Hace más de dos horas que me acosté y todavía no puedo pegar un ojo. No puedo parar de pensar en si decirle o no a Kevin lo que descubrí. Me repito a mí misma que es asunto de él, pero me siento tan decepcionada de Joaquín. De Estela me lo esperaba, desde ese día que apareció en mi pastelería para unirse a mí con el fin de hundir su negocio supe que esa mujer no lo quería ni en lo más mínimo. ¿Pero que su medio hermano lo tratara así? Al parecer, en esa relación familiar no hay sentimientos mutuos, me da la sensación de que Kevin sobreprotege demasiado a su hermano y este es de esos que traicionan por la espalda.
Si yo tuviera hermanos sabría lo que se sentiría, me imaginaría la relación que ellos podrían tener y cómo se sentiría Kevin al descubrir la traición, pero solo me imagino eso si pienso en Cinthia y Romina, que son como mis hermanas y no soportaría perderlas.
Hablando de esas brujitas. Hoy las dejé a cargo de mi pastelería mientras yo emprendía la misión de buscar los papeles en la casa de mi vecino y, hasta el momento, no me enviaron ni un solo mensaje para avisarme de cómo les había ido en esa última hora.
Estos días mi local volvió a cobrar vida gracias a la buena acogida que tuvo el cupcake de Cupido, la gente soltera se entusiasmó mucho con la idea y mi negocio fue punto de encuentro para citas a ciegas, haciendo que en mi estómago revoloteen mariposas y que en mi imaginación surja una historia con un amor real y duradero... Vaya mentira. Eso jamás pasaría, sobre todo al saber cómo son los hombres, cómo son las personas. A mi madre la engañó mi papá, a Kevin lo engaña su propio hermano, a mí... bueno, gracias a Dios nunca me engañaron, pero Benjamín decidió irse de un día al otro y sin previo aviso me dejó mediante un mensaje de texto. Cobarde.
Pensar que cuando tenía quince años decía que a esta edad iba a ser exitosa y tener una linda familia. Exitosa soy... bueno, en la pastelería por lo menos, y una hermosa familia... eso me lo debe la vida. Pero espero que algún día llegue, no estoy desesperada, más bien creo que mis amigas están desesperadas por emparejarme. Romina sobre todo, quiere cumplir la promesa cueste lo que cueste.
Suspiro a la vez que dirijo mi mirada al duende que apoyé en la estantería. Quizás deba acceder a la petición de las citas, pero es que no me siento cómoda con eso. Yo quiero buscar a mi propio novio.
Me dispongo a dormir al ver que ya son más de las tres de la madrugada y, en cuanto cierro los ojos, un portazo proveniente de la casa de al lado me hace saltar de la cama. Los pasos son tan fuertes y las paredes tan finas, que se escucha claramente todo lo que sucede en la casa de al lado.
—¡Te dije que sos una inútil! —grita una voz masculina y muy furiosa. Creo que es la de Joaquín—. ¡No podés hacer nada bien!
—¡Pero amor! —replica la que imagino que es Estela—. ¡No podía hacer nada! Kevin hubiera sospechado si le decía que no...
—¡No me digas amor! ¡Prometiste casarte conmigo! ¡No con ese maldito de mi medio hermano que es un tonto y no sabe cómo tratarte siquiera! ¡Sos una traidora!
Bueno, esto está mejor que La rosa de Guadalupe, pienso entre risas. O sea que el idiota le pidió casamiento a la rubia y esta aceptó justo enfrente de Joaquín, quien habrá estallado de celos. Oh, oh. Tengo que alertar a mi enemigo de la alimaña que son los dos, no puedo permitir que se case con alguien que no lo ame... ¡pero, bah! ¿Qué me importa a mí la vida de los demás? Él no se preocupó por mí cuando puso una pastelería a la vuelta de la mía.
Resoplo y tapo mis oídos con la almohada para amortiguar los gritos de los vecinos y de repente pienso, ¿dónde está Kevin? ¿No vive él en esa casa? Y recuerdo que su pastelería es veinticuatro horas, así que debe estar atendiendo.
No puedo parar de dar vueltas en la cama, los gritos de al lado desaparecieron. Seguramente ya se durmieron, o quizás se fueron.
Me levanto de la cama, vuelvo a vestirme y salgo. Si no le digo lo que descubrí a ese hombre, voy a tener un cargo de conciencia horrible y no voy a poder pegar un ojo nunca más en mi vida.
