Un último consuelo

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Marc salió de allí destrozado. Su razón de vivir era salvar vidas, no arrebatarlas.

Tenía clavado en lo más hondo el instante en que el pequeño corazón había dejado de palpitar. ¡Por su culpa! Por su egoísmo y la incapacidad de exponer a las únicas dos personas a las que podía considerar su familia, pese a los demás que... a nada, ya no merecía nada. El afecto y la compasión de nadie.

Condujo por inercia durante largo rato. De pronto frenó su auto en seco. Estaba frente a una iglesia. La puerta estaba abierta apesar de lo avanzado de la noche.

El peso en su corazón lo hizo caer de rodillas en una de las bancas en penumbra. Ni siquiera podía rezar, sólo lloraba en silencio, intentando no pensar, no sentir más.

- Hijo mío, ¿qué desgarra de esta forma tan terrible tu corazón?

Un sacerdote de unos cincuenta años había llegado a su lado y le acariciaba con aire indulgente la cabeza, sentado en la banca, mientras le ofrecía su pañuelo.

- Padre, por favor, - Marc le cogió las manos al hombre en un gesto de absoluta desesperación, apoyando la frente en las rodillas del religioso, como si le suplicara por un doloroso castigo- ayúdeme a que Dios me perdone por lo que he hecho esta noche...

- Mírame, -él alzó el rostro, pero sus miradas no llegaron a encontrarse, por el peso de la culpa que tenía la del joven pegada al piso- Marc, ¿no? Sí, por supuesto que eres tú... soy  Joseph.

Solo entonces, ante aquel nombre que se le hacía familiar, alzó apenas la vista, pero las lágrimas no le permitían ver bien al hombre que no reflejaba por él más que angustia y compasión.

- Tú me ayudaste con mi reumatismo, ¿recuerdas? Te conozco, muchacho, así que, ¿qué pecado tan grave puede haber cometido un joven tan generoso como tú?

- Padre, por favor, yo sé que será difícil no decir nada acerca de lo que voy a confesarle, pero... es muy horrible. La verdad es que no hay posible redención...

- Tranquilo, hijo, yo jamás violaría el secreto de confesión.

- No crea que es porque pretendo escapar de mi responsabilidad, finalmente muy pronto pagaré por ello, pero es que no me imagino a un cura diciendo esto y no puede, sólo yo debo responder por esto... no me haga caso, ya no sé ni lo que digo, pero se lo contaré, no puedo más con ello en el alma.

Mientras le contaba atropelladamente lo sucedido, el padre no pareció espantarse de él, tampoco juzgarlo, sólo se dedicó a escuchar sin interrumpir, lo que le hacía sentir cierto consuelo.

Al terminar, lo ayudó a sentarse, lo
bendijo y sin imponerle penitencia, le dio la absolución.

- Querido Marc, lo que te ha sucedido esta noche ha sido una prueba muy fuerte en tu camino. Si quieres mi
opinión, no hiciste lo correcto, pero sí lo más sensato. No debes ser  duro que  contigo mismo. Eres humano, es lógico que protejas a quienes amas...

Ahora debes declarar la verdad ante las autoridades, ellos entenderán...

- No puedo, padre. No importa lo que me pase a mí, pero lo hecho, hecho está y no puedo permitir que dañen a mi novia  o a mi padre.

- Pienso que te equivocas, que estás cometiendo una gran injusticia contigo mismo, pero finalmente es tu decisión. Sin embargo, suceda lo que suceda puedes contar conmigo.

- Gracias, padre. Algo me dice que deberé cobrarle el ofrecimiento... muchas veces.

- ¿Te sientes en condiciones de
conducir, hijo? ¿Volverás a tu
casa?

- No lo sé, padre. No sé qué será
ya de mi vida...

Pasaron varios días en los que Marc fue sólo una sombra de si mismo andando por el mundo. Cada noche tenía horribles pesadillas en las que aquel niñito venía a él y le suplicaba que no lo matara, que no le hiciera aquello tan horroroso, que ahora estaba solito en un lugar desconocido, muy lejos de lo que reconocía como su casa.

Cualquier monstruosidad que hubiera hecho Ramos con lo que quedó del
cuerpecito del niño y aquella enorme cantidad de droga, ya se había
consumado.

Esa noche, metros antes de llegar a su casa, un enorme reflector lo apuntó de frente, haciéndolo detenerse. Unas cuantas patrullas lo estaban esperando para tomarlo detenido. Desde lejos lo único que pudo ver antes de que se lo llevaran fue a su padre que lo miraba reprobatoriamente y que, de pronto, sólo aparto su mirada de él con desprecio

El cielo está en tus ojos Marc BartraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora