Sueños tormentosos

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Ximena no lograba conciliar el sueño. El hecho de que Marc aún no despertara la mantenía inquieta, dando vueltas en la cama, acalorada, sintiendo como el sudor cubría su piel. Por más que había girado la almohada para acomodarse sobre el lado fresco, no había manera de poder relajarse. Entonces decidió cerrar sus ojos y dejar que la visión de él en su mente la reconfortara. Sin poder evitarlo, pensó en su cuerpo, en la forma en que algún rizo rebelde le acariciaba la frente y como se mordía el labio inferior con ansias, como un chiquillo mientras le contaban un cuento emocionante, escuchándola atentamente cuando le contaba alguna anécdota que lo mantuviera en suspenso.

Poco a poco las imágenes fueron pasando desde lo más inocente y trivial a escenas cada vez más cargadas de erotismo, imaginándolo al ejercitarse en el patio, con sus atractivos músculos en tensión, bañado de sudor y acariciado por el sol, al alzar la barra de pesas tumbado sobre un banco... o mientras frotaba vigorosamente su piel con la pequeña barra de jabón que les daban mientras el agua corría por su cuerpo, dándose prisa para aprovechar los escasos cinco minutos que tenía para  asearse.

Al imaginarlo finalmente desnudo, excitado y con sus propias piernas alrededor de su cintura mientras él le recorría la mandíbula, el cuello y más con la lengua, no pudo evitar que sus manos compensaran en su solitaria piel el lugar que ella deseaba que Marc estuviera ocupando en ese mismo momento en su cama, hallándose ya húmeda y preparada para recibirlo, su clítoris exigiendo atención, con sus pechos hinchados y calientes, coronados por los pezones excitados y endurecidos a más no poder, haciéndose tan real su fantasía que en un momento pudo sentir el peso de otro cuerpo haciendo crujir la cama, acomodándose entre sus piernas abiertas, apoyando la húmeda punta de su ansioso y duro miembro a las puertas de su sexo, aspirando hondo para deleitarse con su masculino aroma, abriendo los ojos y lanzando un grito que inmediatamente fue ahogado cuando Ramos le cubrió la boca con la mano al darse cuenta de que no era  Marc, penetrándola con violencia, causándole dolor y miedo...

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¡Dios, necesitaba despertar! Ni la mas horrible de sus anteriores pesadillas lo había angustiado hasta ese punto y la razón era obvia. Por más fuerte que fuera su propio instinto de supervivencia y auto conservación, sentir que Ximena  estaba en peligro o derechamente sufriendo era algo más poderoso que él.

Tanto consciente como inconscientemente sabía que debía salir de aquel estado para poder ponerla a ella a salvo. Debía sobrevivir lo suficiente para asegurarse de que Ramos jamás pudiera hacerle daño.

Si conseguía eso, luego se entregaría a lo que fuera que el destino le tuviera preparado, aunque el precio fuera el no alcanzar a ser feliz a su lado. Ella tendría toda la vida por delante para olvidarlo y superarlo, para tener una existencia plena, lo que con Ramos alrededor, acechándola como un chacal con ansias de sangre, nunca sería posible.

Si alguna vez había sospechado que Sergio era simplemente malo y ambicioso, tras la demostración de aquella noche, tenía claro que su crueldad superaba la sanidad mental, e imaginar a  Ximena sometida siquiera tangencialmente a ello le producía un nivel tan alto de angustia y desesperación que, pese a estar poderosamente sedado, le dolía cada célula del cuerpo.

- Tranquilo, el demonio blanco se ha ido, estamos a salvo, necesitas descansar...

¡Pobre ángel! El demonio blanco se había divertido martirizándolo y ni siquiera al esfumarse había permitido que consiguiera conciliar el sueño en paz. Seguramente desde su repugnante madriguera le enviaba horribles pesadillas al hermoso emisario celestial que había caído en sus malévolas zarpas.

Una vez que le había arrancado dolorosamente las alas, al maldito no le habría costado someterlo por amor y lealtad a aquella chica que custodiaba.

Tenía grabada en la retina la visión de sus maravillosos e inocentes ojos verdes cargados de desesperación, buscando por cualquier medio un posible escape de los manejos del maléfico demonio para poder continuar protegiendo a la muchacha.

Sería prácticamente imposible ayudarlo.

En carne propia sentía el dominio y el poder de aquel satanás, manteniendo su cuerpo reducido y atormentado, aunque no podía compararse a la tortura a la que sometía al ángel herido, al que estaba decidido a destruir. Pero el bien debía alguna vez triunfar sobre el mal. Aunque se arriesgara, haría algo.

El cielo está en tus ojos Marc BartraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora