Capítulo 8

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Collins

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Collins

—Si tanto quieres besarme, solo acércate—susurró, en una voz melosa, mientras sus ojos color ámbar, no se apartaban de los míos. Podía sentir su respiración sobre mi rostro, pero no el peso de su cuerpo, el cual aún se mantenía sobre el mío.

Quería hacerlo, maldita sea. Quería sentir esos finos labios entre los míos y perderme en el paraíso. Pero mi cuerpo no reaccionaba, ¿Por qué no podía moverme? ¿Por qué ella se reía de mí? ¿Por qué esto parecía un sueño? ¿Por qué Issia comenzaba a alejarse? ¿Por qué no podía correr tras ella?

Estaba atrapado en mi auto. El auto iba en marcha y yo no podía hacer nada por detenerlo y luego, se detenía de golpe, justo en el momento que impactaba con algo. Podía ver como mis manos temblaban y yo me movía mareado por lo anterior, caminaba sobre el asfalto, hasta llegar frente al auto y ver el cuerpo inerte de quien se atravesó en mí camino....

—¡Mierda! —exclamé, al tiempo que me sentaba de golpe en la cama.

Era un sueño. Solo era un sueño.

Me pasé las manos por el rostro y lo restregué para quitarme lo adormecido y eufórico que me dejó ese estúpido sueño.

No podía quitar de mi mente la imagen de esa chica ensangrentada sobre el pavimento. No podía obviar que mi conciencia jamás me dejaría tranquilo.

Revisé la hora en el reloj al lado de mi cama. Faltaban diez minutos para que sonara la alarma. Sin mucho ánimo, salí de la cama y caminé hacía mi armario; correr por diez minutos más, no me vendría mal. Cuando estuve bien cambiado y despierto, bajé a la cocina y tomé un poco de jugo de manzana, luego salí del apartamento y me preparé para bajar diez pisos en las escaleras de emergencia.

No, no iba a usar el elevador. Estaba saliendo a correr, eso me servía como calentamiento, claro después del verdadero calentamiento. Cuando salí de la puerta del edificio, un hermoso amanecer me recibió, el sol a penas se asomaba por atrás de los grandes edificios y el cielo estaba matizado en varios tonos de naranja y rosa.

Mientras comenzaba mi rutina hasta el centro, me sorprendió un poco no encontrarme con mi vecino, un estudiante de medicina que usaba esta horario para distraerse de sus cansadas horas de estudio. Me parecía correcto lo que hacía, porque a comparación de muchos médicos y estudiantes que yo conocía, no dejaba que el ejercicio saliera de su vida para encerrarse todo el día en una habitación para tratar de memorizar conceptos inmensos. Entre la mente y el cuerpo tiene que haber un equilibrio, más ejercicio igual a más salud y más salud, igual a mejor rendimiento académico.

Ahora que lo pensaba, tenía que preguntarle su nombre la próxima vez. Corría con él casi a diario y jamás me había interesado por ello.

Observaba a las personas que al igual que yo, corrían a lo largo del parque, y veía como la mayoría se perdía entre la música que escuchaban por los audífonos en sus oídos. Yo nunca los usaba, no solo porque me lastimaban, también porque prefería que me invadiera el sonido de los pájaros, del viento y de algunos coches que ya circulaban por la ciudad. Lo prefería mil veces más, además así podía analizar bien mis problemas y todo lo que daba vueltas por mi mente.

Hasta que lo olvideDonde viven las historias. Descúbrelo ahora