- ̗̀➽◦̥̥̥21; Remolino de emociones.

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• Advertencias: descripciones de violencia.

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Las grisáceas nubes y la gélida brisa salada le erizaban la piel a El Búho. Tantos años de navegación no habían sido en vano; había aprendido a diferenciar una catastrófica tormenta a unas intimidantes pero inofensivas nubes. Lamentablemente, no corrían con la suficiente suerte como para que su caso fuese la segunda opción.

—¿Está todo en orden? —preguntó Mina con preocupación, observando como el viejo alfa fruncía el semblante expresando la misma emoción—. ¿Qué lo aflige tanto?

—El cielo está de luto —respondió Yelena, captando la atención de todos los presentes. Hasta ese punto, ella había permanecido en silencio—. Carga con una gran pérdida —señaló con su dedo índice las oscuras nubes—. Los viejos solían decir que cuando se tiñe así, es porque la desgracia ha caído sobre algún reino. Supersticiones de ancianos anticuados —regresó su mano hacia su rodilla.

Las facciones de Historia se tensaron. Tenía un inexplicable sabor amargo entre labios, pero no podía averiguar de qué se trataba. Confundida, agachó la cabeza intentando distraerse de sus dolorosos pensamientos. Fue entonces cuando sintió el lazo maternal desvanecerse, y sollozó internamente porque comprendía lo que aquello significaba: pérdida.

—Aunque los encontremos, nos será imposible regresar —comentó Krueger, desazonado. Miró a su acompañante con un ligero toque de tristeza—. La probabilidad de llegar ilesos es nula. Tendremos que idear una solución. 

—No entiendo lo que está sucediendo —declaró Carolina, colocando sus impacientes manos sobre su regazo.

Historia se mantenía indiferente ante la situación. A ella no le importaba lo que sucediera con ellos, a decir verdad. Lo único que quería era encontrarse con aquella pecosa mujer, ese era todo su objetivo.

—No tienes que hacerlo —contestó la alfa, aún con su mirada clavada en el cielo.

—Parece que la Diosa Ymir nos ha abandonado una vez —comentó sarcásticamente Búho, aunque su voz se oía innegablemente abrumada—. La suerte no está de nuestro lado, no tardará mucho para que comience a llover y aún nos encontramos demasiado lejos de la costa. 

—Será un golpe de suerte que regresemos vivos —añadió Yelena, aumentando la tensión entre las omegas, quienes claramente temían por su vida.

—Les doy mi palabra, señoritas —habló el viejo alfa con determinación—. Llegarán sanas y a salvo.

—No deberías comprometerte con palabras dichas al viento —contrarrestó la alfa rubia—. No quiero que lleves ese pesar en tu consciencia.

Y una vez que las palabras de Yelena fueron dichas, la lluvia se desató, no sin antes haber anunciado con estruendosos sonidos su llegada.

Las numerosas gotas caían fuertemente, golpeaban el agua sin clemencia y, como era de esperarse, no tardó mucho para que las cosas en el mar comenzaran a ponerse violentas.

Las olas empezaron a juntarse, hacerse más grandes y trayendo consigo un verdadero caos; el humilde bote en el que viajaban no soportaría mucho más. El agua entraba y salía de éste, y por puro milagro, no se habían volcado o hundido.

—¿Saben nadar? —preguntó el pescador, a lo que ambas omegas negaron con la cabeza—. Muy bien, sujétense de mí o de Yelena —gritó, aunque con los sonidos del océano apenas y se escuchaba su voz.

Ambas omegas hicieron lo pedido sin cuestionarlo. Historia se refugió con la alfa mujer, mientras que la azabache fue en busca de Búho. 

No tardó mucho para que el bote fuera volcado y los cuatro presentes cayeran al agua. Inmediatamente flotaron, con las omegas en sus espaldas. Se acercaron lo más que pudieron para comunicarse entre sí.

Seamos malos juntos || Yumihisu y EreminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora