El cupcake de Cupido

26

En el instante en que Kevin levanta la mirada para ver a Lorenzo, su expresión cambia completamente. Pasa de las lágrimas a una mirada completamente dura y tensa. Aprieta la mandíbula y me mira como si hubiera hecho algo malo antes de volver sus ojos al padre.

—Papá... ¿qué hacés acá? Nunca viniste a ver mi pastelería y te encuentro en la de mi competencia —le dice con tono molesto.

—Kevin, no sabía que se conocían.... Estábamos en una cita —le responde el hombre, colocando una mano en mi espalda baja, cosa que me provoca escalofríos de asquerosidad. Evito la mirada interrogativa del muchacho y me aclaro la voz.

—Una cita que no se va a volver a repetir —comento, mirando a Lorenzo—. Perdón, pero creo que sos muy mayor para mí y, sabiendo que tu hijo es mi enemigo, no nos llevaríamos nada bien.

—¿Son enemigos? —cuestiona el interpelado. Kevin y yo asentimos al unísono—. ¿Y por qué corren cuando se llaman? Digo... La escena que presencié recién era de amistad. Yo vi a un chico llamando a su amiga y a una chica corriendo con preocupación y sin pensarlo para socorrerlo.

—Es una relación rara —responde su hijo—. Nos odiamos, nos llevamos mal, no nos aguantamos, pero creo que nos respetamos y es eso lo que nos hace preocuparnos el uno por el otro.

—¡Claro! —contesto con tono excesivamente alto. Los dos hombres me miran con expresión divertida—. Quiero decir, respeto a Kevin porque es mi colega.

—Pa, por favor, no me digas que le hablaste de tus calzones de lycra —dice el chico. No puedo evitar reír y Lorenzo se encoge de hombros.

—Es normal que se irriten nuestras partes íntimas, hijo. ¿Seguís usando el talco anti paspaduras? —Estallo en carcajadas y Kevin se pone rojo de vergüenza—. Olivia, ¿a vos no se te paspa la entrepierna?

—¡Ay, Dios! ¡Papá! No podés preguntarle eso. —Yo no puedo parar de reír, al igual que todos los clientes que escucharon parte de la conversación y no pueden ocultar sus sonrisas—. ¡Se acabó la fiesta! Vamos, te llevo a casa.

—No, hijo. Tengo que seguir trabajando. Después hablamos. —Luego me mira a mí y me guiña un ojo—. Un placer, bombón. Después hablamos lo de mi propuesta, yo te podría dar un hijo lindo. Miralo a él. —Señala a Kevin—. ¿No te parece que está bien? Y eso que su madre no estaba tan buena, con vos podríamos crear al próximo Brad Pitt.

Me agarra por la cintura y me da un breve beso en los labios antes de irse, dejándome completamente anonadada. Siento mi cara arder, sobre todo porque Kevin me está fulminando con la mirada.

—Ni se te ocurra tener un hijo con mi padre —me dice con seriedad en cuanto el viejo sale. Ruedo los ojos.

—No hace falta que me lo digas, ni loca estaría con ese hombre, sin ofender.

«Con vos sí podría», pienso, pero sacudo mi cabeza rápidamente para olvidarme de aquel pensamiento.

—Me pego un tiro antes de que seas mi madrastra —continúa, haciéndole caso omiso a mi respuesta.

—Y yo me pego un tiro antes de que seas mi hijastro.

—Yo me pego un tiro si mi hermanastro es un hijo tuyo.

—Y yo me pego un tiro si mi hijo tiene un hermanastro como vos.

—¡Ya basta! —dice Laura entre dientes, apareciendo de repente—. Están dando muy mala imagen de sus pastelerías, si van a pelear háganlo en otro lado.

Agarro el brazo de Kevin y lo tiro hacia la cocina. El novio de Laura nos ve y sale a paso rápido para dejarnos solos.

—¿Qué pasó? —le pregunto. Él se rasca la punta de la ceja y se cruza de brazos—. ¿Con qué cosa tenía razón?