Ya es un poco más de las cuatro de la madrugada y sigue siendo de noche, pero el calor que está haciendo en la calle es insoportable. Saco mi bicicleta del poste en el que está atada y comienzo a pedalear hasta la pastelería de él. En menos de cinco minutos llego, me bajo de mi vehículo y miro a través del vidrio para fijarme si hay alguien. Las luces están prendidas, pero no hay ningún cliente. Decido entrar.
En cuanto abro la puerta, una especie de música épica suena —demasiado fuerte diría yo—, y me hace estallar en carcajadas por lo ridículo que es. Mi risa llama la atención del muchacho que sale de detrás de una cortina, me mira con el entrecejo fruncido y cruzado de brazos. Se acerca a mí con paso firme y veloz y suspira.
Está vestido con un traje de etiqueta súper entallado, que le queda espectacular gracias a su altura y cuerpo musculoso. Además, la barba de tres días lo hace lucir más masculino y maduro y sus ojos negros, opacados por la poca luz, parecen aún más profundos de lo que recordaba. ¿Cómo Estela puede engañar a alguien así? Está bien que Joaquín no se queda atrás, pero Kevin no está para nada mal. Sus carnosos labios se curvan en una sonrisa torcida y ruedo los ojos al recordar que lo odio, que no puedo estar fijándome si es lindo o no. ¿En qué estoy pensando?
—¿Qué pasó? ¿Te caíste de la cama? —cuestiona con tono divertido y curioso—. Para que sepas, esto está vacío porque a esta hora duermen todos, no quiere decir que sea menos exitoso que vos.
—Te quedaste con todos mis clientes, son traidores, así que rezá para que no pongan nada nuevo por acá cerca o caerías en la bancarrota, casi como me pasa a mí, pero gracias a mi brillante idea pude remontarlo y ahora estoy mucho mejor que vos —replico con voz burlona. Él se ríe irónicamente y pone los ojos en blanco.
—¿En serio? ¿El cupcake de Cupido es tu obra maestra? Sí, claro, y yo soy Dios. Aceituna, si viniste a pelear, no es la hora ni el momento. Estoy ocupado, estoy cocinando y tengo mucho sueño, así que no estoy de humor.
—¿Aceituna me dijiste? —interrogo repitiendo sus palabras. Asiente con la cabeza, da media vuelta y se va. Lo sigo pisándole los talones, él se percata de eso y me cierra la puerta en la cara cuando pasa a la cocina.
No me importa, la abro y entro. Se pone a batir una crema con velocidad y me río cuando se le rompe la manga del traje.
—Carajo —masculla, quitándose el saco—. Es alquilado, no es mío. No puedo devolverlo roto.
—No te preocupes, apenas se abrió. Puedo darle un par de puntadas y queda como nuevo.
Me mira con las cejas arqueadas y se encoge de hombros.
—Bueno, gracias, aceituna. —Se ríe por lo bajo y resoplo.
Me quedo mirando lo que hace. La verdad es que es bastante organizado haciendo las mezclas, nada que ver conmigo que soy un desastre y tiro las cáscaras de huevo a cualquier lado. Él se da cuenta que lo estoy mirando fijamente y curva los labios para dedicarme una breve sonrisa. Moja unas vainillas en almíbar de café y sé de inmediato lo que está preparando.
—Tiramisú —decimos los dos a la vez, provocando que nos miremos fijo y nos riamos como dos tontos—. La verdad es que me parece raro ver a un hombre pastelero —digo—. La mayoría son panaderos, pero la pastelería no se les da muy bien, a no ser que sean medio gay.
—¡Yo soy muy macho! —exclama Kevin para defenderse y me río. Él deja de hacer las cosas de inmediato y me mira con seriedad—. ¿Cuál fue el verdadero motivo por el que viniste, Olivia? No creo que sea para verme cocinar.
Se queda esperando mi respuesta y muerdo mis labios en un gesto pensativo. No sé si decirle lo que descubrí, ¿debería? ¡Ay, Dios, no sé qué hacer!
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El cupcake de Cupido
ChickLitLa vida de Olivia se pone de cabeza cuando Kevin decide abrir una pastelería a la vuelta de la esquina de la suya. No solo tendrá que lidiar con la competencia, también habrá nuevos sentimientos sobre la mesa, acompañados de la promesa de un nuevo a...
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