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30 de enero, 2018

No pude pegar un ojo en toda la noche. Di vueltas por toda la cama, incluso pensé en contar ovejitas, pero no hubo caso. Mi mente volvía al momento del beso una y otra vez, incansablemente. Y ahora estoy pagando caro el insomnio.

Luego de tomar una taza de café bastante cargado y sin azúcar, salgo más temprano que lo habitual de casa porque tengo que ir caminando a la pastelería, ya que dejé la bici allá, pero en cuanto estoy saliendo, mi vecino también.

Sus ojos están rojos, como si tampoco hubiera podido dormir. Está muy serio, algo desaliñado y no tarda en resoplar cuando me ve. Mala señal. Cierro la puerta de mi departamento con velocidad y comienzo a irme a paso rápido.

—¡Olivia! —me llama y me detengo de golpe. Cierro mis ojos y suspiro, estoy segura de que me va a decir algo sobre lo que pasó ayer y no estoy preparada. Siento que se ubica detrás de mí y giro hasta que nos ponemos de frente—. Te pido disculpas por como actué ayer.

—Está bien, la culpa fue mía porque...

—Sinceramente, no recuerdo más nada después de haberme caído en la vereda. Me contó Estela que vos me trajiste y me ayudaste un poco, quería agradecerte a pesar de que no recuerdo absolutamente nada. —Se ríe con timidez y abro mi boca con sorpresa.

—¿No te acordas de... nada? ¿Nada de nada?

—No, nada en absoluto. —Se encoge de hombros y frunce el ceño—. ¿Hice mucho el ridículo? ¿Dije algo fuera de lo normal? La verdad es que no estoy acostumbrado a tomar y me emborraché rapidísimo, je.

Suspiro de alivio y a la vez me siento decepcionada. Pensé que el beso había sido especial, quizás él también había sentido lo mismo que yo, pero... Me quedo mirando su rostro, sus labios siguen moviéndose, pero no escucho lo que dice. Me dan ganas de pegarle para que recuerde y me diga que quiere besarme otra vez, que quiere volver a sentir mi boca sobre la suya.

—¿Vamos? —cuestiona, sacándome de mi ensoñación—. Me haría bien ir caminando con vos, la cabeza está a punto de estallarme y tengo miedo de desmayarme en la calle.

Asiento lentamente con la cabeza y me ubico a su lado. Comienzo a dirigirme a las escaleras, pero me detiene y hace un gesto para que vayamos por el ascensor. Lo sigo en silencio y entramos al cubículo. Presiono el botón para que baje al lobby, la máquina comienza a bajar con lentitud y, para terminar de comprender que el destino está completamente en mi contra, el ascensor hace un pequeño salto y se queda estancado.

—¿Q-qué pasa? —cuestiono, apretando el botón reiteradas veces y al borde de un ataque de pánico. Kevin se encoge de hombros.

—Lo de siempre. Se estanca el ascensor. En diez minutos vuelve a arrancar.

—N-no p-puedo es-perar —respondo sin sentir el aire—. Soy claustrofóbica.

—¡Ja, la que me faltaba! —protesta—. ¡Pero si vivís encerrada en una cocina con apenas una ventanita!

—¡Esa ventanita hace la diferencia! Además, en la cocina sé que tengo la puerta a mi alcance y puedo salir cuando quiera. Pero acá...

Miro las cuatro paredes que me rodean. Me siento completamente mal, aprieto el botón de alarma insistentemente, pero ninguna ayuda llega. Golpeo la puerta con fuerza a la vez que se me va más el aire.

—¡Tranquila, Olivia! ¡Me estás desesperando! —grita mi acompañante, sacudiéndome por los hombros—. ¡Ya vamos a poder salir!

—Voy a morir acá —respondo con voz entrecortada mientras mis ojos se llenan de lágrimas. Noto como rueda los ojos—. Me voy a morir.

El cupcake de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora