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19 de Enero, 2018

Al fin, viernes. Tranquilidad, paz, descanso y fin de semana... ¡Bah! ¿A quién engaño? Yo trabajo hasta los domingos y después me quejo del idiota que tiene abierto las veinticuatro horas. Y anoche descubrí que decían la verdad, porque al no poder dormir decidí pedalear hasta su pastelería y verificar si estaba abierto. Pero lo peor es que no solo descubrí que realmente es un veinticuatro horas, sino que también vi que ahí trabaja...

—¿En qué pensás? —pregunta Laura frunciendo el ceño. La miro con los ojos entrecerrados y me encojo de hombros.

—Que tengo sueño —replico y dejo escapar un bostezo.

Como todavía no aparece ningún cliente decidimos sentarnos y apoyo mi espalda contra el respaldo de la silla, cierro los ojos y escucho como mi compañera carraspea, seguramente para intentar llamar mi atención.

—Oli... —dice con tono agradable, algo que suele hacer para pedir un aumento—. ¿Será que puedo adelantar mis vacaciones? Sé que habíamos arreglado para final de febrero, pero mi novio...

Abro los ojos de golpe y enarco una ceja. Noto en sus ojos color miel la vergüenza que está sintiendo y esbozo una breve sonrisa.

—¿Tenés novio? —le pregunto. Ella asiente con lentitud. Genial, ahora realmente soy la solterona del grupo—. ¿Hace mucho están juntos?

—No, hace cinco meses. —Sonríe y luego abre la boca, pero vuelve a cerrarla de nuevo.

—¿Entonces qué pasa con las vacaciones y tu novio? —cuestiono para retomar el tema anterior.

—Que él tiene vacaciones a partir del lunes y quisiera estar con él, pensamos ir a la playa o algo así.

—Está bien. —Me encojo de hombros—. Andá, total no creo que vayamos a tener mucha gente. Yo puedo arreglarme sola, en serio —le digo. Ella hace una mueca de tristeza pero sé que por dentro está contenta, ya que se levanta de un salto y comienza a limpiar.

Vuelvo a pensar en el muchacho que vi ayer trabajando en la competencia y todavía sigo sin creerlo. La verdad es que me siento algo decepcionada, ¿será que me reconoció el otro día? Porque me imagino que el idiota le habrá dicho que lo fui a visitar y me imagino que todos en ese negocio deben saber de mi existencia.

Suspiro, me pongo de pie y voy a la cocina. No voy a hacer ninguna mezcla para el horno, ya que al no tener clientes no puedo hacer mucho o se echaría a perder. Me apoyo contra la pared y saco el teléfono, que gracias al cielo el arroz lo secó y siguió funcionando normalmente, y busco en las llamadas perdidas ese número que todavía no agendé. Me quedo mirándolo por un rato, pensando en si llamar o no, pero finalmente borro el historial de llamadas y el número desaparece. Sí, es lo mejor que puedo hacer.

—Olivia —dice Laura asomándose por la puerta—. Tenemos un cliente, ya lo atendí.

—Genial, ahí voy —respondo, guardando mi celular nuevamente.

Ella desaparece otra vez y arreglo un poco mi ropa para estar más presentable. Salgo de la cocina y me quedo petrificada en el lugar al verlo. Sin que note mi presencia, corro hacia el mostrador y me escondo ahí abajo. Al instante mi compañera aparece arqueando las cejas y me pongo un dedo sobre los labios para indicarle que haga silencio. Se agacha a mi lado y susurro en su oído.

—Trabaja para la competencia, seguro quiere probar lo que hacemos.

—¿Y qué tiene? ¡Mientras pague! Además fue muy amable, no creo que sea malo —responde.

—Por favor, atendelo vos. No quiero que me vea. —Ella resopla y entrecierra los ojos. Luego sonríe.

—Mmm... creo que no lo querés ver por otra cosa. ¿Qué pasa? —La miro fijamente y me sostiene la mirada. Suspiro, sé que no va a parar de mirarme hasta que le cuente, así que ruedo los ojos y me rindo.

—El otro día...

—¿Hola? ¿Hay alguien? —me interrumpe esa voz masculina. Le hago un gesto a Laura para que vaya y sale de detrás del mostrador refunfuñando.

De repente mi mirada se posa en un objeto que no estaba allí antes. Me choco contra un estante del susto y encima grito, dejándole saber al cliente que estoy escondida. ¿Por qué me persigue la desgracia?

Me levanto con la cara roja de vergüenza y lanzo una risita nerviosa cuando sus ojos verdes se cruzan con los míos. Desvío la vista de nuevo al objeto que me hizo saltar y me pregunto cómo llegó hasta ahí el duende de mis pesadillas. Seguro que alguna de mis amigas se infiltró por un momento y lo dejó para recordar la promesa y que me sienta perseguida. Seguro fue una de ellas, después se la van a ver. Pero ahora...

—¡Hola, Olivia! —dice él con una sonrisa completamente perfecta. Me acerco y siento como mis piernas tiemblan. Laura se hace la tonta y continúa limpiando las mesas.

—Hola, Joaquín —saludo. Para mi sorpresa, y afortunadamente, mi voz suena clara y decidida—. ¿Qué hacés acá?

—Quiero merendar —responde, encogiéndose de hombros—. ¿Y vos? ¿Trabajás acá? —Asiento con la cabeza—. Claro, que pregunta tonta la mía —se ríe.

—Suele pasar... ¿Vas a pedir algo? —cuestiono señalando el menú que todavía tiene abierto en sus manos. Lo cierra con un rápido movimiento y me lo entrega.

—Un cupcake de red velvet y una chocolatada fría simple, por favor.

Sin decir palabra comienzo a preparar lo que pidió. No le dedico ni una mirada porque siento la suya sobre mí todo el tiempo, cosa que me pone nerviosa. Deposito la bandeja sobre su mesa unos minutos después y procedo a atender a una pareja que entró hace unos minutos. Miro de reojo a Joaquín y lo descubro relamiéndose los labios tras cada bocado que le da al cupcake y sonrío. Me siento bastante segura de mis dotes culinarios y me satisface saber que a los demás les gusta lo que hago aunque lo oculten. Sus ojos verdes se dirigen a mí y esboza una media sonrisa que marca un hoyuelo en su mejilla. Me hace un gesto para que me acerque a él y lo hago.

—¿Y pudiste recuperarte del golpe que te diste con la bici? —interroga con tono divertido.

—Eso creo —respondo—. Aunque no me recupero de la vergüenza que pasé ante vos.

—No pasa nada... —Se ríe—. No me cruzo todos los días con locas que se caen en el barro, patean la bici y vomitan por tener caca en la cabeza. —No puedo evitar soltar una carcajada y siento que mi cuerpo se relaja—. Por cierto, ¿pudiste arreglar tu celular?

—Sí, gracias a Dios el arroz lo solucionó... —Nos quedamos en silencio y decido sentarme frente a él por un instante—. ¿Puedo preguntarte algo?

—Claro —responde frunciendo el entrecejo y mirándome con interés. Se cruza de brazos y suspira mientras me aclaro la voz.

—Bueno... ¿por qué venís acá si trabajás en la pastelería de la vuelta? —Hace un gesto de sorpresa—. Te mandó él, ¿no? ¿Quiere seguir viendo si soy mejor?

—Perdón. Yo... sinceramente no sabía que trabajabas acá. Kevin me dijo que acá hacen muy ricas cosas y quise probarlo —responde con tono tranquilo y sincero.

—¿Kevin es tu jefe? ¿El tipo que dirige la pastelería? —Asiente con la cabeza.

—Mi jefe y mi medio hermano, lamentablemente.

—¿Qué? ¿El idiota es tu hermano?

Me mira con expresión rara cuando escucha el apodo que le puse a su familiar y me pego en la cabeza con la mano reiteradas veces al darme cuenta de lo que dije sin pensar. ¡No soy más tonta porque no puedo!

El cupcake de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora