Feliz cumpleaños, madre.

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Las risillas de emoción resonaban en las paredes del comedor. Una mujer de ya treinta y dos años era guiada con sus ojos vendados con un pañuelo por sus dos retoños.
No pudo evitar reprimir una sonrisa de emoción al saber la sorpresa que le esperaría.

La voz de su hija le pedía que ya podía retirarse la venda, ella obedeció a sus palabras.
Lo primero que vió, fué aquella gamma de colores amarillos y verdes flotando sobre el techo, los cuales, eran sus dos colores preferidos.
Desde un extremo, hasta otro, se encontraba colgando un decoroso cartel con las palabras ''Feliz cumpleaños, madre.'' escrito con plumones de colores, y corazones que lo adornaban.
De inmediato supo que era obra de Rin.

Dirigió su mirada hasta la mesa, en donde un rico banquete le esperaba, el olor se esparcía por toda la habitación, haciendo rugir su estómago y relamer sus labios a causa del hambre.
En el centro, un redondo pastel le daba la bienvenida a sus treinta dos años de vida, en donde ni una arruga se dignaba aún a remarcar su bello rostro.

Y vió algo más que fué la cereza del pastel: Su engalanado esposo, vestido aún con su uniforme del trabajo, dándole a entender que había salido más temprano de lo habitual. Sentado frente a ella, viéndole como si hubiera sido la primera vez que la vio, con cariño y una expresión de amor que solo ellos comprendian.

Aún recuerda como si hubiese sido ayer, cuando el niño del cual estaba perdidamente enamorada en sus años de juventud, le había pedido con el nerviosismo a flor de piel, una cita con ella. La cual, aceptó gustosa.
Nunca se imaginó que se había cruzado con el amor de su vida, aquel con el que engendraron a su lindo y único retoño; Rin.

Con paso firme y lento se levanta de su asiento, se dirigió a su esposa y le rodeó la delgada cintura. Le sonrió con ternura para así aprisionar sus labios con cariño, ella enredó sus brazos a su cuello para unir más el acercamiento.

— Feliz cumpleaños, hermosa. — susurró a su oído, haciendo estremecer a la mujer.

— Oh, León — dijo — esto es maravilloso.

— ¡Hey! Todos nosotros ayudamos también. — refutó Len, acabando con el momento amoroso de sus padres.

— Fué mi idea en primer lugar. — replicó León mientras sacaba su lengua cual niño, y abrazaba a Lily con recelo.

— Ya, realmente les agradezco mucho. — sus lágrimas amenazaban por salir, sintió las cálidas manos de su contrario acunar sus mejillas. La calidez de sus manos eran excepcionales, algo de lo que nunca se cansaría de sentir.

— No es momento de llorar, hermosa. No aún. — sonrió ladino, acercando su rostro al de su esposa y poder susurrarle al oído— Cuando terminemos de comer con los niños, sube arriba a nuestra habitación. Vístete con lo que te compré, te lo dejé en nuestras cama, y ponte hermosa. Hoy saldremos en la noche.

La mujer se estremeció al sentir el aliento de León en su oído, sabiendo que un rubor predominaba hasta sus orejas.
Ella asintió con timidez. Tanto Len, Rin y Nero les vieron confundidos al no entender de lo que hablaban.

Todos ocuparon sus asientos en la mesa rectangular hecha de roble, que estaba en el centro del comedor.
Las platicas y murmullos no se hicieron esperar.
Lily y León desenterraban sus recuerdos de la juventud que tuvieron, sin olvidar lo difícil que fue al principio el formar una familia.
También, hablaban con entusiasmo la niñez de Rin y Len, recordando las travesuras que éstos hacían juntos.

Len, sentía una incomodidad en su pecho. De vez en cuando, veía de reojo a Rin, quien se encontraba sentada a un lado suyo. Pensaba en como podía sacar el tema de Piko y el portaminas, del cual aún se sentía molesto.
Dirigió su mirada hasta sus padres, procurando que estuvieran entretenidos hablando, para así poder sacar a flote el tema con Rin.

Amor prohibido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora