28| En la escala de problemas.

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—¡Se supone que tú estabas a cargo de los chicos precisamente para evitar una situación así!

Mi padre le grita a Callie en medio del hospital, yo trato de calmarlo.

—Papá, baja la voz, estas en un hospital.

—¡No te metas! —espeta. Yo levanto mis dos cejas sorprendido y él mira a una llorosa Callie—. Despedida.

Nos quedamos a cuadros.

—¿Qué? —decimos a la vez.

—Reese —murmura papá.

—No, no quiero que nadie diga nada. Estás despedida, Callie, y si no te molesta te voy a pedir que te retires, esto es un asunto familiar.

Mi mandíbula cae al suelo.

¿Acaba de...?

Esto es una maldita locura. Miro a Callie quien trata de contener las lágrimas, ella corre a abrazarme y acaricio su cabello en un intento de apaciguar el su llanto. Mi padre está tomando la peor decisión de todas, Callie ha estado con nosotros desde siempre, no es nuestra niñera, es nuestra amiga, es parte de esta familia. No sé como lo haré, pero voy a hacer que vuelva.

—Escuchame —le susurro tomándola se los hombros—. Yo me encargo de esto, tú ve a casa a descansar. Te llamaré más tarde, lo prometo.

Ella asiente limpiando sus lágrimas.

—Por favor, si ocurre algo no dudes en decirme.

Así es como Callie sale del hospital con el corazón hecho pedazos.

—¿Qué estás haciendo, papá? Callie no tiene la culpa —le susurro. Ahora temo que esté gritando por todo el hospital provocando que nos saquen así que hablo bajo para que lo haga también.

—Es tanto su culpa como la tuya por dejarla salir de noche, ¿en que estaban pensando, maldita sea? ¡Es una niña!

Me pica la garganta cuando lo escucho decir eso. Tal vez si sea mi culpa, no debí dejar que saliera sola, tuve que haber ido yo.

Me lleno de coraje cuando siento los ojos arder.

—No es una niña —espeto—. Y yo tampoco. Mirame, papá, no soy un niño —niego—. Estamos creciendo y es hora de que vayas aceptándolo, no puedes tenernos en una burbuja el resto de nuestras vidas.

Papá cruza los brazos dejando caer sus lágrimas, mi padre no hace nada más que mantener la mirada en un punto fijo.

Creo que a Harriet le hubiera encantado estar aquí para escuchar esto. Es lo que siempre quiso decirles. Por eso lo hice.

Entonces cuando menos creemos, un doctor llega hacia nosotros a decirme lo que más anhelaba escuchar.

Harriet ha despertado.

Mi mente está en shock, sintiendo como corro en cámara lenta hacia su habitación a abrazarla y llorar como un bebé por haber sentido su perdida tan cerca que pareció ser una pesadilla.

Ella está pálida, su voz suena débil y sus ojos luchan por mantenerse abiertos. Pero aún así, escucharla se siente como una caricia.

—Estoy bien, Hunter.

Asiento tomando su rostro tibio entre mis manos y beso su frente una y otra vez sin esconder mi sonrisa.

—Me has hecho llorar como una Magdalena, has de estar muy feliz —río.

Ella sonríe. Y es la sonrisa más hermosa de todas.

—¡Bebé! —chilla papá corriendo a abrazarla igual que yo. Ella se queja con su brusquedad y enseguida nos separamos con una disculpa—. Cariño, lo siento mucho —solloza—. Perdoname, tenía que cuidarte, perdón.

El secreto de los Dallas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora