Malévolo cucarachón

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Jonathan me sujeta los hombros con firmeza. Su expresión denota ansiedad, y sus ojos, esta vez están de una tonalidad azul brillosa me observan pidiendo comprensión.

—¿Quieres saber lo que me retiene? — parece exigírselo a sí mismo. Sus manos se aferran a mí como si fuera incapaz de soltarme, y claramente yo, no quiero que me suelte. —La verdad, Ninoska, es que...

Su declaración resulta detenidad debido a que la cabeza peluda de Hugo se interpone entre nosotros. Sus ojitos saltones observan a Jonathan con curiosidad, y su pequeña lengua rozada le lame la mejilla.

—¡Eh! —protesta él, limpiándose el pómulo con el puño de la camisa, pero mi canino lo ignora y trepa con habilidad el torso de Jonathan, hasta llegar a la cima de su brazo con el fin de exigirle mimos.

—Parece que le gustas. Hugo siempre está escondido en cualquier rincón porque no le agradan los extraños. — afirmo mientras observo como el castaño le acaricia la cabeza.

—¿No has pensando en tener un animal de compañía? —le pregunto.

—¿Te parezco tan solitario como para necesitar uno? —sonrio sarcástica ante su defensiva respuesta.

—¿Te parezco tan solitario como para necesitar uno? —sonrio sarcástica ante su defensiva respuesta

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—Esa es la típica actitud del macho alfa sin sentimientos. — Jonathan arquea las cejas con desgano ante mi acusación. — Y para que lo sepas, los animales también necesitan cariño, pero no espero que un tipo como tú lo entienda.

—Interesante —responde la primera estupidez que se le pasa por la mente con soberbia. Pero como soy más inteligente y cuerda que él no le presto atención y una loca idea alumbra mi mente.

—A la clínica veterinaria que llevo a Hugo y Maite a Milú acuden muchos animales abandonados...

—De antemano te digo que no.

—¡Pero si aún no me has escuchado!

—Quieres encomendarme algún perrito abandonado. Ni hablar, castaña. — sentencia de malhumor mientras acaricia a Hugo en la cabeza, desconcertándome con su actitud. Jodido Bipolar. No quiere recibir cariño, pero lo ofrece con naturalidad cuando tiene la oportunidad de darlo.

—No es un perro. Es una perrita preciosa. Es grande y de color café y...

—Las perras dan mala suerte. — me interrumpe bruscamente.

—Qué idiotez dices, sabes que ese dicho no existe ridículo. Se llama...

—No quiero saber su nombre.

—Se llama Dominga, es una BullDog inglesa y es muy obediente. — le informo, sin prestarle atención a sus muecas de indiferencia.

—Las caninas son ariscas. —reclama.

—Ya tienen algo en común.

—¿Te parezco arisco? —me provoca, acercando una mano a mi pecho, intentando florecer su comportamiento desafiante que me hace entender que se siente sin salida, por eso lo ocupa.

Cupido Disfrazado de LuchadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora