No más prejuicios

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-Gracias... Le prometo que seré útil y no tendrá ninguna queja 

No  era necesario que lo dijera, ella estaba extrañamente segura de eso y de que ahora sí estaba haciendo lo correcto. Aquello era tan ilógico y... pero se sentía muy bien, como hace meses que no. En realidad, como nunca.

A ratos trataba de convencerse que había aceptado el hecho de que una vida tras las rejas era castigo prácticamente suficiente para aquel hombre y que desaprovechar sus talentos era una idiotez, puesto que bien vigilado, no osaría cometer alguna fechoría. Peor mal sería tenerlo viviendo de gratis, sin aportar nada útil a la sociedad.

Otras veces se reprendía a si misma por haber sido débil y dar su brazo a torcer,pero cuando marchaba por esa ruta, en seguida una vocecita interior le repetía insistentemente que sus instintos habían sido más sabios que sus prejuicios y razonamientos.

Pero, ¿qué quería decir eso? ¿Acaso se le había sorbido a tal nivel el cerebro con aquella mirada de maravilloso verde, que estaba creyéndose el cuento de que Marc era bueno?

Si se dejaba guiar por los hechos de los que era testigo, y no por la gruesa carpeta que contenía los antecedentes de la causa, sería justo pensar que tenía asidero esa idea. Marc jamás provocaba problemas, al contrario, ayudaba en todo lo que podía, se arriesgaba incluso a mediar entre internos en más de un conflicto y podía trabajar de sol a sol si su habilidad médica, o cualquier otra, eran requeridas.

La ley humana ya había dictado sentencia en su contra, frente a ello, no había más que decir, pero también era justo que pudiera formarse su propia opinión y que, tal como él le había dicho meses atrás, un hombre tenía derecho a arrepentirse de sus pecados y a reformarse. Si eso había ocurrido con Bartra, ¿por qué no acercarse más a tener fe en la bondad, que dejar que una visión pesimista de incurable maldad le roiera el alma?

El siguiente paso que decidió tomar, en su propio camino a la redención fue reincorporarle de a poco sus visitas. Por supuesto que el primero en venir fue el padre Joseph, armado de un cargamento de chocolates que las monjas de un convento al que Marc solía ir a atender a las enfermas, le enviaban.Cuando Ximena bajó tras un par de días a hablar con él sobre los insumos que sería aconsejable pedir para la enfermería, se quedó muy sorprendida cuando Marc, sin sostenerle la mirada y algo sonrojado, le entregó un bultito envuelto en una pulcra servilleta junto con la lista solicitada.

Teniendo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no correr a ver el contenido del paquete en su oficina, le dio las gracias y contó los pasos de uno en uno hasta llegar, sentarse en su escritorio y abrirlo. Pese a las pocas posibilidades que tenía de que alguien le llevara algún regalo, él le había guardado algunos de los bombones más deliciosos.

Se sintió una completa idiota al guardar la servilleta, pero es que aquello había sido un gesto tan generoso y dulce, aún más que los exquisitos chocolates. Ximena  era una chica hermosa y tenía quien la pretendiera, pero nunca un hombre había tenido un detalle tan tierno y conmovedor. Y, le gustara o le jodiera, provenía de aquel al que había tratado como la peor escoria humana que hubiera conocido.

Tras lo de su confesor, modificó aquella dura regla de visitas, devolviéndole a sus "peques", como él llamaba a los niños que había ayudado a traer al mundo, o a mantener en él. Desde una esquina del patio lo observaba jugar y reír con ellos, como un niño más, simplemente feliz... y lleno de ¿inocencia? Se sorprendía que ninguna de sus madres temiera que sus hijos estuvieran cerca de Marc, como si desconocieran su crimen.

- El es un sol, querida. -le dijo una de ellas, que no se había perdido detalle del largo rato que Ximena se había pasado observando absorta al Doc- ¿Acaso crees que él en verdad hizo eso de lo que lo acusan? Yo no, estoy segura que no. Imposible.

Aquel misterio era tan complejo, tan difícil de desentrañar, como una palabra a punto de salir y que se quedaba enredada en la punta de la lengua. Una sola cosa estaba clara. Ximena estaba comenzando a dudar. Y mientras ello ocurría, todo la guiaba a sentir cada día más aprecio por  Marc por lo que sentía una pequeña punzada en el corazón cada vez que comprobaba que la visita que él siempre esperaba nunca llegaría. 

Hasta donde sabía, su padre ni siquiera le había escrito en esos prácticamente seis años.

Si su única familia registrada era Robert Bartra, ¿quién habría estado con él durante el juicio? ¿Quién se habría preocupado de proveerle ropa, cosas tan básicas como útiles de aseo, un par de euros para tener un respiro en ese mundo hostil? Al menos se veía que el cura aquel le tenía cariño y llenaba un poco esos vacíos.

Lo habían abandonado a su suerte, eso era doloroso

Entonces después de meses queriendo ayudar mandó a pedir los expedientes completos del caso para revisarlos. Como decían los presos, el hecho se que él no se hubiese defendido durante el juicio, aún a riesgo de una sentencia de muerte, era uno de los diez grandes misterios del penal. Realmente era muy extraño.

No se dio cuenta y se le hizo de noche.

Salió apurada y bajaba la escalera de su oficina para ir al estacionamiento, aún leyendo el informe de los peritos, cuando tropezó y cayó un par de metros con todo su peso apoyado en su brazo derecho.

- ¡Ayuda! Por favor...

El dolor era insoportable. Intentó mover la mano, pero no podía. Varios guardias acudieron a su llamado y la llevaron rápidamente a la enfermería.

- Señora, ¿quiere que la llevemos a un hospital?

- ¡No! Estamos lejos y no soporto el dolor... Por favor, traigan a Marc...

Apenas le avisaron, él corrió a la enfermería sin atender en lo más mínimo a su protocolo de vigilancia.

- ¡Dios, Xime! -de reojo captó el gesto espantado de Mike al usar ese tono familiar y el nombre de pila de su jefa sin pensarlo- Perdón, señorita  Santos, dígame específicamente dónde le duele más.

- En la muñeca, - con mucha suavidad, palpó la zona que ya estaba inflamada en busca de cualquier posible trozo de hueso que estuviera en peligro de hacer una fractura expuesta- ¡en esa parte!

- Mike, prepárame por favor una dosis de lidocaína.

Con sumo cuidado, abrió los tejidos una vez que la zona estuvo anestesiada para encontrarse con parte de los huesos astillados e incrustados en la carne. Con una pinza y experimentada meticulosidad, retiró uno a uno los fragmentos hasta dejar un núcleo base, dándose toda la prisa posible para comprometer lo menos que pudiera la recuperación del tejido blando alrededor. Cauterizó los vasos sanguíneos dañados y se abocó a la tarea de volver a ensamblar, astilla por astilla, la articulación dañada. Pese a haber sufrido aquella fuerte caída, era imposible dejar de observar con fascinación la forma casi artística en la que Marc trabajaba, además de la vertiginosa velocidad con que lo hacía.

Esterilizó todo y cerró la incisión con puntos de sutura atribuibles al mejor cirujano plástico. El resto del brazo sólo estaba contusionado por la caída. Acabó vendando prolijamente el área que debía permanecer inmóvil y él mismo le inyectó la dosis adecuada de analgésicos y antibiótico.

- ¿Cómo se siente?

- Mucho mejor, gracias.

- Va a doler cuando baje a inflamación, lo lamento...

- De seguro has debido ser el mejor armando rompecabezas cuando niño, ¿verdad?

- Creo que me habrían gustado si hubiera tenido uno... -

Marc le dedicó una triste y breve sonrisa- Ahora, por favor mantenga el brazo en reposo y vaya a su casa a descansar. Yo no puedo extenderle una receta y mucho menos una licencia de incapacidad, pero cualquier médico lo hará. Mike le dará una nota con los medicamentos que debe tomar, que yo le indicaré, que seguro serán los mismos que el doctor le recete, salvo que esté algo oxidado en cuanto a lo nuevo.

- Hasta pronto entonces. -ella se acercó, le acarició una de sus manos y le dio un suave beso en la mejilla que lo hizo sentir aquello que decía la gente, de mariposas en el estómago- Y gracias otra vez, doctor Bartra.

El cielo está en tus ojos Marc BartraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora