Capítulo 10

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Collins

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Collins

Dicen que los seres humanos tendemos a preguntar cosas, de las que no queremos conocer las respuestas. Algunos lo llaman masoquismo, otros, estupidez; yo lo llamo: El efecto Issia "muñeca" Haynes.

Sabía que no me gustaría lo que iba a decirme; tenía en cuenta que preguntarlo era como atarme una soga al cuello, ¿por qué? Porque ella había hecho una muralla alrededor de su corazón y sabía que yo estaba dispuesto a romperla, costara lo que costara. Sin duda alguna, podría decir que, o mi ego era demasiado alto para creer que ella estaría dispuesta a eso, o una estupidez demasiado grande se apoderaba de mí, cuando ella estaba cerca.

¿Cómo era eso posible cuando apenas habían pasado dos semanas desde la primera vez que intercambiamos palabras reales? ¿Cómo era posible que no podía sacar de mi mente lo que ocurrió anoche? ¿Cómo es que no podía dejar de verla? ¿Por qué no podía evitar perderme en sus ojos? ¿Cómo es que me estaba dejando llevar tan rápido?

Era una idiotez. Tenía que hacer algo.

Alejarme. Sí, esa era la mejor opción.

Lo era y yo lo sabía, pero no estaba muy convencido de realizarla.

Sentí como la saliva que acababa de tragar, bajaba lentamente por mi garganta, mientras esperaba porque ella respondiera la pregunta, sin embargo, después de minutos infernales en que solo me observó directamente a los ojos; su boca se abrió, pero no salieron más que un par de balbuceos que fueron interrumpidos por la llegada de un chico de cabello oscuro, que se detuvo al lado de la mesa, para saludar a la chica de ojos ambarinos.

Vi el suspiro que mi acompañante lanzó ante tal situación. Sé que aún no la conocía profundamente —y vaya que me moría por hacerlo—, pero sabía que hacía eso al sentirse rodeada; era como si lo que salió de mis labios la hubiera sacado de la tierra y la hubiera hecho aterrizar de golpe sobre el pavimento, y el hecho de que ese chico se apareciera, terminó siendo como una mano que la ayudó a levantarse. ¿Tan mala era la idea de volver a vernos? ¿Tan estúpido me veía para que ella no quisiera compartir más tiempo conmigo? ¿O es que acaso existía la posibilidad que tuviera el mismo miedo que yo de quemarme?

De cualquier manera, no quise volver a indagar en el tema. Los escuché hablar por algunos minutos, los suficientes para acabar de tomarme mi café y comer mi pastel, hasta que él chico se despidió de ambos y caminó hacía el otro lado del lugar. No pude obviar el hecho de cómo le sonreía a Issia y la observaba de más, era claro que al igual que yo él se sentía interesado en ella. No voy a decir que me sentí celoso o incluso intimidado por la manera en que me veía, además de que yo estaba comiendo con ella —aunque la haya traído obligada—, podía sentir la manera cansada en que Issia le respondía.

Por otro lado, yo no podía reclamar algo cuando no tenía un solo derecho, ella aún estaba fuera de mi alcance; por más que yo quisiera correr, ella iba varios pasos delante de mí.

Hasta que lo olvideDonde viven las historias. Descúbrelo ahora