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Cuatro horas después de aquella tortura, me encuentro en la cocina decorando la primera media docena de los cupcakes de Cupido. Si es necesario voy a estar despierta toda la noche con tal de que queden perfectos, porque mañana va a ser el lanzamiento. Además, tengo que hacer pruebas de cómo quedaría un papel dentro del pastelito, ya que allí van a estar los números de los participantes.

Agarro la manga pastelera y la lleno con mousse de chocolate mientras me muevo al ritmo de Never gonna give you up de Rick Astley. Me gusta la música vieja, creo que es mil veces mejor que lo nuevo, aunque admito que a veces bailo con Despacito de Luis Fonsi ya que también tengo mis momentos de locura con música de moda. Estoy escuchando Spotify desde que escuché los gemidos y, aunque ya pararon, no pienso apagar los parlantes. Que se joda. Comienzo a hacer un rulo sobre el cupcake. 

En menos de cinco minutos están todos decorados, así que agarro de la alacena las granas rojas en forma de corazón y las tiro por arriba de la mousse para darles el toque final. Pruebo uno y admiro mi creación por un instante con los ojos cerrados: la masa húmeda de chocolate junto a la mousse suave del mismo gusto crean una explosión de sabor en mi boca y las granas de azúcar crujientes provocan que el cupcake tenga un toque sorpresivo de solidez. Me encanta, pero también debería hacer otros con diferentes sabores para los que no son fan del chocolate.

Comienzo a hacer la mezcla de la vainilla cuando el timbre de mi casa suena. Limpio mis manos en el delantal y abro la puerta para ver quién toca. Me quedo anonadada cuando veo a un oficial de policía parado del otro lado del umbral.

—Buenas noches —saludo con tono de sorpresa—. ¿Qué pasa, oficial?

—Buenas noches, señora. —¿Señora? ¿Tan mal me veo? Maldito policía—. Acabamos de recibir una denuncia por ruidos molestos, al parecer algún vecino está enojado con su música de... —Se detiene a escuchar lo que suena y sonríe—. ¿Quién puede estar enojado con una vecina con tan buen gusto musical? —Me río con expresión aliviada y asiento con la cabeza.

—Muchas gracias —respondo—, me alegro de que a alguien también le guste George Michael. Lástima que voy a tener que bajar. De casualidad, ¿sabe el nombre del vecino que me denunció?

El hombre suspira y se saca su gorra policial, dejando notar su cabello corto, rubio y rizado que hace juego con sus ojos verdes. Pienso que está algo gordito para ser policía, pero ¿qué me importa? Además, quizás sea su complexión física, ya que se ve ancho de hombros y es bastante alto. Pasa una mano por su cabello y vuelve a acomodarse el gorro.

—Sinceramente no le puedo decir —dice con tono triste—, pero este departamento es pequeño y... bueno, puede ser su vecino más cercano. —Obviamente fue Kevin el que me denunció.

—Mire, oficial... —Me quedo en silencio esperando su nombre y él se da cuenta algo tarde de que me lo debe decir.

—Hernández, Gabriel Hernández —replica rápidamente con vergüenza.

—Mire, oficial Hernández —prosigo—, tengo cinco muffins de chocolate recién hechos y si usted me dice quién fue, puedo...

—¿Me está sobornando, señora? —interroga frunciendo el ceño y trago saliva al ver su mirada severa—. ¿Sabe que puede ir presa por sobornar a un oficial?

—Perdón, no era mi intención... —contesto bajando la mirada y siento mi cara arder. ¿Por qué siempre me meto en líos?

—Pensándolo bien... —dice con tono divertido—. Tengo bastante hambre y no me vendrían nada mal. —Lo miro nuevamente y me guiña un ojo. Me río y le hago un gesto para que me espere un minuto.

Entro corriendo a la cocina, saco una caja donde pongo mis tortas y lo lleno con las nuevas preparaciones. Aprovecho para meter uno de los folletos que me hizo Pablo para hacer publicidad y vuelvo a la puerta para entregarle la caja a Gabriel, que la toma con velocidad y una sonrisa avergonzada.

—El vecino se llama Kevin —comenta—. Bueno, señora, que esto quede entre nosotros —pide y hago un gesto afirmativo—. Y baje un poco la música, por lo menos para que sepan que hice mi trabajo.

—Está bien, oficial. No se preocupe y gracias por ser buena onda.

Él se ríe y se despide murmurando un buenas noches. Cierro la puerta lentamente y resoplo mientras me acerco al equipo de música y bajo el volumen. Esto no va a quedar así, ¿se piensa que tiene derecho a denunciarme cuando fue él quien empezó? Me saco el delantal de cocina y salgo hecha una furia para ir a tocar la puerta de su departamento.

Después de golpear los puños con fuerza tres veces, el idiota abre la puerta con una sonrisa burlona. Se nota que estaba acostado, ya que sale vestido solo con una bermuda de algodón y nada más. Ruedo los ojos y no puedo evitar echar una mirada a su cuerpo, porque aunque lo odie, admito que no está nada mal con esos abdominales al estilo tabla de lavar y los huesos que sobresalen de su cintura dirigiéndose a su pelvis provocan en mí un revuelo de hormonas que intento controlar. Vuelvo a fijar mi vista en sus ojos oscuros y me cruzo de brazos.

—¿Qué pasa? —interroga manteniendo la sonrisa.

—Sos un irrespetuoso. ¿A vos te parece que tenga que aguantar los gritos de tu mujer cuando tienen sexo? ¡Es un horror! Y además me denuncias por tener música. Sos cualquier cosa —contesto elevando el tono con cada palabra.

—¿No te excitó? —pregunta arqueando las cejas. Me atraganto con mi propia saliva y niego con la cabeza.

—¡Estás realmente mal de la cabeza! ¿Cómo podés decir eso?

—¿Qué tiene? Teniendo en cuenta cómo me comiste con la mirada hace un momento... Bueno, pensé que tocaste mi puerta para pedirme que te haga gritar también. —Aprieto mis labios y siento mi cara arder por el enojo. Se me forma un nudo en la garganta que no me deja responder y él ríe con sarcasmo—. El que calla, otorga —dice comenzando a cerrar la puerta. Pongo mi mano en el medio para que se detenga.

—¿Vas al mismo gimnasio que tu hermano? —le pregunto y noto cómo se pone serio y aprieta la mandíbula. Sonrío con inocencia fingida al notar que le pegué justo donde más le duele—. Porque la verdad es que él también tiene un gran físico y es aún mejor que el tuyo.

—¿Viste a mi hermano desnudo? —cuestiona con voz ronca y ya sin rastro de diversión. ¿Qué es lo que tanto le preocupa?

Lo dejo a tu criterio —contesto encogiéndome de hombros—. Ahora si me disculpas, tengo que hacer cosas.

Doy media vuelta y regreso a mi casa.

—¡Olivia! —escucho que me llama desde su puerta.

Hago caso omiso y entro a mi departamento con una sonrisa ganadora. Ahora estoy con mucho más ánimo para hacer los nuevos cupcakes de Cupido, pero hay algo en lo que no dejo de pensar. ¿Por qué Kevin se pone de esa manera cuando hablo sobre su medio hermano?

El cupcake de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora