El buen doctor

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—Buenos días, Dani. ¿Alguna novedad?

Como siempre, el amable saludo y la sonrisa cordial del joven y guapo doctor hizo eco en la enfermera de turno en la sección de emergencias de traumatología. No era común que los médicos supieran el nombre y trataran con tanta deferencia a quienes consideraban, prácticamente, de casta inferior a la suya. Como si un título les diera el derecho y la exclusividad de habitación del Olimpo, por encima del resto de los mortales.

Y tampoco era "políticamente correcto" llamarlos por sus nombres de pila, pero él lo prefería así. Se sentía más confiado si hacía sentir a sus asistentes como un equipo, en vez de sus sumisos peones.

—No, Marc, solo...

En ese mismo instante avisaron de una emergencia por el altavoz: "¡Doctor Bartra, a emergencias tres, doctor Bartra!"

De seguro ya habían dado aviso de su llegada. Solía suceder incluso desde que viraba en la esquina de la avenida que entroncaba con la calle del hospital.

—El llamado del deber...

Marc subió rápidamente a los quirófanos de emergencia. Un hombre había tenido problemas con su paracaídas en una competencia de caída libre y tenía ambas piernas destrozadas. El paramédico que se había encargado de estabilizarlo de camino al hospital había mantenido al hombre consciente hablándole del doctor Bartra, asegurándole que si había alguien que pudiera hacer algo por él en el estado que se encontraba era ese doctor, por lo que en cuanto se encontraron en el quirófano, el paramédico se lo presente antes de dejarlos.

El paracaidista estrechó la mano de Marc, viéndolo a los ojos con expresión mezcla de súplica y alivio y por fin se dejó ir, entregado a sus habilidades.

El trabajo fue extremadamente difícil, a ratos Marc pensó que no lo conseguiría, que no bastaba haber reparado ya la médula en lo humanamente posible y reensamblado casi por completo los huesos, sin embargo en poco más de siete horas la cirugía había terminado exitosamente y el hombre podría volver a caminar tras un tiempo de intensa terapia.

Como siempre, la intervención de Marc era el tema obligado en la sala de descanso de los médicos, en los pasillos y, por cierto, en la cafetería del hospital. Parecía imposible como podía reensamblar huesos totalmente destrozados y llegaban pacientes en su
busca de todas partes una vez que la voz de que el doctor Bartra, prácticamente
recién graduado, atendía allí se había corrido.

Casi todos se preguntaban por qué no aceptaba trabajar a tiempo completo en la prestigiosa clínica privada de su padre, pudiendo ganar muchísimo más que dedicándole las mañanas al servicio en aquel hospital y en consultas foráneas.

La respuesta era sencilla para él. Tenía una profunda vocación de servicio.

Con sólo veintidós años ya le habían ofrecido más de un puesto de jerarquía, que había preferido no aceptar para evitar los asuntos administrativos y de oficina. A él le apasionaba trabajar en la sala de emergencias especialmente, en el minuto exacto en que su talento podía significar la diferencia en la calidad futura de vida de quien se entregara a sus manos.

Pero no todo era bueno, a pesar de que él sólo se interesaba en el resultado de su trabajo directo sobre las personas y no se metía a molestar a nadie, también se había granjeado la envidia de muchos colegas que no perdían oportunidad para intentar desacreditarlo aunque fuera en asuntos ridículos para el caso, como el uso de dosis de morfina consideradas un gasto excesivo o la cantidad de horas que le designaban a salas de recuperación y clínica.

El caso era criticar, ya que realmente él hacía la parte que el resto prefería dejarle, para que así sus propias labores fueran más fáciles y menos demandantes. Y aparte de aquella ración de celos profesionales, también existían los personales, porque Marc era un tipo increíblemente sencillo, dueño de una personalidad encantadora, aunque bastante tímida, típica de alguien que se había dedicado más al estudio que sociabilizar.

El cielo está en tus ojos Marc BartraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora