Dieciséis

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Yo lo miraba desde afuera. Agarró la muñeca y la tiró en el mostrador, ni miraba a la dueña del lugar, salió y me dio el paquete como si este le estuviese quemando en las mismas manos, diciéndome que nos fuéramos de ahí inmediatamente, que ya estaba. Nos fuimos llorando del lugar, cada uno por su lado. Era imposible hablar en ese momento. Él estaba luchando consigo mismo, con sus prejuicios, su propio dolor, su machismo que no le permitía verte felíz mas allá de tu cuerpo, de tu nombre. Y yo estaba felíz, sabía que te iba a gustar la muñeca, la primera. No solo era la muñeca, era el reconocimiento de tu deseo, significaba que te habíamos escuchado, comprendido, que venía de la mano de papá, que te aceptaba aunque fuera con enojo.

Él te la dio y ahí vio todo, tu cara de sorpresa y alegría, tu desborde de felicidad.

-Mirá, Federico, mirá que me regaló papá!

Fue la primera vez en cuatro años que te vi contento, contento de verdad, te vi felíz, eso era, eso necesitaba. Ahí estaba tu muñeca rosa, con pelito de lana, como la que habías visto y por la que tanto habías llorado. Jugaste con ella y dormiste con ella todos los días y todas las noches. Estabas bien, estabas felíz y ya sabíamos que hacer para sostener eso, el problema era el poder continuarlo.   

Yo nena, Yo princesa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora