un nene por obligación.
  Te he visto con la rejilla de la cocina llena de grasa, con la que mamá limpiaba, como pollera, con el trapo de piso que acababa de usar puesto en la cabeza para simular pelo largo.
¿Que hacíamos mal? ¿Por qué estabas así? Se suponía que esto era lo mejor, lo que teníamos que hacer para que dejaras de pensar que eras una nena, pero, en lugar de verte mejor, te veía cada vez peor.

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Yo nena, Yo princesa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora