¿Cita?

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Las ojeras debajo de mis ojos eran levemente notorias.

¿Y como no? Si toda la noche había llorado como una magdalena a causa de cierto idiota en la habitación de alado.

Mis ojos se paseaban por todo mi cuerpo semi desnudo.
Por alguna razón, había optado por verme en ropa interior delante de mi espejo entero que reposaba sobre la pared.

Mi pecho casi inexistente estaba cubierto por un sostén azul claro con encaje y moñitos, mis panties hacen juego con el. Amo usar lencería linda, a pesar de no mostrarla a nadie.

La tez blanquecina con la que me caracterizo hacía avergonzarme, ya que algunas venas azuladas resaltaban sobre mi piel, y parecía aveces como si alguien hubiese dibujado un laberinto sobre mi piel.
La delgadez de mi cuerpo era algo incorregible. Aunque comiera una pizza entera, jamás subía un solo kilo.
En mis adentros agradecía eternamente por tener un trasero que consideraba de normal tamaño.

Solté un suspiro y comencé a vestirme con el uniforme del instituto. Había decidido levantarme muy temprano para evitar a Len en la mañana.
Mis padres aún no iban a llegar, pero Nero llegaría en algunas horas mas, lo cual agradecía infinitamente.

Me cuelgo la mochila y bajo a la primera planta. Me dirigí a la cocina y abrí el refrigerador para tomar mi desayuno y así salir de casa.
No me molesté ni en escribir una nota para Len y decirle que me había ido antes de tiempo.

Que se joda.

En el exterior el cielo aún estaba pintado de negro, con varias estrellas adornandolo como si fuera brillantina.
Eran las 5:20 de la mañana, quizá y había exagerado tomando en cuenta que las clases comenzaban a las 7:00
Pero hay algo que siempre he tenido en claro, Len se levanta muy temprano.

Tomé una gran bocanada, el aire helado recorría cada rincón de mis pulmones y eso me hizo sentir animada.

Golpee mis mejillas con entusiasmo al sentirme deprimida nuevamente.

—Vamos Rin, no es el fin del mundo— me motivaba a mi misma. Sonreí con optimismo y seguí caminando hasta la escuela.

(...)

—Oh querida, pusiste tu alarma adelantada.

Había llegado hasta la escuela justo cuando la conserje Olivia apenas abría el portón negro del instituto.
Comprendía su desconcierto, ¿Quién en su sano juicio llegaría a tal hora?

— Buen día señora Olivia. — sonreí con timidez apretando las correas de mi mochila.

— Buen día nena. — me devolvió el gesto, las arrugas al final de sus ojos hacían ver los 50 años que cargaba con ella. —Dime, ¿Qué haces aquí tan temprano? Las clases comienzan a las siete.

— Quería llegar antes que todos como reto. Pero veo que he fallado.

— De mi boca no saldrá palabra alguna, pequeña Rin. Así que puedes cobrar tu apuesta —guiñó uno de sus ojos color ámbar.

La conserje Olivia era una de las personas más dulces que podrían existir en el planeta. Nadie podía almenos odiarla, aquella sonrisa derretía hasta al más frío corazón.
Era una mujer felizmente casada, con un hijo que ahora vivía con su esposa.
Si existiera un dulce con su nombre no me sorprendería.

—¿Hoy no te acompaña tu hermano? — pregunta acomodando el portón y dejarlo completamente abierto.

Aquello era una pregunta muy incómoda. Bajé la mirada hasta mis zapatos boleados, como si fuera la cosa más interesante del mundo.

Amor prohibido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora