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14 de Enero, 2018.

Estoy en la cocina, inclinada sobre la ya rellena torta, con la punta de mi lengua apretada entre mis labios en un gesto de concentración mientras coloco el merengue lentamente sobre el bizcochuelo. Mis manos, firmes sobre la manga pastelera, trazan espirales delicados que terminan en un copo. Tiene que quedar perfecto.

Me enderezo con un suspiro cuando termino el último diseño. Limpio mis manos con el sucio delantal de cocina floreado que traigo puesto y prosigo a sacar los cupcakes de chocolate que están en el horno. Los saco de la bandeja con agilidad y los voy depositando en una rejilla para que se enfríen rápidamente. Mientras tanto preparo el ganache de chocolate blanco y no resisto la tentación de probar un poquito de la mezcla. Después me quejo de los kilos de más, pero ahora saboreo la preparación con los ojos cerrados.

Miro el reloj, apenas son las seis de la mañana pero ya va siendo hora de prepararme para ir al negocio. Termino las decoraciones y coloco los productos en cajas diseñadas exclusivamente para mi marca. Me saco el delantal con un movimiento, me doy una ducha en menos de cinco minutos y cuando ya estoy lista agarro las cajas y las meto en la canasta de mi vehículo: una linda bicicleta. Aprovecho que el día está hermoso y, a pesar del calor que ya se empieza a sentir, decido ir lento para observar el barrio tan tranquilo. Pedaleo hasta la zona céntrica y paro un instante en un puesto de diarios.

—Buenos días, Jorge —saludo. El hombre sonríe al verme, hace un año que soy una clienta habitual y nos llevamos muy bien.

—¿Cómo anda señorita? Me parece que hoy va a ser un día con mucho calor —dice, preparando los periódicos que siempre le compro.

—Sí, ya estamos llegando al punto del verano donde es imposible estar en la calle, en cualquier momento se me derriten los pastelitos —contesto entre risas con tono amigable y pagando los artículos. Los guardo en el canasto junto con las cajas y vuelvo a subir a la bici.

—Olivia, tenía que decirte algo, pero me olvidé —comenta el anciano rascándose la cabeza—. Y estoy seguro de que era algo importante, pero ni idea.

—No se preocupe, Jorge. Si se acuerda me lo dice mañana. —Asiente con la cabeza y me despido de él antes de seguir el camino hasta mi negocio.

Abro todos los candados y entro. Enciendo el aire acondicionado, cambio el diario de ayer por el reciente y guardo las cajas que traje de casa en la heladera. Bajo a la cocina y prendo el horno para seguir preparando cupcakes y tortas. Escucho la puerta y sé de inmediato que se trata de mi empleada en cuanto la escucho silbar, pero luego me doy cuenta de que son varios murmullos los que provienen de arriba y no dudo en subir para ver qué sucede. Romina y Cinthia están caminando lentamente hacia el mostrador en busca de algo para comer, todavía no notan mi presencia así que, en cuanto me dan la espalda, me lanzo hacia ellas y las agarro por el cuello. Ellas gritan y luego ríen al ver que era yo.

—Ay, Olivia. Me diste un susto terrible, estuve a poco de desmayarme —dice la colorada. Me río y niego con la cabeza.

—No seas tan exagerada, Romi. Yo me pregunto, ¿qué hacen acá si todavía el local está cerrado? —cuestiono arqueando una ceja. Mis amigas se miran entre sí y entrecierro los ojos—. Además es demasiado temprano para ustedes... ¿Qué están tramando?

—Nosotras no podemos creer que abras el local tan temprano y sobre todo un domingo, pero bueno... —responde Cinthia esquivando mi mirada y resoplo—. ¿Sabés qué día es hoy?

—Acabas de decir que es domingo. ¿Me van a decir de una vez qué les pasa? —interrogo ya cansada de los misterios. La rubia rueda los ojos y abre su mochila para luego sacar un objeto que reconozco al instante.

«El momento de mi pesadilla llegó», pienso mientras trago saliva.

—Hace quince años le prometimos a este pequeño duende que le íbamos a conseguir novio a cualquier amiga que esté soltera antes de San Valentín. Tenemos que cumplirlo. Nosotras ya estamos casadas, así que solo nos tenemos que dedicar a encontrarte pareja —dice Romina de golpe y sin respirar. Largo una carcajada sarcástica y me cruzo de brazos mientras niego con la cabeza.

—Ustedes están locas. Primero, no tengo tiempo para salir con nadie. Segundo, estoy completamente dedicada a mi trabajo y tercero... ¡era una promesa de mentira! Teníamos quince años, era verano y estábamos aburridas, ese duende no va a hacer nada malo si no cumplimos esa promesa —respondo, empezando a moverme de acá para allá para terminar de acomodar los productos en la estantería.

Ellas me siguen por todo el local intentando convencerme, pero hago oídos sordos y sigo con mi trabajo.

—¿Van a querer comer algo? —pregunto interrumpiendo sus súplicas. Las dos se miran y asienten con la cabeza.

—Obvio que sí —responde Romina—. ¿Cómo nos vamos a perder los pastelitos recién hechos de nuestra gran amiga?

Se sientan en una esquina y comienzo a preparar los cafés que me pidieron mientras coloco los cupcakes que quieren en la bandeja. No puedo parar de pensar en esa promesa, para colmo dejaron al duende en el mostrador y siento que no para de mirarme. Debo estar volviéndome loca —más de lo que estoy—, y una pizca de culpabilidad comienza a invadirme. Una promesa es una promesa, ¿no? Sacudo la cabeza, es imposible que esté considerando la posibilidad de que mis amigas me consigan un novio. Por Dios, yo no necesito a un hombre para ser feliz. Le llevo el pedido a mis amigas que no paran de hablar, son solo ellas dos y pareciera que el local está lleno de tanto que gritan al hablar.

—¿Hoy no viene tu asistente? —cuestiona Cinthia dándole un sorbo al café y poniéndose roja, seguramente porque se quemó.

Como si la hubieran llamado con la mente, la chica entra terriblemente agitada y me da un beso en la mejilla antes de desaparecer tras la puerta del baño.

—Sabe que llegó tarde —digo, encogiéndome de hombros—. Tengo que seguir cocinando, chicas. Disfruten su desayuno.

Bajo nuevamente a la cocina, donde hace un calor impresionante debido a que he prendido el horno hace media hora. Suspiro y comienzo a hacer las mezclas para hornear, pero un grito agudo proveniente de arriba me interrumpe y tengo que salir corriendo de nuevo para ver qué pasó. Empecé muy mal el día y me da la sensación de que va a seguir empeorando cada vez más.

El cupcake de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora