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Por la noche, mis amigas están en mi casa convenciéndome de que Laura tiene razón y de que me tienen que conseguir novio o las cosas seguirían empeorando.

—Ustedes están usando la excusa de la nueva pastelería para conseguirme pareja, ¡y yo no quiero! Voy a remontar mi negocio yo sola, no con la ayuda de un duende raro —digo, llevándome una porción de pizza a la boca. Ellas me miran con los ojos entrecerrados y suspiro—. ¿Qué gano si acepto su propuesta? —cuestiono.

—¡Amor verdadero! —responde Cinthia con énfasis. Ruedo los ojos y resoplo—. Dale, Oli. Es una promesa, no la podemos romper.

—No es no —replico con tono cortante—. Ya me cansé, todo el día me llenaron la cabeza con este tema y no voy a dar el brazo a torcer. Si quisiera un novio ya me lo habría conseguido, ¿sí? Ahora solo quiero concentrarme en mi trabajo para que todos mis esfuerzos no se vengan abajo por culpa de ese idiota.

—¿Hablaste con el dueño de esa pastelería? —pregunta Romina luego de tomar un trago de cerveza. Niego con la cabeza y me encojo de hombros.

—No, mañana lo voy a hacer. Me robó a todos mis clientes.

—Se nota que no eran muy fieles tus clientes —comenta la rubia aguantando la risa y la miro con cara de pocos amigos.

—Me voy a infiltrar en ese local. Voy a hacer de cuenta que soy una persona normal, voy a probar alguno de sus productos y me voy a fijar si son mejores que los míos —digo decidida. En mi mente se ve como una buena idea, aunque ellas cruzan miradas y luego arquean las cejas.

—¿Estás segura? —cuestiona la colorada y asiento enérgicamente con la cabeza—. ¿Y qué pasa si son mejores que los tuyos?

—Nada, voy a tener que conseguirme otro trabajo —Me encojo de hombros—. Hablando de eso, ¿mañana no trabajan ustedes? ¡Son casi las doce de la noche! ¿Qué hacen acá todavía? —Me levanto de un salto y me miran estupefactas, todavía con media porción de la comida en la mano.

—¿Nos estás echando? —interroga Cinthia como si estuviese herida, pero sonriendo.

—Creo que eso es claro. —Me río—. Vamos, terminen de comer y cada una a su casa o sus maridos van a pensar que las secuestré o algo así.

Las acompaño hasta la puerta y las abrazo.

—Por favor, Oli —me dice Romina—. Pensá en la propuesta que te hicimos, por favor, dejanos cumplir la promesa. —Ruedo los ojos y suspiro.

—Ya veremos —replico, cerrando la puerta.

Al otro día, la rutina sigue. Esta vez no me detengo a hacer algún pastel, ni siquiera me paso por el puesto de diarios, voy directo al nuevo local que abrieron. Entrecierro los ojos al llegar y leer un papel que dice: Abierto 24 horas.

¿En serio? ¿Una pastelería abierta todo el día? Comienzo a irme hacia mi negocio cuando una puerta se abre y sale un muchacho que se me queda mirando con las cejas arqueadas.

—¿Vas a pasar? —cuestiona. Trago saliva y asiento lentamente—. Toma asiento, ya te traigo la carta —dice.

Me dirijo a un sofá que se encuentra en el rincón y me acurruco ahí, mirando hacia todos lados. El lugar es mucho más grande que el mío, pero la decoración es demasiado exagerada. No veo ni siquiera un tono pastel en las paredes, todo es rojo y dorado, las luces son blancas y muy fuertes y de fondo suena una música electrónica que a esta hora no es nada buena. Apenas hay dos clientes tomando un café y, por suerte, no los conozco o estaría gritándoles ¡traidores! a los cuatro vientos.

Suspiro y tambaleo mis dedos sobre la mesa esperando al chico. De lejos puedo ver a una mujer rubia en la caja, tiene el pelo bien peinado hacia atrás y un vestido con bastante escote, nada adecuado para una pastelería. El muchacho que me atendió antes se acerca a ella y le da un beso en los labios antes de dirigirse a mí. Me entrega el menú con una sonrisa forzada y vuelve a irse.

Ruedo los ojos y miro lo que tienen. Escondo una sonrisa burlona al ver que casi no tienen nada. Llamo de nuevo al tipo y le pido un cheesecake con un café con leche, que me entrega a los diez minutos. Mucho tiempo de espera, el mío en menos de cinco minutos está. 

«Olivia, ¿podés dejarde comparar?», me pregunto a mí misma. Entro en modo degustación y comienzo a comer la porción de torta... nada mal, pero le falta algo de sabor.

Pido la cuenta, pago y el chico se me queda mirando con actitud extraña.

—¿Te di mal la plata? —interrogo con tono tranquilo pero con un dejo de impaciencia. Él niega con la cabeza y se encoge de hombros.

—No... solo que me parecés conocida de algún lado —responde, levantando los cubiertos sucios que dejé. Sus ojos oscuros se cruzan con los míos y me rasco la cabeza, haciéndome la pensativa.

—La verdad que no tengo idea. Quizás cuando alquilaron este local dieron la vuelta manzana para saber qué negocios había cerca y me viste —replico con sarcasmo.

—¡Ah! ¿Tenés un local cerca? —cuestiona interesado, volviendo a depositar las cosas en la mesa.

—Sí.

—¿De qué es? —Comienzo a ir hacia la salida y él me sigue.

—No te importa, la verdad. —Suspira y me mira con el ceño fruncido—. Una pastelería, justo a la vuelta. ¿Acaso lo hicieron a propósito? Porque la verdad es que yo estuve años para montar ese hermoso local para que vengan ustedes con su maldita modernidad que no pega nada con tortas y para que pongan esa maldita canción de Cake by the ocean que, por cierto, ya pasó de moda —suelto sin respirar y sin arrepentirme. El chico me mira como si estuviera loca. Voy a paso rápido hacia la puerta y salgo, pero antes me doy vuelta y termino con lo que empecé—. Ah, y el cheesecake no estaba bueno.

Salgo a toda velocidad y empiezo a reírme en el camino, soy terrible. Pienso en la cara de confusión del pobre hombre y sigo riéndome. Laura me está esperando en la entrada y corre hacia mí cuando me ve.

—¿Estás bien? ¿Qué pasó? Pensé que te había pasado algo, nunca llegaste tarde.

—Tranquila, Lau —digo, sacando las llaves del bolsillo y abriendo mi local—. Ahora te cuento, primero acomodemos todo.

No pasan ni cinco minutos de abrir cuando un hombre entra y va hacia el mostrador. Sonríe tímidamente y sus ojos azules se iluminan de un momento a otro.

—Buenos días, estoy buscando a Olivia —comenta, cruzándose de brazos y poniéndose colorado. Lo miro confusa.

—Sí, soy yo. ¿Qué pasa? En breve van a estar los productos, si quiere tome asiento. —Él ríe y niega con la cabeza.

—No, no estoy para comer. Me mandaron Romina y Cinthia, supuestamente teníamos una cita a ciegas o algo así... ¿te olvidaste?

Me quedo estupefacta y no sé qué hacer. ¡Las voy a matar!

El cupcake de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora