- ̗̀➽◦̥̥̥02; Persiguiendo al indomable destino.

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Era un frío sábado en la mañana. Como era habitual en ella, Frieda había salido hacia las humildes tierras campesinas, pero esta vez con Historia. Armin no había podido ir porque estaba demasiado ocupado terminando de leer algunos libros, algo típico en él.

 El invierno finalmente había llegado y las escasas cosechas eran la mejor prueba de ello; esa terrible estación del año arrasaba con todo a su paso, ahora más que nunca los trabajadores de las tierras poco fértiles necesitaban un poco de ayuda en todos los sentidos posibles y una pequeña muestra de humanidad y gratitud por parte de la familia real les caía mucho de lo mejor que cualquiera pudiese imaginar.

Así era Frieda Reiss, esa amada y bella mujer que todos los habitantes adoraban. No era sólo su deslumbrante sonrisa la que les alegraba el día, sino que la simple presencia de dicha mujer era suficiente para hacer sentir confortable a cualquiera. Siempre sabía que decir y cómo actuar, ella era el vivo reflejo de que las flores podían crecer de las grietas. Todo lo hacía de una forma tan genuina y encantadora que resultaba imposible no creerlo divino.

El golpeteó del gélido viento era un notable anuncio de lo que se aproximaba, sin embargo, ninguna de las dos mujeres decidió prestarle mucha atención, pues ninguna de las dos contaban con los suficientes conocimientos acerca del clima. Además, otra cosa que caracterizaba a la valiente Frieda, era su determinación y persistencia de lograr todo lo que quería, por más mínimo que fuera. Las visitas a los trabajadores de las tierras eran algo muy habitual viniendo de ella, incluso tenía un día específico para asistir y nada en el mundo le impediría faltar. Nada, a excepción de su preciada prima Historia, quien parecía algo exhausta.

Era comprensible, una niña de nueve años que no acostumbraba a caminar largas distancias se agotaría en cuestión de unos cortos kilómetros. En algún momento consideró la opción de irse a carruaje pero la verdad es que eso no era algo que ella solía hacer. Siempre se consideró una persona más, común y corriente como los demás y la idea de llegar en ese medio de transporte le parecía exagerado, sobretodo si quería propulsar la igualdad.

La alfa optó por cargarla. Ya llevaban poco más de una hora a pie y tampoco quería sobre esforzar el débil sistema locomotor de la omega. Después de todo era ella quien había arrastrado a la rubia a dicho viaje. Frieda sabía de sobra que la pequeña omega de orbes azules seguía sus pasos de pies a cabeza, y antes de partir hacia el otro mundo se aseguraría de transmitirle la misma amabilidad y pureza que tanto la caracterizaban. Le enseñaba todo lo que sabía, le daba consejos y constantemente le repetía lo importante que era el que ayudara a los demás sin esperar recibir algo a cambio.

Al pasar de otra hora de caminata, finalmente lograron visualizar a la distancia las viejas, pequeñas y modestas casas de los campesinos y el disperso humo que salía de las chimeneas.

Conforme se acercaron, las personas se dieron cuenta de su llegada y no hizo falta mucho tiempo para que el tumulto de gente se apiñara. Su bienvenida siempre era así; cálida y ruidosa.

Historia observaba desde la altura (pues aún seguía en hombros de Frieda, siendo cargada por la misma) como aquella gente mostraba su devoción y amor hacia su prima. Veía los ojos de los trabajadores llenos de felicidad y agradecimiento, y no paraban de parlotear acerca del amable corazón que poseía la castaña por las pequeñas acciones que realizaba en su ayuda.

También se armó un escándalo cuando la alfa presentó a la omega. No por el simple hecho de que finalmente, luego de unos largos diez siglos haya nacido un omega en la realeza, sino porque también era la primera vez que Historia pisaba las tierras aldeanas.

Algunas horas después fueron invitadas a pasar un rato en la casa de los Springer, a lo que la alfa aceptó en nombre de ambas sin duda alguna.

Frieda se había ofrecido para salir a buscar leña. Los Springer se negaron inmediatamente pues eran sus invitados, no obstante, terminó haciéndolo. La señora Springer tenía ciertas dificultades para caminar, padecía de un problema en la cadera, por lo que ella se limitó a sentarse y preparar café mientras cocinaba lo más fresco de sus propias cosechas. El señor Springer condujo a ambas Reiss hacia afuera de la casa para poder ir a buscar algunas ramas, seguramente el viento había tirado varias. 

Seamos malos juntos || Yumihisu y EreminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora