¿no lo crees, enfermera?

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Me llevo los dedos al tabique de la nariz y cierro mis ojos en una necesitada actitud de tranquilidad. No le hagas caso Ninoska, definitivamente él sólo intenta provocarte... ¡Y lo consigue el muy estúpido!

No me puedo quedar callada, por lo que le voy a responder, en un nuevo
arrebato de furia al recordar mi catastrófico, patético y ridículo acto de la noche anterior. Se supone que el alcohol te suelta la lengua, te hace cometer locuras y a la vez te provoca amnesia. Pues bien, las dos primeras cosas funcionaron, en cuanto a la tercera, yo lo recuerdo todo. Cada detalle de anoche golpea mi memoria y me recuerda lo estúpida que fui y soy...
Fue tan vergonzoso y lo que es peor, va a costar mucho que el imbécil de Jonathan lo olvide. Con la suerte que tengo, quizás nunca lo haga. Ni siquiera sé cómo soy capaz de mirarle a la cara. ¡Le pedí sexo oral!

—La única forma en la que me divertiría contigo sería con mi puño golpeando tu cara durante el resto de la tarde —le suelto y él se lleva las manos al rostro, sarcásticamente espantado.

—Súper enfermera... tu fogosidad y molestia merece ser combatida en la cama.

Aprieto los puños envuelta de la rabia y de la vergüenza...

—Eres un jodido bipolar.

—Bipolar. — repite mis palabras.

—Exacto. Eso es lo que eres. Un estúpido bipolar. Ahora manifiestas tu deseo de acostarte conmigo y después...

—También. —me interrumpe.

Le echo una mirada ácida, pero él no parece bromear. Es como si hubiera soltado la verdad más absoluta e inquebrantable sobre la faz de la tierra. Es un maldito mitomano. Él no debería poder decir esas cosas y mantenerse tan impasible. Y cuando digo esas cosas, me refiero a cosas sucias. Cosas perversas. Cosas... que no quiero oír, ¿o sí?

—Me acostaría contigo hoy, mañana. Probablemente varias veces al día...

—A no ser que te quedaras dormido. — cruzo mis brazos victoriosa de pensar que le he dado en el clavo, pero como ustedes ya saben este demonio no se espanta con nada.

—Contigo en mi cama, dormir sería lo último que querría hacer, enfermera.

Las palabras se le desvanecen por la boca y una descarga de electricidad me recorre desde el vientre hasta los pechos, y no ha sido sólo por sus dichos, sino también por el hecho de que él me roza el hombro con una suavidad y toque tan único.. Tan sólo una caricia, y su efecto me lanza hacia el holocausto orgásmico. No... es... justo.

Sus dedos me apartan el cabello del cuello, y sus labios me susurran al oído.

—¿Qué hace falta para que me perdones enfermera?

¿Perdonarlo? ¿Por haberse quedado dormido en mitad de nuestro primer coito? Déjame que me lo piense...

—Un milagro.

—¿Has dicho un orgasmo? — se burlar pero al ver mi cara de pesadez él deja de bromear—. Anoche no pensabas lo mismo. —me acusa y lo más extraño es que parece irritado. Creo que acabo de confirmar la teoría de que es un maldito bipolar. No lo tomo en cuenta, es más me muestro indiferente aunque no lo estoy, pero sus labios me rozan el cuello. Basta. Tengo que hacerle el quite y este es el momento idóneo para apartarlo.
Jonathan es un cretino con ganas de reírse de mí. Alguien que me provoca, para luego alejarse justo en el momento en el que decido dar el primer paso. Un tipo con ganas de burlarse de una chica ingenua para así presumir de su metro noventa y tanto de grandeza.

—Anoche no estaba en plena disposición de mis facultades mentales. —me defiendo y de inmediato me aparto hacia un lado, pero él se inclina hacia mí. Lo suficiente como para alterarme las hormonas.

Cupido Disfrazado de LuchadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora