- ̗̀➽◦̥̥̥26; Avivando la chispa de una pútrida carne

559 61 6
                                    

Los pájaros cantaban alegremente mientras surcaban los cielos con sus coloridos plumajes. Se paseaban libremente por toda el área como un niño jugueteando con sus semejantes.

Mentiría si dijese que no sintió envidia ante la despreocupación y felicidad de los animales. Deseaba ser como ellos; sin ataduras que le impidieran volar hasta lo más alto, alejándose para poder emprender su viaje hacia un mejor sitio. Desafortunadamente, la vida le negó aquel privilegio desde el instante en el que cayó en manos de la familia real.

Ella, a diferencia de la mayoría de criadas y sirvientas, no provenía de familias con raíces enteramente indígenas. Ella fue producto del mestizaje; una descendiente directa de la cruza entre una nativa y un eldiano, por lo que, desde antes de llegar al castillo, ya dominaba el idioma oficial y el dialecto transmitido por las enseñanzas de su madre. Además, había aprendido algunas cosas que le serían de gran ayuda para sobrevivir al intemperie; al igual que Sasha, sus sentidos se hallaban más alerta y al acecho, además de un agudo despertar de su lado animal, pese a ser una beta. 

Ella amaba la naturaleza y los fenómenos que la misma provocaba. Lo más cercano que tenía a la libertad de explorarla y recorrer los vastos senderos cubiertos por la húmeda tierra, era cuando la enviaban a lavar a la orilla del único río cercano. Era entonces cuando podía merodear sin limitaciones; la espesa vegetación y la abundante fauna silvestre le hacían una clara invitación a ser observadas y estudiadas minuciosamente por aquella curiosa mujer. Normalmente iba sola, puesto que a muy pocas criadas les gustaba aventurarse en dicho trayecto en cuanto el sol comenzara a ocultarse. El viaje era una impredecible peripecia; en cuanto el frío manto de la noche acunara los vestigios de la tarde, las criaturas nocturnas brotarían de sus escondites, surgiendo ante el llamado de su deber por cumplir con la cadena trófica. Los riesgos que conllevaba caminar tranquilamente por el roñoso terreno eran equivalentes a caminar despreocupadamente sobre la orilla de un barranco, con ojos vendados y oídos sordos. Un completo suicido, en el mejor de los escenarios.

Hange, sin embargo, conocía de sobra el momento exacto en el que debería retirarse, así como el protocolo que debía efectuar en caso de ser lastimada por algún invertebrado o reptil. Jamás, durante sus años investigando esa zona, notó la presencia de un mamífero carnívoro, por lo cual, la posibilidad de ser monitoreada por algún felino no estaba incluida en su lista de precauciones. 

Bajó la canasta con delicadeza y empezó a sacar las polvosas sábanas y ropa sucia de ésta. Tarareaba una canción en su dialecto natal; la misma que su madre solía cantarle con dulzura cuando ella era apenas una niña. Hacerlo le otorgaba fugaces memorias de la felicidad que alguna vez tuvo, completamente distante a su actual porvenir. Ella, al igual que las demás criadas y sirvientas, compartían un pasado similar; sobrellevaban dolorosas cicatrices atiborradas de odio hacia las autoridades de la isla. Sus lazos familiares se desvanecieron tras las brutales y grotescas masacres de los nativos, todo con tal de satisfacer la hambrienta codicia que unos desalmados y poderosos alfas poseían. Unas cuantas, las más jóvenes, fueron reclutadas y seleccionadas personalmente por el rey de ese entonces. Se les perdonó la vida a cambio de su libertad; desde ese día, estaban condenadas a servirle fielmente a la familia real y su destino permanecería sellado junto al de ellos. Frustración, pesadumbre y soledad eran sentimientos claves para describir la colisión de emociones por la cual las jóvenes atravesaban. Muchas optaron por acompañar a sus familiares para antes del mediodía, otras pocas, siendo controladas por la inmunda sed de venganza, accedieron a la propuesta del rey. Fueron vigiladas la mayor parte del tiempo, y cuando no, no eran descuidadas durante más de media hora. Aún así, se las ingeniaban para hablar en su dialecto y poder así ponerse de acuerdo para su primitivo plan carente de lógica, el cual nunca fue efectuado.

Traer de vuelta a la vida aquellas memorias era absolutamente sádico, como si ella misma se burlara de lo que alguna vez consideró brillante. No todas las brasas quemaban dentro de aquel reducido vínculo infernal, algunas oreaban con gracia los vestigios de jubilosas anécdotas. Fueron forzadas a crecer apresuradamente y a tomar responsabilidades ajenas a su edad y persona, pero el hecho de haber atravesado tales adversidades acompañada la amparó durante los días más tortuosos: los severos regaños por parte de Anka regulaban su conducta, la constante consternación de Nifa le hacía poner los pies en la tierra en cuanto se mecía despreocupadamente junto a sus descabelladas ideas, la cálida amabilidad de Petra le recordaba que aún había esperanza en ese mundo podrido, las porciones de comida que Lynne robaba de vez en cuando para posteriormente repartirlas con sus compañeras en cuanto anocheciera le brindaban las mejores charlas nocturnas, y aunque la represión ejecutada por Rheinberger estaba asegurada, ella no se negaba en acceder a su agradable reunión. Reían, conversaban y danzaban al ritmo de un deshilachado latido que amenazaba con desgarrarse en cualquier momento.

Seamos malos juntos || Yumihisu y EreminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora