Después de estar toda la noche trabajando para presentar el mejor cupcake de mi vida me di cuenta de una cosa: no sé en qué concurso se inscribió Kevin, ya que Joaquín no me lo dijo. Busqué en internet, pero no había ninguno cerca de la zona y además todos eran para después de marzo. Así que ahora estoy en mi pastelería, con la cabeza apoyada sobre una mesa, muerta de sueño y aburrimiento.
Las campanitas de la puerta suenan y me levanto de golpe, pero vuelvo a acostarme cuando veo que son Romina y Cinthia. Ellas suspiran y se acercan a mí.
—¿Estás bien, Oli? —cuestiona la colorada. Asiento lentamente con la cabeza—. Se nota.
Me pongo de pie y las saludo con un beso en la mejilla.
—No dormí nada, estuve toda la noche preparando cositas. Ahora voy a tener que comerlas todas yo, hace dos horas que abrí y todavía no entra nadie. Estoy cayendo en bancarrota. ¡No sé qué voy a hacer!
Ellas me miran con lástima y Cinthia saca su celular para luego ponerse a teclear desesperadamente.
—Te estoy haciendo una página en Facebook, sirve para promocionar. Lo del cupcake de Cupido es una idea súper original, pero tenemos que hacerte propaganda.
En media hora tenemos la página hecha, con los logos de la pastelería y varios anuncios. Además, sacamos fotos profesionales a los productos gracias a la rubia que trabaja de fotógrafa. En cuestión de minutos tenemos más de cien me gusta, cosa que nos sorprende ya que apenas la habíamos creado.
—Conozco a alguien que quiere que pongamos su número en el cupcake, podríamos empezar con ella —dice Romina, cruzando una mirada misteriosa con Cinthia. Entrecierro los ojos.
—Ya sé lo que planean y no voy a poner mi número —replico—. Basta de conseguirme citas, descubrí que lo del muñeco es mentira.
—No es mentira —responde la colorada rodando los ojos—. Si cada vez que hablamos mal de él aparece alguien en tu vida.
—No sé, yo el otro día hablé muy mal de él y no apareció nadie nuevo... gracias a Dios. —Ahora recuerdo que apareció Joaquín y me muerdo la lengua para no decírselo.
—A ver, intentemos —dice Cinthia, encogiéndose de hombros—. Decí que es un muñeco maldito y vamos a ver si aparece alguien.
—¡Ni loca! —exclamo y empiezo a limpiar. Ellas se ríen porque saben lo que significa eso.
—Entonces seguro pensás que es cierto, sino no tendrías miedo —vuelve a comentar la rubia. Me río con sarcasmo y me cruzo de brazos con la escoba aún en la mano.
—¿Vos me estás diciendo eso? ¿En serio? ¡Fuiste la primera en tener miedo cuando hicimos esa promesa hace quince años! ¡Romina tuvo que consolarte porque pensabas que era cierto! —Cinthia se pone roja como un tomate y luego se aclara la voz.
—Sí, pero en ese momento era más chica y no pensaba racionalmente. Y ahora sos vos la que tiene miedo.
—Te voy a demostrar que no tengo miedo —respondo desafiante y soltando los artículos de limpieza—. ¡Maldito duende de las promesas! Sos una mentira y una porquería, no servís para nada.
Trago saliva y por dentro siento nervios. Siempre que lo insulto viene un hombre y me pasa algo vergonzoso. Tengo ganas de llorar por el temor que está empezando a crecer en mi interior. Ay, Dios, que no venga nadie. Las tres nos quedamos en completo silencio, expectantes a cualquier cosa que pudiera suceder.
La campanita suena y se me escapa un pedo. Mis amigas estallan en carcajadas y el hombre que entró me mira con las cejas arqueadas y conteniendo una risa.
—Excelente recibimiento —dice él. Siento que mi cara está ardiendo y me doy cuenta que el supuesto temor creciente en mi interior son gases.
Voy corriendo al baño y suelto todo ahí mientras toso muy fuerte para poder tapar un poco el ruido. Por favor, mátenme.
Para colmo, el hombre que entró es Gabriel Hernández, el policía que fue la otra vez a casa. Seguramente vino porque le dejé la dirección de la pastelería. ¡Qué arrepentida estoy de haber hecho eso! Decido quedarme encerrada hasta que se vaya, no pienso dar la cara después de semejante papelón. De todos modos agradezco que no hayan sido Joaquín o Kevin, este último se me reiría en la cara por toda mi existencia. Quizás pasaron quince minutos cuando siento que tocan la puerta del baño.
—¿Oli? ¿Estás bien? —cuestiona Romina desde el otro lado—. ¡Te necesitamos!
—¡Atiéndalo ustedes al policía! —grito.
—¡Ya está atendido! Pero acaba de pasar algo realmente sorprendente...
—¿Qué hicieron? —interrogo con tono enojado. Ella se ríe.
—¡Salí y comprobalo por vos misma!
No me queda otra que abrir la puerta y salir. Cuando vuelvo no solo me sorprende que Gabriel levanta la mano para saludarme, sino que el local está llenísimo y todos hacen fila para lo mismo: el cupcake de Cupido.
¿Qué acaba de pasar?
Empiezo a atender rápidamente con la ayuda de mis amigas, sino no terminamos más. Todos piden sus cupcakes con los números, pero tengo que pedir los suyos para así comenzar a repartir. Algunos hombres piden números de otros hombres, lo que me parece genial ya que podríamos hacer una campaña LGTBQ+ y así tener más clientes.
Cuando todos se van satisfechos y con un número en la mano para su cita a ciegas, me acerco a Gabriel con una sonrisa avergonzada. Él se limpia la boca con una servilleta y me saluda con un asentimiento de cabeza.
—Estoy tan avergonzada por el recibimiento que te di —le digo y él se ríe.
—¡No hay de qué! Tirarse pedos es sumamente normal, ¿querés que quedemos a mano? —Lo miro con expresión confundida y noto como su cara se va transformando en una mueca de fuerza hasta que escucho un gas escapándose de su cuerpo. No puedo evitar soltar una carcajada y me guiña un ojo—. Ya está, ahora sabemos que los dos nos tiramos pedos.
—Bueno... ¿gracias?
—La verdad es que vine porque el otro día me encantaron los pastelitos que me diste como soborno, son muy ricos. Incluso le ofrecí algunos a mis compañeros en la comisaría y quedaron fascinados, dicen que van a venir.
—¿En serio? ¡Eso es genial! Mil gracias. —Sonríe y se encoge de hombros.
—No es nada. Al principio pensé que era la pastelería que está a la vuelta, pero entré y no me gustó nada el ambiente. Esto es más cálido y realmente me gusta mucho más el trato, aunque me reciban con un pedo.
—Perdón —repito, muerta de vergüenza—. ¿Se podrá hacer algo con esa pastelería? Me robaron a mis clientes, quizás podríamos llevar preso al dueño...
—Vamos a ver. —Mira el reloj y se levanta—. Algo vamos a hacer.
Me guiña un ojo y se va. De repente siento miedo, ¿me estoy volviendo una criminal por pedirle ayuda a un policía?
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El cupcake de Cupido
ChickLitLa vida de Olivia se pone de cabeza cuando Kevin decide abrir una pastelería a la vuelta de la esquina de la suya. No solo tendrá que lidiar con la competencia, también habrá nuevos sentimientos sobre la mesa, acompañados de la promesa de un nuevo a...
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