Muy cerca de la verdad

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Desde que Ximena volvió de su receso médico tres semanas después se convirtieron en buenos amigos. Incluso algo más cercanos que eso, pese a las mil y una circunstancias que los separaban, partiendo porque ella era una policía y él, un criminal.

Una noche se la pasaron completa conversando de la vida, ¿y cómo no?

Ella era simpática y divertida, tenía cientos de anécdotas con sus amigos y del trabajo. Marc podría sentarse feliz una eternidad a escucharla, observando y aprendiendo cada detalle, cada tipo de sonrisa o gesto de pesar reflejado en su cara, en la forma en la que sus manos y su cuerpo también le hablaban. Pese a lo mucho que había sufrido con sus normas y aquella idea de escarmentar a la maldad a través de él, no le guardaba el menor rencor. Incluso la comprendía.

Puesto en los zapatos de cualquier otro, juzgarlo con benevolencia, teniendo en cuenta los hechos que se sabían y constaban de su caso, era algo ilusorio.

Aunque cada cual tenía horarios y responsabilidades que cumplir, cada vez se le hacía más difícil aceptar el momento de separarse de aquel hombre.

Marc era generoso y dulce. Tenía el escaso e inapreciable don de hablar en el momento preciso y de escuchar atentamente hasta la más vana de las trivialidades, si se daba cuenta que para ella era importante o divertido comunicárselo. Además poseía esa mirada... no sabría asegurar si era realmente un diablo o un ángel, porque sus hermosos ojos verdes la invitaban tanto a compartir, como despertaban el pecado en su imaginación. Esos años en la cárcel lo habían cambiado, sin duda alguna.

Bastaba con ver la foto que incluía el expediente y echarle una mirada en el momento para pensar, no sin sentir una dosis de remordimiento por su egoísmo, que aquel hermoso capullo había florecido más bello aún en la adversidad. Esa foto era la de un chiquillo muy bonito, cierto, pero el hombre que tenía delante era la imagen de un arcángel guerrero en tiempos de paz. ¡Dios! Se volvía loca y el se le iba tiempo estando con él. Más teniendo ella que trabajar al día siguiente y él no tenía autorización para permanecer en la cama más allá de las siete de la mañana, salvo que estuviera enfermo, pero nada más lejos de eso.

Estaba fuerte, hermoso, ¡y sumamente deseable!

A medida que pasaba el tiempo y más lo conocía, menos podía creer que él alguna vez hubiera dañado a alguien, mucho menos a un niño. Lamentaba profundamente haberlo hecho sufrir tanto a propósito y aunque él evitaba o le restaba importancia cada vez al tema para no incomodarla, Ximena era plenamente consciente de aquel daño que le había provocado y que ahora se le hacía tan injusto, tratando de enmendarlo dándole tareas de su agrado, simplemente porque siendo útil, Marc se sentía feliz.

Ni en la más inverosimil de sus fantasías se le pudo ocurrir que sería estando en la cárcel donde conocería a la mujer que lo haría levantarse cada mañana contento, contando los minutos hasta que llegara la hora de verse. Sabía que ilusionarse con Ximena era un error, que nunca sería dueño de su propia vida, para ofrecérsela, pero intentar luchar contra aquel sentimiento había sido inútil. Ni siquiera la dura temporada por la que había pasado al conocerla lo hacía sentir una gota menos de la abrumadora emoción que lo embargaba simplemente por saber que ella existía.

Sí, debería hacerse a un lado, debería hacer todo por ahogar esos sentimientos, pero no podía, sería como querer vivir tras arrancarse el corazón del pecho. ¡La queria!

¡Dios! Era tan hermosa.

Desde entonces había sentido la imperiosa necesidad de reproducir cada una de esas facciones, guardando celosamente aquel secreto que, naturalmente, era algo evidente para todo aquel que tuviera ojos y lo viera sonreir. Pero bueno, si él se sentía mejor así...

El Doc tenía excelente conducta, por lo que, dejarlo una que otra noche que usara una pequeña linterna para dibujar, no era una infracción importante a las reglas y él actuaba de forma discreta, manteniendo sus creaciones reservadas solo para si mismo, por lo que, ¿por qué quitarle probablemente la única sensación de libertad que había sentido en años?

Por suerte había alcanzado a trabajar por anticipado en el regalo de navidad para ella en los talleres de artesanía, puesto que al acercarse el fin de año, las cosas en el penal se complicaban y no habría podido tenerlo listo.

Últimamente había habido varios intentos violentos de fuga, con muchos heridos como resultado, lo que mantenía a ambos permanentemente ocupados. Aún así todas las noches se juntaban al menos veinte minutos para tomar un café en la oficina de Ximena, conversando.

Ella seguía intentando descubrir la verdad sobre el caso de Marc. A quien preguntara le había dicho que él esquivaba el tema y los antecedentes no reflejaban más que el hecho de que había pruebas contundentes para condenarlo, pero teniendo en cuenta que estuvo a casi nada de que se ordenara usar la inyección letal como castigo en él, ¿cómo podría aceptar semejante sentencia sin decir algo a su favor? Lo que fuera... Nadie podría, salvo Marc por una inexplicable y misteriosa razón.

Claramente se sentía merecedor de todo aquello, pero si tenía una conciencia tan dura para juzgarse a si mismo, como había notado al excusar a su padre ante ella cuando, presa de la furia por la indolencia de aquel hombre, le había enrostrado que el sujeto era un desnaturalizado para hacer como si su hijo no existiera, ¿cómo iba a privilegiar el dinero ante una vida inocente?

Marc sentía que su padre era así con él porque con su nacimiento, habían perdido su madre en el parto. Alguien que era capaz de echarse la culpa del horrendo desamor de su padre, siendo del todo inocente, ¿cómo era posible que hubiera cometido un delito así?

¿Cómo un ser tan dulce sería culpable de un crimen tan atroz?

Era su última opción para que pensara que ella, cuando lo miraba, veía a aquel frío asesino de niños que describía el expediente. Pero cuando ya no se le ocurrió nada más y aquello comenzó a hacerse desesperante, en especial teniendo en cuenta que un plan tan macabro hubiera fallado en algo tan burdo como evitar delatarse, escondiendo su identidad, hecho en el que nadíe parecía haber reparado, como si nadie hubiera tenido que velar por defenderlo, decidió preguntárselo y rezar por no dañar la hermosa relación que había entre ambos.

- Pero no entiendo, Marc, ¿por qué no te defendiste en la corte?

- Porque sí hice aquello por lo que me acusan. –no podía sentir más que una profunda compasión al reconocer la vergüenza en sus ojos- Eso todo el mundo lo sabe.

- Pero, ¿cómo? Que tú atentaras voluntariamente contra la vida de alguien... ¡No! No lo puedo creer. Y sobre todo a un niño... Tú los adoras.

El se quedó en silencio. Sin pensarlo,

Ximena había sido la primera persona en encontrar la respuesta a aquel misterio. La primera realmente interesada en no querer conformarse con lo evidente de los hechos.

Nada borraría sus culpas, ni siquiera se le pasaría por la cabeza esperar algo así. Es más, él no se permitiría dejar aquel pesado costal de remordimientos de lado. Había sido su elección y se haría cargo de ella, pero al igual que era duro consigo mismo para aceptar lo ineludible, por primera vez se permitió desear que alguien pudiera acercarse a comprender sus motivos, su impotencia ante aquella encrucijada. ¿Y quién mejor que ella?

No podía sino sentirse emocionado de que hubiera sido la mujer que tenía delante, la que amaba, quien lo miraba queriendo creer en serio que él no era tan malo, quien había dado con la llave necesaria para alcanzar tal comprensión.

Sólo hacía falta que la usara.

El cielo está en tus ojos Marc BartraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora