La crueldad de un sicopata

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Tomó la ficha colgada a los pies de la cama y se interiorizó de lo que habían estado haciéndole. Así quepadre había metido mano para salvar a su hijo. ¡Para lo que iba a servirle!

Aunque... sí, ¡excelente idea! No podía ser mejor el tenerlo por allí, a mano. ¿Por qué no aprovechar el momento en que Bartra padre se quedara sin heredero para ocupar él ese lugar? Sería la forma perfecta de cerrar el círculo. Porque aunque tenía que tomárselo con calma y darse el tiempo para convencer al viejo lo suficiente para ganarse su confianza y entrar en su círculo, nada mejor que demostrando una especial preocupación por su hijito, tenía claro algo como el agua.

Que Marc Bartra no volvería ni a la cárcel, ni a la calle. De ahí no iba a salir, salvo con los pies por delante... y en el proceso, iba a divertirse hasta lo indecible.

Temblando de emoción, se acercó más, atrapando la punta del meñique derecho de Marc entre su índice y su pulgar, apretando con todas sus fuerzas para estudiar sus reacciones.

Aquello habría hecho gritar de dolor a alguien que estuviera consciente, en especial al soltarlo y ver lo enrojecida que había quedado la zona bajo la uña al aplastar los pequeños capilares de la yema. ¡Lástima! Pero aunque aún no pudiera generar las sensaciones con las que estaba fantaseando en esos momentos, esperaba que el imbécil se recuperara lo suficiente para jugar un poco con aquel ratoncito indefenso antes de comérselo, igual que un pérfido y gordo gato.

En fin, ya llegarían los placeres más intensos, por ahora con una simple aguja, una manguera y una bolsa receptora, le pondría difíciles las cosas, bajándole aún más el nivel de sangre, total aún le quedaba una media hora libre antes de irse a casa y no había revisado sus correos electrónicos en el celular, por lo que acercó una silla a la cama, clavo sin ninguna suavidad la aguja en la parte interna del codo de Marc, colgó la bolsa bien baja y cerro la llave de paso de la transfusión acomodándose en la silla levantando y poniendo los pies descalzos para evitar cualquier huella, sobre el estómago de Marc, bastante cerca de la herida de salida de una de las balas, acomodándose y presionando sin la menor compasión.

Nadie iba a entrar a molestarlo.

Cada día, terminado el exiguo y desaprovechado horario de visitas de esa ala, cerraba la puerta de acceso al pasillo de la UCI reservada por un buen rato y daba rienda suelta a su maldad con aquel grupo que normalmente nadie visitaba, ni tenía mayormente en cuenta, mucho menos para atender a sus "delirantes o embusteras" quejas, eso si es que alguien era tan tonto o estaba tan privado de su inteligencia como para atreverse a expresarlas.

Al contrario de lo que realmente sucedía, aquellas "bienintencionadas y piadosas" visitas que hacía el propio director del hospital al grupo de relegados, hacía correr su fama de dedicado y compasivo. ¡Ja! La gente era idiota y él no tenía por qué dejar de aprovecharlo.

Solo al sentir un breve temblor bajo sus pies, echando una mirada satisfecha al líquido rojo que llenaba prácticamente el contenedor, se levantó y revisó a Marc para evitar que un shock hipovolémico a causa de la pérdida de sangre terminara abruptamente con su diversión y le arruinara los planes.

Sí, él temblaba, comenzando a sudar frío y si no hubiera estado usando aquella máquina, el ritmo respiratorio no sería constante, sino acelerado y dispar. Si hubiese estado despierto se estaría ahogando tratando de jalar aire. Hubiese sido fantástico verlo. Con gesto disgustado, volvió a abrir el paso de la transfusión.

Tuvo que luchar consigo mismo ante la seductora idea de hacerle más daño, por ejemplo, quebrándole un dedo o algo por el estilo, pero aquello podría resultar sospechoso, teniendo en cuenta que permanecía inconsciente, por lo que achacarle heridas a un forcejeo o intento de fuga estaba fuera de las posibilidades, por ahora.

Con evidente molestia, retiró la aguja de un tirón, enrolló la manguera alrededor de la bolsa en la que había obtenido cerca de medio litro de sangre, y tras envolverla bien y guardarla en el amplio bolsillo de su bata blanca, limpió la zona del piquete con un algodón con alcohol para que no siguiera sangrando, delatando algo extraño al mancharse el brazo.

Estaba realmente ansioso, esperando el momento en que Marc saliera del coma para poner manos a la obra el plan que se había configurado ya en su maquiavélica mente. Aquello sería simplemente magnífico, !hermoso! Y además de todos los beneficios tangibles que obtendría, iba a divertirse con el objeto máximo de su siniestra obsesión, jugando y burlándose en silencio de aquellos para quienes Marc era importante.

Por cierto, no se le había escapado el detalle de la guapa mujer que parecía especialmente atenta a la salud del insignificante delincuente a su cargo. No sería un mal bono el poder llegar a ella, además de los propósitos que tenía para Robert, envolviéndola con el rollo de su desinteresada preocupación.

Al igual que el dolor ajeno, la lujuria sin límite regían su desenfrenadamente retorcida vida, aprovechando cada oportunidad que se le presentaba para saciar sus infames apetitos.

- ¡Ay, conejito! No te imaginas lo que te espera... ni lo poco que te queda, pero no te irás sin sentir en carne propia el precio de haberte puesto otra vez en mi camino. Es posible que ni en la cárcel hayas pasado por lo que se te viene ahora...

***
Aquello no era más que un hormigueo. Lo podía sentir en diversas partes del cuerpo, que a medida que comenzaba a reactivarse, enviaba señales de dolor a su aún adormecido cerebro.

Apenas percibía sonidos semejantes a pitidos a su alrededor, algunos lentos y constantes. Otros se incrementaban al mismo tiempo que el dolor lograba penetrar lo suficiente para generar estimulos.

No tenía fuerzas suficientes para abrir los ojos. Mucho menos para moverse, sin embargo poco a poco la consciencia iba volviendo a él, lentamente, como hielo polar derritiéndose en ártica primavera.

Las máquinas, por supuesto, comenzaron a registrar el incremento de su actividad cerebral y la capacidad respiratoria que haría que en breve pudiera sustentarse por si solo, pero no había nadie allí pendiente de sus avances. Nadie a quien le importara su recuperación. No al menos hasta que su padre, su amigo y su chica acudieran a verlo.

Se encontraba solo

El cielo está en tus ojos Marc BartraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora