Epílogo

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Llamas... Fuego... ¡se estaba quemando en el infierno!

Seegio se agitó, sintiendo como las flamas lamían su chamuscada piel haciéndolo retorcerse de dolor hasta niveles imposibles de aguantar... y entonces despertó y el rojo sangre de las llamas devorándole la piel desapareció.

Aunque algo andaba mal. La escena dantesca se había esfumado al abrir los ojos, pero el dolor seguía allí, el calor abrasador lo envolvía con aún más saña y cada centímetro del cuerpo sufría espantosas punzadas.

- Los ángeles te han entregado a este tribunal para ser juzgado por tus pecados. Al fin el demonio blanco ha sido capturado y deberá purgar su alma por las torturas que hemos sufrido aquí.

- ¡Maldita loca! –la voz de Ramos apenas se escuchaba como un graznido ahogado, seguro a causa de los analgésicos y relajantes de dudosa procedencia y eficacia- ¿Qué me has hecho?

Pese a los largos meses en que había estado drogándola mucho más allá de lo que su tratamiento requería para jugar sus horrendos juegos, los ojos marrones de la mujer brillaban con decisión, mientras batía el contenido de una botella en sus manos, una que le era horrorosamente familiar y que explicaba sus síntomas.

- ¡Suelta eso! ¡No se te ocurra acercarme esa botella!

- ¿Qué dicen los santos? –la mirada desquiciada de la torturada mujer le puso la piel de gallina, pese al irritante que le había rociado y que lo abrasaba como fuego líquido, haciéndolo arañarse con los grilletes de neopreno que sujetaban sus muñecas al torcerse al lado áspero con los tirones que les había dado durante la pesadilla- Gritan: échale más agua bendita, hermana, ¡arrójasela toda!

- ¡Ayuda! ¡Auxilioooooooooooo!

- Nadie vendrá a ayudarte, demonio. La brisa del batir de las alas del ángel herido te quemó la voz cuando volvieron a brotarle al liberarse de ti.

- ¡¿De qué mierda hablas?!

- Calla ya, -abriendo la botella, la
mujer derramó todo el contenido sobre el cuerpo quemado de Ramos, tragando una gran parte mientras lanzaba sordos alaridos al morir sus cuerdas vocales- que esta agua bendita lave tus males. Amén y que Dios te perdone.

La mujer volvió a su cama y por primera vez en meses, se durmió profundamente, teniendo dulces y relajantes sueños.

Solo cuando la agonía fue tal que Sergio acabó desarraigando las
barandas metálicas de la cama, acudiendo la enfermera y la pareja de policías que habían sido designados a custodiar la entrada del pasillo ante el sonoro estruendo de metal y la nauseabunda peste que invadió la zona reservada, lo encontraron agonizante y aún así intentando continuar arrancándose grandes trozos de piel ensangrentada al arañarse la garganta, la cara y el pecho que no dejaron de doler hasta que el infeliz exhaló maldiciendo su último respiro.

****

- Será difícil volver al mundo real y a la rutina laboral después de
estos magníficos días.

- No me vengas con cuentos, Marc. Desde que recuperaste tu licencia para ejercer la medicina, incluso temí por nuestro compromiso, si apenas te tomabas un respiro del trabajo.

- No exageres, amor. Fueron tan solo unos pocos días en que estaba demasiado entusiasmado y aproveché que no me querías con mis narices metidas en los preparativos de nuestra boda, ¡para la cual prácticamente me secuestraste antes de la fecha
anunciada!

- Eso es cierto. Y no puedes negar que el padre Joseph y yo nos lucimos... bueno, tal vez también tu padre nos echó una mano para mantener todo en secreto. Se ha vuelto de lo más romántico y dulce desde que te pasas más tiempo con él. Tal vez ya sea hora de buscarle una novia...

El cielo está en tus ojos Marc BartraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora