Gabriel me hace poner el celular en una caja a la vez que cierra la reja y lo miro con odio. Yo sabía que eso de meterme en casa ajena no iba a terminar bien. Y ahora estoy encerrada en una maldita celda, presa por el mismo hombre que me dio aquella idea.
—Voy a sacarte de acá —susurra antes de irse.
Bufo mientras miro a mi alrededor. Lo único que hay es un colchón roto tirado en el piso y un inodoro sin tapa. Espero que mis amigas paguen la fianza o me voy a morir acá. Me dirijo al colchón y me siento sobre él, con la espalda apoyada en la pared y pensando que es el momento ideal para tocar una armónica... si supiera tocarla, claro. En todas las películas de presos siempre hay uno que toca ese instrumento con melancolía y ahora entiendo por qué, este lugar es un asco, y eso que solamente estoy en una cárcel común de barrio.
Suspiro con pesadez y cierro mis ojos. El olor a moho que hay inunda mi nariz y comienzo a estornudar. Maldita alergia.
Estoy más preocupada por mi pastelería que por estar encerrada. Otra vez mi negocio quedó en manos de Cinthia y Romina y, como sé que están tramando algo, me da mucha desconfianza que ellas estén atendiendo, pero bueno, no me queda otra opción. Creo que Laura, a pesar de ser menor, es la única sensata de todas y la única que mantiene la razón en momentos así. Cuando vuelva de sus vacaciones y le cuente todo esto se va a volver loca.
Escucho las risas de los comisarios provenientes del otro lado de la puerta y ruedo los ojos. Seguramente Gabriel no está haciendo nada para ayudarme, debe de estar divirtiéndose con los demás como si fuera una fiesta. Todo es su culpa y, si no me ayuda, juro que lo voy a mandar al frente. Un muchacho de traje, con unos ojos grises increíbles y una maleta de cuero en la mano, se para frente a mí y me mira con seriedad.
—Soy tu abogado. —Lo miro con incredulidad. ¿Este es mi abogado? ¡Tiene pinta de estar recién recibido!—. No me mires así, sé que parezco joven, pero no lo soy.
—¿Sos un vampiro? —interrogo con tono sarcástico y a la vez divertido. Chasquea la lengua y noto que está intentando no sonreír.
—Mi nombre es Lautaro, soy el abogado público. —Extiende una mano y se la estrecho en modo de saludo—. En realidad te estaba dando la mano para que te levantes, pero no importa.
—Ah. —Siento mi cara ponerse un poco roja y me pongo de pie de inmediato. Debería haberme imaginado que este abogado con aspecto de nene bueno no se iba a sentar ni aunque lo obligaran en el colchón sucio—. ¿Entonces qué pasa? ¿Me van a tomar declaraciones? —interrogo y asiente con la cabeza—. Sinceramente no sé qué decir, entré a la casa de mi vecino porque escuché ruidos raros y quería saber si estaba todo bien.
Lautaro me mira con expresión de no creerme, pero aun así anota todo en un pequeño bloc de notas. Qué anticuado.
—¿Y encontraste algo?
—No, me metí debajo de la cama para averiguar si había alguien escondido ahí, pero justo escuché que entraba gente y, por miedo, me quedé ahí, que fue cuando se perdió mi pulsera. Y de paso descubrí que... bueno, cosas que no tienen nada que ver.
—¿Qué descubriste? —cuestiona él con tono interesado. Suspiro. Si quiero salir de acá rápido mejor darle todos los detalles posibles para que suene creyente.
—Que la novia del dueño del departamento lo engaña con su hermano. Quedé completamente traumada porque tuvieron sexo sobre mí y no puedo olvidarme de eso por el asco. Gracias al duende que me ayudó todo paró.
El abogado me mira sin saber qué decir y se rasca la cabeza.
—¿Duende? —Cierro mis ojos y me muerdo la lengua. No puedo estar contando esas cosas, ¿por qué soy tan bocona?
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El cupcake de Cupido
ChickLitLa vida de Olivia se pone de cabeza cuando Kevin decide abrir una pastelería a la vuelta de la esquina de la suya. No solo tendrá que lidiar con la competencia, también habrá nuevos sentimientos sobre la mesa, acompañados de la promesa de un nuevo a...
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