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Básicamente no pasa nada en absoluto. Laura, mi empleada, se asustó por ver al duende en el mostrador y está rezando como una loca, contagiándonos el miedo.

—¡Basta, Laura! —le digo—. Tenés veinte años, no podés ser tan asustadiza, el viernes te asustaste por ver a una hoja de árbol en el piso y pensaste que era una cucaracha. Ahora te asustas por un muñeco en forma de duende... ¡Te voy a despedir! —amenazo en tono de broma.

—Sí, pero es que... realmente me asustó —responde ella, dejando de rezar y mirándome a los ojos—. Conozco a ese duende, pasan cosas malas cuando no cumplen las promesas. Por favor, díganme que no prometieron nada delante de él.

Cruzo miradas con mis amigas y noto que se están aguantando la risa.

—En diez minutos empiezan a llegar los clientes —prosigo, cambiando de tema—. Compórtense, por favor. 

Agarro el duende y se lo tiro por la cabeza a Cinthia. Romina y ella estallan en carcajadas y ruedo los ojos conteniendo una sonrisa. Vuelvo a mi trabajo.

«Ahora sí», me digo a mí misma, sonándome los dedos de las manos y siguiendo con la mezcla del bizcochuelo.

«Ahora sí», me digo a mí misma, sonándome los dedos de las manos y siguiendo con la mezcla del bizcochuelo

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—¿Por qué todavía no viene nadie? —pregunta Laura mirando el reloj. Ya es casi mediodía y nos sorprende ver el local vacío cuando siempre esta es la hora que más lleno está.

—Tranquila, deben estar todos de vacaciones, no olvidemos que es mitad de enero y es cambio de quincena, así que seguramente se fueron de viaje —respondo, tratando de sonar segura. Ella suspira y comienza a comer un cupcake. No la regaño, me da la sensación de que hoy nos vamos a comer nosotras la comida.

Mis amigas se fueron hace como media hora, así que no tengo modo de entretenerme. Laura es buena compañía, pero al ser diez años menor que yo no tenemos muchas cosas en común, así que de vez en cuando hablamos sobre cosas no tan importantes.

Alrededor de las dos de la tarde comenzamos a escuchar música bastante fuerte y nos miramos con curiosidad. Solo habían entrado dos personas en esas dos horas, así que decidimos cerrar el negocio y dirigirnos a la zona "de la fiesta", justo a la vuelta de la esquina.

Están inaugurando un nuevo local, algo raro un domingo a las dos de la tarde, pero bueno, es zona céntrica. Está lleno de gente y me cruzo de brazos mientras miro desde lejos. Noto que la mayoría de mis clientes están entre la multitud y resoplo, con razón hoy no tuve a nadie. Con una mueca avanzo entre las personas y Laura me sigue pisándome los talones.

—¿Qué inauguran? —le pregunto a una chica que está mirando atentamente la fachada del lugar, que está repleta de luces. Una manta está tapando la entrada, no deja ver absolutamente nada, ni siquiera el nombre del comercio. Se encoge de hombros y me mira.

—Todavía no dijeron —responde—. Abren en quince minutos.

Arqueo las cejas. ¿La gente no sabe de qué se trata e igual están apretados como ganado solo para saber qué es lo nuevo? Están locos.

—¿Qué te dijo? —pregunta mi compañera y la agarro de la mano para empujarla de nuevo hacia la última fila y hablar más tranquilas.

—Que nadie sabe qué van a poner. No sé por qué están tan desesperados por entrar —resoplo—. En quince minutos abren, ¿nos quedamos o querés ir a casa?

—A mí me da igual. Prefiero quedarme, me pica la curiosidad y quiero saber de qué es la tienda. Ojalá sea un bazar, me encantan esas cosas —me dice. Le sonrío y asiento con la cabeza.

—A mí también me gustan, ojalá haya gatitos que mueven la mano —comento y ambas nos reímos.

La canción Cake by the ocean de DNCE comienza a sonar más fuerte que la música anterior y la gente comienza a aglomerarse aún más en la entrada del local.

—Uuuh, ¡me encanta esta canción! —exclama Laura moviendo la cabeza con ritmo. Yo hago una mueca y comienzo a sospechar.

Un juego de luces se ilumina y la voz de un hombre sale por los parlantes.

—¡¿Están listos?! —cuestiona gritando, yo ruedo los ojos y suspiro cuando las personas gritan. Ni que fuese a salir Michael Jackson, pienso—. ¡Que comience la cuenta regresiva!

Cuentan del diez al uno lentamente y la tela baja con un tirón. Laura me tiene que agarrar del brazo para que no me caiga y siento mi cara arder en cuanto veo el nombre de la tienda: Pasteles dulces.

—¡No puede ser! —grito con furia. La que me faltaba, una maldita competencia justo a la vuelta de mi negocio. Encima todos mis clientes entran corriendo al nuevo lugar.

Siento como mis ojos se llenan de lágrimas. Este local es mucho más grande que el mío, es bastante más lujoso y se nota que hacen buenas cosas. Mi corazón se rompe al pensar que voy a tener que ir pensando en buscar otro trabajo.

—Tranquila, Oli —dice Laura, acariciándome la espalda en un gesto de consuelo.

—¡No es justo! Estuve años dejando mi pequeño local como a mí me gusta y me costó mucho hacer que se llene de gente para que vengan estos a poner música fuerte e inaugurar una gran pastelería, ¡no es justo! —repito, golpeando el piso con el pie cual berrinche de nena chiquita. Ella suspira y me mira con los ojos entrecerrados.

—¿Le prometiste algo al duende? —cuestiona de repente, la miro fijo—. Por favor, decime que no.

—Sí —digo, mirando al cielo.

—Y bueno, lamentablemente... la maldición comenzó.

—No digas tonterías, Laura. No existe eso, la promesa fue hace quince años, éramos muy chicas y la verdad que decíamos cualquier cosa.

—¿Hiciste la promesa con tus otras amigas? —interroga. Asiento con la cabeza—. ¿Por qué no las llamas y les preguntas si algo malo les pasó?

—A ver, es una casualidad que hayan abierto un negocio idéntico al nuestro el mismo día que el duende volvió a aparecer. No es una maldición. Son cosas que pasan.

—Sí, sí, claro —responde, rodando los ojos y largando un suspiro.

Me saluda para irse a su casa y yo me quedo un rato más en el lugar pensando: ¿Y si en realidad no está tan loca y realmente ese muñeco está maldito?

El cupcake de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora