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Alrededor de las ocho de la noche cierro la pastelería, saludo a Laura y me subo a la bici para ir directo a casa. Hoy no tuvimos mucha gente, pero al menos hubo más que ayer, quizás se dieron cuenta de que soy mejor que el otro.

Mientras pedaleo por la tranquila calle decido poner el manos libres para hablar —más bien discutir— con Romina por haberme mandado a ese chico. Ella atiende al tercer tono.

—¡Hola Oli! —saluda como si nada hubiera pasado—. ¿Cómo estás?

—Romina, tenemos que hablar muy seriamente —digo con la respiración algo agitada por el ejercicio—. ¿Qué parte de no quiero citas no entienden? Además, mínimamente me podrían haber avisado, quedé súper mal con él, ¡ni siquiera estaba bien peinada!

—Es que si te lo decíamos no ibas a aceptar... pero decíme, ¿qué te pareció? —interroga con tono pícaro y noto que sonríe.

—Simpático, inteligente y... chiquito.

—¿Chiquito? Olivia, le llevás dos años nada más... ¡no es para tanto!

—¡Me gustan mayores que yo y lo saben bien! Y repito... ¡no quiero que me busquen pareja!

—Pero la promesa...

—¡Me importa un pepino la promesa! —la interrumpo y me doy cuenta de que estoy a los gritos por plena avenida—. La hicimos cuando teníamos quince años, ya fue...

—Ok, como digas. —Resopla molesta y se queda en silencio—. Entonces cancelo las próximas cinco citas que te preparamos.

—¿Cinco? ¿Ustedes están locas? ¿Se creen Cupido acaso? ¡Basta, hasta acá llegó mi paciencia! No quiero saber nada más de esto ni de ese maldito duen...

No termino de decir la palabra que la rueda delantera de la bicicleta se queda atorada por arte de magia y salgo disparada hacia un charco lleno de barro. Mi cara se estampa de lleno en el lodo y siento las rodillas arder por el golpe que me di. Levanto la cara como puedo y siento como la tierra entra a mi boca, haciéndome escupir todo lo más rápido posible.

Siento unas manos agarrándome por la cintura y me dejo ayudar, total, ¿qué más vergüenza puedo pasar?

—¿Estás bien? —cuestiona una voz masculina con tono preocupado. Lo miro con la vista nublada, asiento con la cabeza y luego me encojo de hombros—. Me imagino que no podés hablar con la boca llena de barro —comenta entre risas y vuelvo a asentir. Me pasa una servilleta de papel que saca de su bolsillo e intento limpiarme con eso. Aprovecho para sacar un poco de barro de mis ojos y lo veo mejor.

Sus ojos verdes se iluminan de diversión, se pasa la mano por su cabello rizado color oro y suelta una sonora carcajada cuando me saco una ramita de la boca. Vestido con una remera de manga corta, bermuda militar y apenas unas ojotas me hace pensar que es bastante sencillo e incluso hace que me caiga bien. Suspiro y esbozo una media sonrisa.

—Gracias por ayudarme —digo al fin. Él mete sus manos en los bolsillos del pantalón y se balancea sobre sus pies.

—No es nada. ¿Querés ir a mi casa para terminar de limpiarte? —cuestiona.

—No, estoy cerca de mi casa. Llego enseguida, gracias igual. De casualidad, ¿viste para dónde salió disparado mi celular? —interrogo mirando la calle hacia todos lados. Niega con la cabeza.

—Ni idea, pero me podés dar tu número y te llamo para ver si te suena —responde con tono inocente, pero cuando vuelvo a mirarlo está esbozando una perfecta sonrisa dejando entrever que eso va con doble intención. Me río.

—Bueno, pero conste que te doy mi número solamente para que me llames y encontrar mi teléfono —contesto y le paso los dígitos.

Él llama y mi teléfono no suena, lo que me hace preocupar hasta que lo veo flotando en el charco de barro.

—¡Noooo! —grito con tristeza mientras lo agarro, pero lo que más me duele es que me lo compré hace apenas un mes. Mi acompañante hace una mueca de decepción.

—Ahora no te voy a poder llamar —dice, sonriendo nuevamente y me roba una sonrisa a mí.

—Qué lástima —replico con sarcasmo, aunque por dentro me siento algo mal de aquella situación—. Bueno, me voy a mi casa, nos vemos.

Me acerco a mi bici, que está tirada en el medio de la calle y con la rueda delantera pinchada. Resoplo al pensar que voy a tener que caminar las cinco cuadras que me quedan. Le doy dos patadas y la levanto con furia. Estoy por empezar a caminar cuando el muchacho que me ayudó me detiene.

—Disculpá, ¿cómo te llamás? —me pregunta.

—Olivia. ¿Vos?

—Joaquín.

Estira la mano en modo de presentación y se la estrecho rápidamente, ya que todavía tengo las manos sucias por la caída. Tiro la bici de nuevo, me arrodillo para acomodar los cordones de mis zapatillas y escucho un grito ahogado proveniente de mi compañía. Lo miro con las cejas arqueadas y él se aclara la voz.

—Olivia... tenés... tenés caca en la cabeza. —Me río.

—Eso me lo dijeron muchas veces ya.

—No... en serio, literalmente tenés caca en la cabeza —responde seriamente.

Me incorporo en menos de un segundo y me toco el pelo para ver si tiene razón. Largo un grito cuando siento algo viscoso y al mirar mi mano veo que es marrón.

Me hago a un lado para vomitar y noto como Joaquín abre los ojos de par en par.

—Soy un asco —digo sintiendo como mis ojos se llenan de lágrimas por la vergüenza. Agarro la bici y salgo corriendo de la vista de aquel chico.

Cuando llego a casa lo primero que hago es lavar mi celular rápidamente y meterlo en arroz, ya me había servido ese truco un par de veces así que espero que vuelva a funcionar. Luego me doy una ducha de por lo menos una hora hasta sentir que estoy completamente limpia y sin mierda de animal en mi cabeza. Suspiro mientras me seco el cuerpo desnudo con la toalla y pienso en que hoy conocí a tres hombres. ¡Tres hombres en un solo día! ¿Acaso eso es posible? Hablé con más tipos en un día que en toda mi vida, ¿qué está pasando? Aunque en realidad solo Joaquín llamó mi atención y espero no volver a verlo nunca más, porque después del papelón que pasé delante de él... no creo que quiera volver a verme.

Pablo me cayó bien, pero sinceramente siento que no es para mí. Y el otro idiota del pastelero... bah, mejor ni gasto mi tiempo pensando en él.

Me acuesto sin cenar y pienso en que mañana será otro día. Y espero que uno mucho mejor.

«Prometo no volver a hablar mal del duende de nuevo», pienso, «¡Carajo! Hice otra promesa con ese muñeco».

El cupcake de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora