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Día 1 del cupcake de Cupido: un éxito... en fracaso. No fue ni una sola persona a poner su número y apenas entró gente para comprar torta. Además, la traidora de Estela solo me mintió diciendo que iba a devolverme a mis clientes, aunque en realidad soy una tonta por creer que lo haría. Mi pastelería está cayendo en picada y tengo que hacer algo para salvarla. ¿Pero qué? ¿Qué puedo hacer?

Me acuesto en mi cama con el único fin de relajarme y pensar en alguna buena propuesta, pero me quedo dormida ni bien cierro los ojos hasta que un horrible alarido masculino proveniente del vecino me despierta. Con la vista nublada miro la pantalla del celular y veo que son las diez de la noche. Bueno, pensé que era más tarde.

Los gritos son cada vez más fuertes y escucho como si estuviera cantando. Sí, efectivamente el idiota está cantando I will always love you de Whitney Houston, aunque suene más como un perro sufriendo. Es bastante tonto si piensa que me enoja que cante en la ducha, de hecho, hasta me parece gracioso que quiere vengarse de mí de este modo.

En un acto de bondad para que el pobre recuerde la letra, y de paso para acallar sus ladridos, decido poner la canción que está cantando a todo lo que da mientras me preparo algo para comer. La canción termina y vuelve a empezar, ya que la puse en modo repetición, lo que provoca que al final termine llorando, más por la cebolla que estoy cortando que por la emoción de la música, pero relaciono ambas cosas para auto explicarme la razón por la que estoy llorando a mares. ¿Qué me pasa?, ¿tan vieja estoy como para llorar por una canción? No, no es vejez, es simplemente tristeza por no poder remontar mi pastelería, esa que hice crecer con tanto amor.

Seco las lágrimas con mis manos, sin acordarme que están impregnadas de cebolla, y comienzo a gritar por el ardor en mis ojos. Intento lavarme con agua fría lo más rápido posible, pero eso no detiene la ceguera que está empezando a emerger por no poder abrir bien los ojos. Como puedo apago el reproductor de música, escucho que el vecino ya no canta más y eso me tranquiliza un poco, pero a duras penas me dirijo al cuarto de baño para buscar el frasco de gotitas para los ojos en el botiquín. Ni bien lo encuentro, humedezco mis ojos con ese líquido y poco a poco comienzo a recuperar la vista y el ardor va desapareciendo.

Con un suspiro de alivio, me siento en el borde del inodoro y me pongo a pensar en lo anterior, ¿cómo remontar mi negocio? No puedo jugar sucio, no es mi estilo y además me da lástima que el idiota pierda dinero, a pesar de que lo odio. En un ataque de desesperación, voy a mi cuarto y agarro al duende de la promesa que había tirado debajo de la cama. Lo sostengo firmemente con las dos manos y lo pongo a la altura de mi rostro para tenerlo bien enfrente.

—Duende, vos hiciste esto. ¡Ahora te pido que lo arregles! ¡Duende maldito! —digo en voz alta mientras lo sacudo con furia.

Resoplo cuando termino de descargarme y, ya sintiéndome mejor, vuelvo a la cocina y sigo con la preparación de la comida. Pico lo que queda de cebolla y morrón y lo meto en una cacerola con un poquito de aceite para que se vaya cociendo. En ese momento, el timbre de casa suena. ¡El muñeco ya empezó con su magia! Limpio mis manos con un trapo y voy a abrir. Me quedo dura cuando veo a ese hermoso hombre de ojos verdes apoyado en el marco de la puerta y sonríe cuando me ve. Me da un beso en la mejilla a modo de saludo y arruga la nariz a la vez que da un paso atrás. Lo miro con las cejas arqueadas.

—Mmm, creo que alguien no se puso desodorante hoy —comenta.

—¿Perdón? —cuestiono confundida. Y luego recuerdo—. ¡Ay, no! Es que estoy cocinando cebolla. —Me río tímidamente y le hago un gesto para que pase. Él accede con algo de duda en su rostro.

—Vine a visitar a mi hermano y de paso aprovecho para visitar a la chica más linda del departamento —dice encogiéndose de hombros. Mi risa se convierte en un ruido nervioso y, al comenzar a sentir olor a quemado, voy corriendo a la cocina.

En la cacerola se encuentra la cebolla absolutamente negra y pegada, a la vez que un humo negro y de aroma horrible sale de ahí y comienzo a moverme hacia todos lados para intentar aminorarlo. Me muero de vergüenza y quiero que la tierra me trague al notar como Joaquín me mira desde el umbral con expresión divertida y con los brazos cruzados. Meto la olla bajo el agua fría, haciendo que el aceite hirviendo del fondo explote y me caigan gotas calientes en el brazo.

—¡Ay! —exclamo con dolor mientras me froto la quemadura.

Mi invitado estalla en carcajadas, tanto que se le caen las lágrimas y tose por falta de aire. Aplaude con fuerza y espero a que se calme para darle alguna explicación, pero se adelanta.

—Menos mal que sos pastelera, porque si fueras cocinera te iría realmente mal —dice aun soltando pequeñas risitas—. Otra cosa más se suma a la lista: patea bicis, caca en la cabeza y mala cocinera. —Enumera con los dedos. No puedo evitar sonreír y niego con la cabeza.

—Siempre quedo en vergüenza adelante tuyo, pero juro que usualmente cocino bien, solo que esta vez me distrajiste y olvidé que estaba cocinando —replico—. Y ahora, por tu culpa, no tengo cena.

—Eso no es problema, te puedo invitar a comer. —Sonríe seductoramente y me guiña un ojo, provocando que me sonroje.

—No, gracias. No quiero más problemas con tu hermano. —Él frunce el ceño.

—¿Qué tiene que ver mi hermano? Si yo soy el que decide con quién estar. ¿Otra vez está hablando mal de mí? Son puros celos porque soy más lindo que él.

—Mejor otro día. —Pone mala cara y se encoge de hombros.

—Como quieras. En fin, solo venía a decirte que Kevin va a participar en un concurso de pastelería por el día de los enamorados. Si deseas saber quién es mejor de los dos, es tu oportunidad —suspira y comienza a irse—. Nos vemos, Olivia.

Se va sin darme la oportunidad de despedirme. Es algo raro este hombre, quizás tienen razón con respecto a su personalidad, ¿pero a quién le importa? Me dio la respuesta que estaba buscando para salvar mi pastelería: debo ganarle al idiota en ese concurso para poder recuperar todo lo que es mío. ¡Manos a la obra! Mejor dicho... ¡manos a la masa!

El cupcake de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora