El beso esperado

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De primeras, el dichoso cura parecía no estar por la casa. Al tocar al timbre, fue la propia Ximena  la que le contestó a través del portero automático, pidiéndole que pasara, mencionándole al paso que el padre Joseph había salido a conseguir suero y otras cosas que Marc pudiera necesitar.

Pese a ver claramente a Bartra dormido aún en la habitación al fondo del pasillo, ella salía del cuarto, cerrando la puerta para conducirlo hasta una sala lateral, una especie de sacristía o algo así con un escritorio, un par de sillas y un viejo confesionario como todo mobiliario, impidiéndole tomar pleno control de la situación como lo había planeado.

Bueno, después de todo su especialidad siempre había sido improvisar en los momentos críticos para sacar provecho de ello, por lo que intentó relajarse e interpretar bien su papel de amigo leal y médico preocupado mientras fuera aún necesario.

- Ximena, ¿por qué?

- Esa es la parte fácil, Sergio. Para proteger a Marc.

- Pero preciosa, sabes que él no estará mejor atendido en ningún otro sitio, -aunque no estaba seguro, creyó ver un gesto de repulsión en el lindo rostro de la chica cuando le acomodó un rizo tras la oreja, tratando de dar la impresión de indulgencia y protección- ¿no es así?

- No, no es así.

- ¿Tienes alguna queja? ¿Algo se me ha pasado por alto en el caso de Bartra?

- Sí. Se te pasó algo... ¡Tu asqueroso olor a sádico!

- ¡¿De qué hablas?!

- Deja de hacerte el inocente,Ramos. Sé toda la verdad sobre ti.

- ¿Ah, sí? –al mismo tiempo que ella se puso de pie, Ramos se sentó calmadamente apuntándola con la pistola que llevaba en el bolsillo- ¿Y qué es eso que sabes, zorrita?

- Sé que tú obligaste a Marc a matar y hacer todas esas atrocidades con el pequeño hace años atrás.

- Continúa...

- Y sé que no está en coma. Que tú has estado sedándolo y torturándolo, ¡loco de mierda!

- Muy lista, preciosa. De verdad me impresionas.

- Déjate de estupideces y reconócelo, maldito. Al menos una vez en tu vida que seas un hombre con las bolas bien puestas.

- Tienes razón. Lo que dices es cierto. Ni siquiera te imaginas lo mucho que he disfrutado el dinero que conseguí cuando hundí a Bartra. Detestaba a ese bastardo que se hacía el santurrón día y noche, intentando hacerme ver mal con los pacientes y los demás doctores. ¿Por qué tenía que meterse en mi terreno si tenía la clínica del imbécil de su padre? Pero, ¡no! El muy insoportable tenía que dárselas de filántropo y mártir. –el demencial odio de Ramos hacia Marc  lo hacía escupir al hablar, lleno de furia y envidia a niveles insanos, poniéndolo al borde del colapso- He gozado segundo a segundo el ver al idiota aquel sufriendo y retorciéndose de dolor, absolutamente indefenso y sin que tú, el cura metiche o el viejo estúpido de su padre padre lo hayan siquiera sospechado hasta ahora.

- ¡Eres un cerdo asqueroso!

- Y tú una chica valiente, o muy tonta, para estar hablándole así a quien te apunta con un arma... estoy seguro que nos la pasaremos muy bien dentro de un momento cuando te obligue a cerrar la boquita  mientras tu noviecito nos mira.

- Es curioso. A mí me pareces aún más enfermo, desagradable y estúpido que nunca si crees que te citaría aquí sabiendo la verdad, sin tomar los suficientes resguardos.

- ¿De qué hablas? ¿Del cura? – aprovechando el ataque de risa del infeliz, le hizo una seña a Bartra padre, a espaldas de Ramos, para que estuviera listo para disparar si fuera necesario-

El cielo está en tus ojos Marc BartraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora