- ̗̀➽◦̥̥̥24; Suelta la luna de la madrugada, persigue al sol de la mañana.

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El suave tacto del rey se había congelado, convirtiéndolo en algo insípido e incluso fúnebre. Declarar que la muerte acechaba como un felino a su presa era una realidad irrefutable.

Sus visitas jamás disminuyeron, ni siquiera cuanto estaba ahogándose en un mar de responsabilidades. Siempre hallaba la manera de escaparse de ellas con tal de pasar tiempo a solas con el ser que amaba más que a nadie en su vida; Uri. 

—Armin e Historia lo son todo para mí —dijo con calma, espaciando las palabras—. Jamás te perdonaré si les arrebatas la libertad que tanto me costó ganar —amenazó, endureciendo su semblante. Nunca fue una persona temible; en realidad, era todo lo contrario. Aún así, aquella advertencia le había sido suficiente para erizarle la piel al alfa.

No hubo respuesta por parte de él, sólo un sepulcral silencio. Agachó la cabeza con pena, cual perro regañado.

—¿Crees que no lo sé? Los estoy observando, Kenny. Son mis lazos, mi manada. Lo presiento —confrontó el rey, manteniendo esa severa pero dulce voz—. Kenny... Nuestra lucha fue por las futuras generaciones, ¿recuerdas? Romper la dinastía que nos esclavizaba a forjar lazos con nuestros parientes. Obtuvimos la autonomía de elegir sobre nuestra vida. Me otorgaste libertad y me diste dos hijos. Tú...

—Tengo mis razones —se defendió, carente de ansías por continuar escuchando—. Son mis hijos también, Uri —le llamó con dureza, como no había hecho en años—. Te lo explicaré todo mañana mismo, sólo dame tiempo. 

—Kenny...—sus ojos se humedecieron al pronunciar su nombre. Alzó su mano, acariciando con gentileza el rostro de su alfa—. Siempre has sido así. Cargando con todo el peso de incorrectas acciones, lastimándote con tal de no herir a los que aprecias. Eso era antes, pero ahora somos tú y yo, Kenny. Estamos unidos para lidiar juntos con nuestros pesares, ¿por qué continúas acaparando todo el dolor?

Ese era el precio que tenía que pagar con tal de estar a su lado. En el pasado había cometido crímenes atroces, había fundado una inmensa red delincuente en todo Paradis con tal de sobrevivir. Claramente estaba lejos de ser merecedor de alguien con el corazón tan puro como Uri, pero aún así, el rubio lo había elegido a él por encima del tumulto de personas que se inclinaban desinteresadamente ante él. Y dicha decisión era todo lo que necesitaba para corresponder sus sentimientos.

El rey siempre fue todo lo contrario a lo que él era. Había sido él, con su su cariño y alegría, quien le había dado un giro distinto a su vida. La mano que guiaba a sus oídos sordos y ojos ciegos lejos del acantilado.

Sentía su respiración cada vez más agitada, y su vista simplemente no lograba enfocarse. Había golpeado los troncos de fornidos árboles hasta romperse los nudillos, había llorado hasta que no le quedaron más lágrimas, había gritado hasta sentir sus cuerdas vocales desgarrase. No podía creerlo, más bien, no quería creerlo. La persona que más amaba se había ido para siempre y sin saber la verdad.

Se sintió como un completo imbécil por no haber hecho bien las cosas desde un inicio. Quizás comentándole la situación, hubieran conseguido una mejor solución y nada de esto hubiera pasado. No habría tenido que forzar a sus preciados niños a algo que ni él mismo quería.

El dolor en su pecho era descomunal. Lo tentaba a abrirse el pecho y arrancarse el corazón, pero no cedió. Sólo quedó suspendido en el viento como lo que era; un pensamiento más.

Nunca le gustó la idea de vivir por alguien más. En realidad, todo lo que hacía era por beneficio propio, actuaba de manera egoísta y narcicista. O bueno, eso solía hacer antes de formar verdaderos lazos. Aún así, sucesos del pretérito lo acompañaban durante las frías noches desoladas.

Seamos malos juntos || Yumihisu y EreminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora