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29 de enero, 2018

Otra vez lunes. Luego de descansar el fin de semana, me encuentro abriendo la pastelería nuevamente. En una mano tengo los diarios que le compré a Jorge y con la otra intento abrir sin éxito la puerta del local. No sé por qué de repente la llave no entra en la cerradura.

La miro por un instante y me doy cuenta, ¡es la llave de mi casa! Estoy tan dormida que ni había notado el error que estoy cometiendo.

Coloco la llave correspondiente en el candado y prosigo con la apertura del negocio. Acomodo las sillas, pongo los periódicos en su lugar, paso el trapo rápidamente y cambio el cartel de Cerrado por Abierto.

Me dirijo a la cocina y comienzo a preparar las mezclas que me faltan, quizás un cupcake de limón con frutos del bosque es la mejor opción para un lunes caluroso y somnoliento.

Tengo mucho sueño por culpa de mi querido vecino —nótese el sarcasmo—, quien se pasó toda la noche escuchando música, concretamente Slipknot, a un volumen bastante alto. ¿Quién puede escuchar eso tan tarde y a un volumen ensordecedor? Entre los gritos del cantante y los constantes ruidos de los instrumentos no pude pegar un ojo y, para colmo, me duele la cabeza. Definitivamente, mi día no empezó bien. Para intentar calmarme, pongo la lista de reproducción de canciones románticas y latinas y dejo que suene de fondo de ambientación. Quizás es bastante deprimente escuchar Llorar de Jesse y Joy a esta hora, pero me da igual. Solo quiero un momento de paz. Me pongo a rellenar los moldes mientras canto con bastante sentimiento.

—No tengo problema en rescatarte del sufrimiento —dice una voz masculina detrás de mí, haciéndome sobresaltar. Me giro rápidamente para ver quién es y esbozo una breve sonrisa.

—Hola, Pablo —saludo. Sus ojos azules se iluminan y se acerca a mí—. ¿Cómo estás? ¿Qué necesitas?

—Bueno, primero que nada, eso que estás preparando se ve espectacular, así que quiero uno de esos cuando terminen de hacerse. Y segundo, me dijo Romina que venga a verte porque estás sola, ¿no? Se fue de vacaciones la otra chica.

—Sí, Laura está de vacaciones. Y decíle a Romina que yo puedo cuidarme sola. Vamos arriba así te sirvo esto, ya tengo algunos preparados.

Pablo se sienta en una de las mesas y se cruza de brazos.

—También quiero un mocaccino —dice. Asiento con la cabeza y comienzo a prepararlo. Cuando todo está listo, lo deposito en una bandeja y se lo llevo. Él esboza una sonrisa sincera y se relame los labios.

«Ya vienen los gemidos», pienso suprimiendo un bufido. Dicho y hecho. Da el primer mordisco al cupcake de frutos del bosque y cierra los ojos para saborear mejor. Un sonido gutural escapa de su garganta y me quedo atónita mirando sus facciones relajadas y llenas de placer. Este tipo es rarísimo. Comienza a chuparse los dedos, aún con los ojos cerrados, y luego los abre lentamente.

—Es exquisito —opina, dándole un sorbo al café—. Realmente sos perfecta. Cocinás bien, sos hermosa y divertida. Tan fresca, como el arándano de este pastelito. Mmm... —Oh, no, sigue.

Tengo que seguir cocinando —digo rápidamente con el único fin de cortar sus orgasmos. Corro hacia la cocina y dos segundos después escucho la puerta abriéndose. Resoplo y vuelvo a subir para atender al cliente, aunque cuando lo veo me agarra una especie de asco que intento disimular con una sonrisa falsa.

—¡Hola, hermosa! —me saluda, acercándose para abrazarme. Noto como Pablo lo mira de arriba abajo con los ojos entrecerrados y se tensa tomando una actitud defensiva.

—Hola, Joaquín. —Le devuelvo el gesto con algo de titubeo. Él sonríe, dejando lucir sus hoyuelos y sus ojos verdes se achinan, lo que provoca ternura y comienzo a dudar sobre si es capaz de engañar a su propio hermano. Un hombre tan lindo, encantador y divertido no puede ser así.

El cupcake de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora