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Me aclaro la voz y me encojo de hombros para darme más tiempo de decidir lo que voy a hacer. Él resopla con impaciencia y sigue batiendo la crema.

—La verdad —empiezo—, la verdad es que no me podía dormir por culpa de tu adorada novia y tu hermano. Estaban peleando a los gritos, es imposible dormir así. Además, ¿por qué están en tu casa?

—Les di la llave porque necesito que me traigan una bolsa de harina. Es raro que no hayan vuelto todavía... —Frunce el ceño y luego sonríe mientras sacude la cabeza— Lo de las peleas es completamente normal, no te preocupes. ¿Esta vez por qué era? Debe ser porque Joaquín se pasó de copas en la boda de nuestro compañero.

—Mmm... —Me muerdo el interior de la mejilla para intentar no hablar de más, pero la sinceridad es más fuerte que yo—. Se peleaban porque... bueno, escuché que le pediste casamiento a Estela.

—¿Y por qué pelearían por eso? Habrás escuchado mal.

—Kevin... creo que ellos están engañándote —suelto sin pensar. Odio la traición con todo mi corazón, este hombre merece saber la verdad sobre quienes lo rodean. Se detiene en seco y me mira con seriedad. Luego estalla en carcajadas.

—Claro, aceituna. Por supuesto que me engañan. —Rueda los ojos—. Veo que seguís con ganas de pelear, y yo que pensaba que podíamos empezar a ser amigos... en fin, quiero que te vayas, ya sabés dónde está la puerta.

—Pero Kevin...

—¡No sabés nada de mi vida, Olivia! No podés venir a decir que mi hermano se acuesta con mi novia como si nada y, ¿por qué debería creerte? Ni siquiera nos conocemos. Además no te caigo bien y eso está claro, quizás solo... quizás solo lo decís para hacerme sentir mal y seguir destruyendo lo que tengo.

—¡Con más razón deberías creerme! Además, odio el engaño más de lo que te odio a vos.

Nos miramos a los ojos por unos segundos y luego golpea el puño contra la mesada. Puedo notar en sus ojos que no quiere creerme, pero que sabe que es cierto. Se rompe mi corazón al ver como su mirada se apaga.

—¡Carajo! —dice—. Joaquín siempre quiso lo que yo tenía, ¿pero robarme a mi prometida? No, no puedo creerlo...

La música épica suena y él se tensa.

—Deben ser ellos —comenta.

Sale a paso rápido de la cocina y se escucha la voz de Estela decirle mi amor con toda la falsedad del mundo.

Mi espíritu pastelero no aguanta y aprovecho la ausencia de Kevin para darle una probada a su crema. No está mal, pero creo que le falta un poco más de azúcar.

Escucho que siguen hablando, por el momento no pronunció nada sobre el supuesto engaño del que le avisé. Más bien, por el contrario, quiere adelantar el casamiento lo más pronto posible. Con la oreja pegada a la puerta para escuchar mejor y una cuchara con crema en la mano intento distinguir las palabras lo más posible ya que están hablando en susurros.

Solo escucho palabras de amor y cursilerías que me hacen vomitar y a la vez tener un poco de envidia de Estela. Mi mente se queda en blanco por un momento, hasta que escucho que la puerta principal se cierra y pasos acercarse a la cocina. Cuando vuelvo a la tierra, me doy cuenta que comí la mitad del relleno. ¡El idiota va a matarme! Tengo que pensar un plan, ¡rápido!

Agarro el recipiente con la preparación y, apenas Kevin atraviesa la puerta, se lo pongo en la cabeza, llenándolo de crema por completo.

—¡Olivia! —grita con furia, sacándose la mezcla de los ojos con velocidad.

Salgo corriendo antes de que me agarre, me subo a la bici y comienzo a pedalear lo más rápido que puedo mientras me río. Realmente estoy loca y sé que con esto le declaré la guerra oficialmente, pero la verdad es que me quiero divertir y debo admitir que me gusta verlo enojado, aunque me haya tomado por sorpresa ese pequeño momento de risas compartidas que tuvimos.

En cuanto llego a mi casa cierro bien la puerta y me tiro en la cama para seguir riéndome con lo que hice. Quince minutos después, el timbre suena con insistencia y sé de inmediato que es él.

—¡Olivia! ¡Abríme, vengo para que hablemos como personas civilizadas! ¡Te creo con lo del engaño! —dice del otro lado. Con un poco de temor, me levanto y voy a abrir la puerta.

Lo veo tranquilo, así que me relajo y le hago un gesto para que pase. Sus manos están escondidas tras su espalda, pero no me preocupa. Vuelvo a cerrar y lo miro.

—¿Por qué me creés de repente? —cuestiono con tono indiferente—. Pensé que no te importaban mis opiniones.

Dos segundos después, me encuentro bañada en café. Detrás de su espalda había escondido un pequeño jarro con ese líquido frío, el cual me tiró por la cabeza. Al principio pego un salto por la sorpresa, pero al instante paso mi lengua por mis labios y sonrío.

—Te quedó rico, mejor que la crema está —comento. Él me mira con expresión confundida y no logra reprimir una sonrisa.

—Estás completamente loca, en serio —dice negando con la cabeza en un gesto de incredulidad—. Te comiste mi crema, ¿no? ¿Y por eso me la tiraste por la cabeza?

—Síp —replico inocentemente, marcando la P final—. Yo te apuesto a que la hago más rica que vos.

—¿Por qué sos tan competitiva? Si realmente querés saber quién es mejor de los dos, te reto a que te presentes en el concurso del día de los enamorados que está organizando Osvaldo Gross.

Casi me desmayo cuando pronuncia ese nombre. Es el mejor pastelero que conozco y es mi favorito, siempre veo sus programas en el canal Gourmet y si me inscribo en el concurso va a evaluar mis tortas. Kevin tiene que sostenerme para que no me caiga y me arrastra hasta el pequeño sillón que tengo frente a la tele.

—La que faltaba —masculla—, que te desmayes porque nombré a un pastelero famoso. Cada segundo me convenzo más de que te falta un tornillo.

—¿Cuándo es la competencia? ¿En dónde?

—El catorce de febrero, y la dirección después te la paso. —Se acerca a mí a tal punto que siento su aliento en mi cara y sus labios se encuentran a centímetros de los míos, provocando que mi respiración se detenga. Curva su boca en una sonrisa torcida y me guiña un ojo—. Te espero, no me decepciones.

Se aleja y comienza a irse, sacudo mi cabeza para recuperarme de la cercanía de recién y lo alcanzo. Lo agarro del brazo antes de que salga por la puerta. Él me mira con tanta profundidad que siento mi corazón a punto de salir de mi cuerpo.

—Tenés que creerme con lo del engaño —le pido.

Suelta su brazo de mis manos y sale sin decir palabra. Suspiro y golpeo mi cabeza contra la puerta. ¿Qué me está pasando? ¿Por qué de repente me hace sentir extraña estar cerca de él? ¡Esto no puede estar pasando!

El cupcake de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora