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31 de Enero, 2018.

Muerdo mis uñas mientras espero al tal Miguel en el banco de la plaza. Según mis amigas, lo voy a reconocer fácilmente porque tiene anteojos, pero no tuvieron en cuenta que todos los malditos hombres de este lugar tienen anteojos. Miro mi celular por décima vez en cinco minutos. La cita era a las ocho, son las ocho y diez y todavía no llega. Para mí la puntualidad es muy importante y con esto ya resta puntos.

Cuando levanto mi mirada, noto a un muchacho con lentes buscando algo con expresión perdida. Me ve, se acerca a mí y carraspea la garganta.

—¿Olivia? —interroga con tono nervioso.

—Esa misma —respondo con una sonrisa—. ¿Vos sos Miguel?

—El que viste y calza.

Lo miro disimuladamente con atención. Detrás de los anteojos culobotella que tiene esconde unos ojos tan negros que no llego a distinguirle las pupilas. Esboza una sonrisa tímida y noto que sus dientes están chuecos, algo normal que no me preocupa. Tiene el pelo corto, peinado hacia el costado y se nota que se puso bastante perfume. Me levanto para saludarlo como corresponde y me sorprende lo alto que es, llego a la altura de su pecho y me da un poco de vergüenza. De cuerpo está bien, aunque no le haría mal engordar un poco. Lleva una camisa por dentro del pantalón y se rasca la nuca ante el incómodo silencio.

—¿Te parece si vamos a tomar o comer algo? —interrogo. Él hace una mueca y arqueo las cejas.

—Umm, mejor sentémonos en el banco a charlar.

—Tranquilo, yo pago mi parte. —Niega con la cabeza.

—Es que no... No traje dinero.

¿Qué? ¿Qué clase de persona va a una primera cita sin dinero? Ni siquiera trajo algo para invitarme aunque sea a un helado, como para causar buena impresión. Suspiro.

—No te preocupes, yo invito —replico con tono optimista. Hay que hacer el esfuerzo, no parece mal tipo.

—Bueno. Te prometo que en la próxima salida te invito yo —dice con tono avergonzado—. Podemos ir a algún lugar que no sea tan caro. Sé de una nueva pastelería en la zona, dicen que los precios no son...

—Ni loca. Ahí trabajan mis enemigos.

Se me queda mirando con expresión confundida y luego asiente con lentitud.

—Entiendo. ¿Y si vamos a mi casa? —cuestiona nuevamente entusiasmado—. Soy chef, puedo cocinar algo rico. ¿Por qué no se me ocurrió antes?

—Quizás la próxima —respondo. No pienso ir a la casa de este hombre en la primera cita, ni siquiera lo conozco—. Bueno, vamos a un bar que está acá a la vuelta, tiene un buen ambiente, es tranquilo y podemos comer algo.

—Genial. Aunque los bares no me gustan, no tomo alcohol.

—Tranquilo, no solo venden bebidas alcohólicas, es un lugar familiar a esta hora. A partir de la medianoche se vuelve más adulto y empieza la fiesta.

—Está bien, vamos.

Nos dirigimos al lugar con lentitud y en silencio. Se nota que ambos nos sentimos algo incómodos, pero espero que vaya pasando con el tiempo y a medida que entramos en confianza.

Cuando llegamos, nos sentamos en una mesa que está contra el vidrio que da a la calle. Leo rápidamente el menú que ya está sobre la tabla y elijo lo que voy a pedir.

No puedo dejar de mirar a los transeúntes que pasan, es más interesante eso que Miguel, quien está tecleando el celular con rapidez. Resoplo, él se da cuenta y guarda el teléfono.

El cupcake de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora