- ̗̀➽◦̥̥̥16; Triviales conversaciones.

753 84 59
                                    

Movía el pincel con gracia y suavidad, mezclando los colores en busca de nuevas tonalidades, difuminando con leves golpecitos que más tarde se convertirían en preciosos detalles.

Tenía un don para el arte. Y a diferencia de sus aprendices, a ella no le importaba ser desastrosa, todo lo contrario; adoraba crear fondos con combinaciones extrañas que luego transformaba a hermosos atardeceres o noches, pero nunca días.

Regularmente hacía retratos o paisajes, nada más. Solía dibujar a las personas que le agradaban o apreciaba, y trazar constelaciones en lienzos con fondos oscuros, fieles a sus descripciones en los libros.

Llevaba más tiempo de lo habitual pintando aquella obra. No le había proporcionado ni una sola pista a Armin, y mucho menos lo dejaba acercarse para que pudiera apreciar el proceso. Se excusaba con que era una sorpresa, y si lo dejaba verlo, no tendría sentido haberse esmerado tanto.

—Nunca me habías mantenido algo en secreto, mucho menos una pintura —comentó el omega, alzando la mirada por encima de su libro para echarle un vistazo a la beta, quien se encontraba delante de él—. ¿Tan malo es? —rió levemente, observando como en la comisura de los labios de la mayor, se formaba una pequeña sonrisa.

—¿Y cómo podrías saber que no te guardo secretos? Si te dijera que lo hago, dejarían de ser secretos, ¿no es así? —Hange asomó la cabeza a un lado del lienzo que le impedía mirar a los ojos al rubio—. ¿Cuál es el punto, entonces? —rió de la misma manera. Adoraba hacer esa clase de comentarios, sobre todo porque sabía la reacción que obtendría por parte del omega.

—Es cierto —admitió el menor—. Pero a la vez no.

—Estás violando el principio de no contradicción —le recordó la beta, disfrutando la expresión de derrotada en el rostro del rubio—. ¡Touché!

—Un secreto sigue siendo un secreto, podré saber de la existencia de éste, más no su contenido —argumentó el omega, ahora él tomando las riendas del inexistente debate—. Y por lo tanto, hasta no saberlo no deja de serlo.

—Cielos, Armin. Algunas veces desearía no haberte enseñado tan bien —bromeó, soltando un leve suspiro. Regresó la mirada a su cuadro, no sin antes decir—; de no ser porque contribuí a tu educación, estaría aterrada por tu razonamiento.

—Sí... Lástima que en ocasiones yo no sea tan admirable como tú —susurró el omega, devolviendo la mirada a los renglones de su libro.

—¿De qué estás hablando? Siempre lo es. Todo tú eres admirable —reconoció la castaña, dejando uno de sus pinceles en agua mientras sacaba otro y comenzaba a pasarlo por el lienzo—. ¿Sabes? Eres como el hijo que nunca tuve. Si hay algo que deba agradecerle a Ymir, es que te haya puesto en mi camino.

—Aprecio mucho que lo digas, y sabes que el sentimiento es mutuo—levantó sus ojos, enfocándose en la beta otra vez—. Pero me niego a pensar que realmente sea lo único por lo que debas estar agradecida.

—Lo creas o no, sí lo es —aclaró la castaña, sin despegar la vista de su cuadro—. Podría decirse que eres mi motivo para vivir. Verte feliz es todo lo que mi alma anhela.

Armin se quedó en silencio, aún sonriendo. El lazo que los unía era de manada, maternidad para ser preciosos. El omega siempre se preguntó si a la beta le hubiera gustado tener hijos, más sin embargo, se abstenía a hacerlo puesto que sabía toda la cruda verdad detrás de las sirvientas.

—¿Por qué la cara larga? —preguntó Hange, dejando todos sus pinceles remojando. Analizaba la pintura, en busca de detalles por corregir—. Creí que te animaría la visita semanal del doctor Jäeger —lo miró de reojo, sonriéndole—. Además, Levi y Mikasa salieron del reino y regresarán hasta dentro de dos días, eres libre hasta entonces.

Seamos malos juntos || Yumihisu y EreminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora