Callie a veces tiene sus momentos en los que recuerda que de hecho es una adulta y por lo tanto debe hacer sus deberes con nosotros. La razón por la que se supone que está aquí.
Para «cuidarnos».
—Ya despierta, saco de estiércol —es lo primero que escucho seguido del golpe de la almohada en mi cabeza.
Me remuevo aturdida y quitándomela de encima me incorporo en la cama.
—¿Qué carajo quieres?
—Debo ir a hacer las compras y el diablillo se niega a ir conmigo así que tú tienes que cuidarlo —me ordena abriendo la puerta para dejarme ver a un somnoliento Matt con su pijama de autos y una cobija abrazada. Ladeo la cabeza cuando lo veo y le doy un lugar en mi cama.
—¿Y por qué Hunter no se queda con él?
—¡Ja!
—Me dijiste que los domingos son para dormir hasta tarde —me murmura Matty con decepción.
—Y lo son, pero ella no respeta su santidad, no veas a esa blasfema.
Le tapo los ojos con la mano y empujo ligeramente su cabeza hacia el colchón, él se deja y se acomoda para volver a dormir en paz.
Miro a Callie.
—¿Segura que puedes cuidarnos?
—Segurísima.
—Tu confianza es dudosa, casi tanto como la heterosexualidad de Clair.
—Harriet, he hecho esto desde que tengo quince y lo he hecho bien, ¿o no? —se defiende.
—Claro, no quise decir eso, es solo que... ahora tenemos a Matt y nunca habías estado a cargo tanto tiempo.
—Solo callate y dejame hacer lo mío —se pone sus lentes de sol y arregla su cabello—. ¿Que cereal te traigo?
—Lo que sea pero de chocolate —murmura Matt.
—Ya lo oíste —me encojo en hombros hacia ella.
La veo resoplar con los ojos hacia el techo y sin más sale de la habitación.
Al pasar un rato me di cuenta de que tratar de dormir sería inútil. Por alguna razón no logro conciliar el sueño, me rindo.
Salgo a la cocina para prepararme algo de comer, no encuentro un menú muy variado en la cocina pero hay lo suficiente como para hacerme un sándwich no muy estético, pero da igual, el estomago no hace castings.
—Creí que los domingos eran estrictamente de flojera.
Mi mandíbula se detiene a medio masticar cuando Hunter entra con su cara de recién levantado y unos pantalones de pijama azules. Está despeinado y con una barba mínima de unos días.
Casi me ahogo.
—Ey —me limito a decir. Sigo masticando.
—Ey —me responde con una pequeña sonrisa picara.
Me siento en el mesón para seguir comiendo en silencio. Seguramente Hunter se levantó por el hambre y preparará algo para él y Matt. Aunque el segundo vaya a despertar al medio día.
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El secreto de los Dallas.
Dla nastolatkówCualquiera diría que ser hija de una pareja homosexual en medio de Minnesota es el sueño, pero no cuando son dos sobreprotectores que te tienen bajo su lupa las veinticuatro horas, al menos es lo que se repite Harriet a diario. Su vida está restrin...