Hasta nunca Dean Ambrose

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Siete días más tarde...

Después de mi encuentro con Renee, y tras encontrarme con los ojos de Ninoska llenos de reproche, no encuentro otra opción que la de quedarme en casa adiestrando a mi nueva mascota sobre la necesidad de hacer sus necesidades en la puñetera caja.

-¡Aquí! No es tan difícil, Dominga. Se supone que las cachorras son limpias, pero tú eres una porfiada. - la sermoneo.
La cachorra se estira sobre sus patas traseras y se tumba en el sofá y yo suelto un resoplido de indignación.

-Ni hablar. Lo vas a dejar todo lleno de pelos -le explico. Parezco toda una mamá.
Agobiado, la dejo tumbada en el sofá y voy a servirme una copa de whisky escocés. El líquido me calienta la garganta, pero no me hace sentir mejor. Echo de menos a mi enfermera. Necesito su sonrisa espontánea, su olor a jazmín, su voz bañada en miel, sus ojos llenos de dulzura y oír su lenguaje científico del cual se esmera por hacerme entender. Tal vez no fue buena idea dejarla pensar que entre la rubia y yo sucedió algo que en realidad no había sucedido. La imagino enfurecida. Peor aún, dolida por mi traición. Aunque se supone que ella y yo no somos nada, sin embargo, la pasión irracional que sentimos nos une de una manera más próxima que la de cualquier matrimonio. Esperaba que ella golpeara mi puerta y me gritara que soy un desgraciado. Un ser despreciable en el que no se puede confiar. Que me pidiera una explicación al menos...

Y sin embargo, en siete días no he tenido noticias de ella. Ni una llamada.

¿Está la castaña tratando de ignorarme? ¡Imposible!

No se lo permitiré. Al menos, no por ahora. Necesito verla una última vez.

Tocar su piel suave como la seda. Hundir mi nariz en su cabello y aspirar su olor. Fantasear con la idea de hacerla mía, cuando apenas me quedan dos semanas para terminar con mi abstinencia.

El sonido de la puerta cerrándose me toma por desapercibido y he entendido que el conserje del edificio a dejado entrar sin permiso a mis amigos.

-Reings, Rollins... - les digo sin ganas, cuando advierto la presencia de ambos entrando campantes en mi apartamento.

-Sólo venía a cerciorarme de que estabas regodeándote en tu miserable existencia. -me explica Joseph, con ese tono flojo que suele emplear para molestarme.

-Veo que Renee ya les ha ido con el cuento. Se debe sentir culpable por intentar arruinar los planes que yo tenía para Ninoska. -le respondo, encantado de ir un paso por delante.

-Culpable no es la palabra con la que yo definiría sus sentimientos. Más
bien... diría que está despechada. Y cree que eres un imbécil, por cierto. ¿Por qué habría de sentirse culpable? No le busques razón al amor, porque no la tiene. Renee sólo intentaba luchar por lo que quería. - ha sido el turno del sermoneo de Rollins...

-Admirable. - comento secamente, mientras que Joseph acaricia el lomo de Dominga, y esta se deshace de placer.

-¿Y tú, has hecho algo para conseguir lo que quieres?

-Por ahora tengo una Bulldog, ¿qué les parece?

Rollins le echa a la canina una mirada de desconcierto.

-Muy café.

-¿Desde cuándo cuarenta mil dólares se te han hecho tan importantes? - ahora me observa.

-Desde que decidí callarles la boca a ambos. - contesto la primera idiotez que se me viene a la cabeza y ambos mueven la suya en una actitud de desaprobación. -Lo que quiero es salir de la mierda en la que me encuentro. - me sincero, sin perder mi seguridad y ego masculino.

Cupido Disfrazado de LuchadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora