- ̗̀➽◦̥̥̥22; El fiel lobo a tu merced.

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• Advertencias: descripciones de violencia.

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Cada vez que pasaba sus dedos por aquellas amarillentas y porosas páginas, releyendo el mismo texto una y otra vez, sentía que podía escuchar al océano hablarle, clamándole que fuese a su encuentro. 

Pasión era una palabra muy corta para describir la profunda admiración que sentía hacia las grandes cantidades de agua salada que envolvían la tierra. Su fascinación hacia la vida marina también era enorme. No había cosa que deseara más que poder salir libremente del castillo y poder explotar el mundo por su cuenta, junto a algún ser amado, quizá.

No era fantasioso, al menos no del todo. De igual manera, la idea de tener a alguien era tentadora. A su edad, no estaba interesado en ese tipo de relaciones, pero aún así no podía evitar pensar en ello de vez en cuando, sobre todo cuando las criadas se la pasaban lloriqueando sobre lo mucho que les gustaría hallar a su hilo rojo.

—¿Crees en los predestinados? —preguntó el niño de orbes zafiros a la pequeña de nariz aguileña. Esbozaba una sonrisa sincera mientras un leve sonrojo cubría su infantil rostro.

La cercanía entre ambos era estremecedora. Sobre todo para la rubia, quien tenía profundos sentimientos amorosos hacia su amigo y cualquier leve tacto la hacía increíblemente feliz. Eran infantes, ingenuos, pequeños.

Annie Leonhart. Ese era el nombre de la persona que amó de una manera romántica durante su infancia, y era la misma niña que se encontraba sentada a un lado de él en ese instante.

—¿Predestinados? —repitió ella lentamente, parpadeando seguidamente un par de veces—. ¿Te refieres al mito de las almas gemelas?

—No es un mito —corrigió el rubio al instante—, es sólo que pocos corren con la suerte de hallar el suyo. Es por eso que casi nadie cree en ello.

La omega tomó unos segundos para analizar las palabras de su compañero. Ladeó la cabeza, tratando de entender a lo que él quería llegar con esa conversación.

—No lo sé —contestó al fin—. Honestamente, no tengo ningún interés en ser poseída por un alfa. No soy un objeto —explicó Annie, cruzándose de brazos al mismo tiempo en el que cerraba los ojos por unos instantes. Era verdad; a diferencia de la mayoría de los omegas de su edad, ella no soñaba con casarse con algún elegante alfa. Todo lo que quería era ser reconocida por sus propios méritos, hecho que era bastante complicado dada su condición; haber nacido perteneciente a la raza con menor estatus social y agregarle un género considerado «inferior» no era una combinación agradable, mucho menos sencilla de sobrellevar. Pero eso nunca fue un impedimento para ella, todo lo contrario, esto sólo la motivaba a continuar con su deseo.

—Es cierto —concordó el varón, desviando su mirada hacia el suelo—. Olvídalo, estoy fantaseando de más —rió levemente con tal de restarle importancia. Regresó sus ocelos hacia la contraria.

Annie abrió los ojos con asombro, y tras unos breves minutos de silencio, se dignó en hablar:

—Eres más idealista de lo que pensaba —admitió, sonriendo levemente—. Un predestinado es... Algo irreal. Todos somos diferentes y en algún momento nuestras personalidades podrían chocar. Es prácticamente imposible que conectemos enteramente con alguien. Un alma gemela suena como una ilusión —hizo una pausa—. A decir verdad, no me agradan los alfas. Son crueles por naturaleza, y el sólo pensar en que algún día tendré que recibir una marca que me encadene a uno... Sólo me genera impotencia y dolor.

Seamos malos juntos || Yumihisu y EreminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora