¿Te doy el postre?

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Me siento como un adolescente que acaba de descubrir lo que es el sexo. Mi enfermera está acostada sobre su vientre, y su culo en pompa me la pone dura. Algún día lo tomaré, por ahora me basta con besarle el muslo.

—Eres una maravilla.

—No exageres.

Si ella supiera que no lo hago...

—Eres una mujer preciosa y además enfermera. ¿Qué más puedo pedir?

Ella se ríe nerviosamente, y la piel se le sonroja. Demasiado perfecta para ser real. No es normal lo que me ha hecho sentir, y sin embargo, aquí estoy, embobado con su cuerpo, besándola por donde se me antoja. Sin poder evitarlo, le doy una fuerte cachetada en el culo.

—¡Ay! — se queja.

—¿Le puedo dar un bocado?

—¡No!

Se empieza a reír. Su risa es amortiguada por la almohada. Y evidentemente la muerdo. Ninoska patalea en respuesta, hasta que le acaricio el trasero y ella suelta un suspiro de gusto.
¡Pero qué buena vista tengo desde aquí! Desde esta posición, puedo observar su feminidad completamente desnuda, y maldición me la vuelve a poner dura. La acaricio desde el tobillo hasta el interior del muslo, observándola en todo su esplendor.

—¿Por qué estás tan callado?

—Porque te estoy mirando la...

—¡Jonathan! — me censura avergonzada.

Intenta darme una patada en vano y al no ver conseguido su objetivo trata de darse la vuelta, pero la sostengo sobre el colchón. Por nada del mundo la voy a dejar cambiar de postura.

—¿Qué pasa? Es muy bonita.

Se lleva las manos a sus pechos, avergonzada.

Se lleva las manos a sus pechos, avergonzada

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—Dices cosas que me hacen sentir...

—Deseada.

—No deberías decir esas cosas.

—Mojigata.

—Evidentemente no crees lo que dices. — sentencia con despreocupación.

No, no lo creo. Ninoska responde a mis caricias con tal naturalidad que estoy seguro de que no hay ser más extraordinario hecho para mí.
Comienzo a acariciarle los glúteos, examinando su anatomía muy de cerca. Sí, algún día se la meteré justo por ahí. Mientras tanto, me conformo con buscar alternativas muy placenteras.

—Cuando me curaste el trasero con esa crema de mala muerte, me imagine esto.

Qué mala agradecida con mi crema.

—Lo sé.

Si yo le contara lo que sentí...

Inconscientemente, ella alza su culo hacia arriba, y yo aprovecho para enterrar mis manos dentro del hueco que se ha formado y llevar mi boca directa a su vulva. La devoro desde esa posición, y ella pierde el habla. La siento jadear, estremecerse, arquear la espalda. Le agarro los muslos y se los separo, tiro de su cabello y la obligo a colocarse sobre sus rodillas. El bamboleo de sus pechos me vuelve loco, y sin pensarlo, me hundo en ella.

Cupido Disfrazado de LuchadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora