- ̗̀➽◦̥̥̥10; Fuera de las garras de la bestia.

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Un poco de tranquilidad. Era lo único que su alma anhelaba en esos momentos.

La zozobra lo perseguía. El miedo y la culpabilidad lo devoraban vivo, junto con sus destructivos y crueles pensamientos.

No había nada que pudiera hacer, y eso lo hacía sentir aún peor; como un completo inútil, una basura inservible.

Todos los planes que ideaba eran como lanzar una moneda al aire. No tenía certeza del resultado, y con tan pocas probabilidades del éxito aquello podría terminar aún más catastrófico. 

Creyó que yéndose a la biblioteca a leer conseguiría refrescar su mente, más sin embargo, luego de releer tres veces los mismos libros que pensó que le servirían, no llegó más que a la misma conclusión, el mismo desenlace y las mismas posibilidades.

—¿Estás bien, cariño? —preguntó Hange con un tono de madre preocupada, mientras dejaba una taza de té en la mesa en la que el rubio se encontraba leyendo y se sentaba a un lado de él.

El rubio volteó su cabeza lentamente, dirigiéndose a ella. La lluvia de sus ojos aún no cesaba, y se descontroló aún más cuando la beta colocó la cabeza del omega en su hombro, mientras pasaba su mano izquierda por su espalda, en vagos intentos por reconfortarlo.

Ninguno de los dos habló, no hacía falta. El aroma de Armin denotaba un abatimiento extremo, pero Hange no tenía sus sentidos agudos como los de un alfa como para detectarlo. 

Permanecieron así durante varios minutos, hasta que finalmente el omega cedió. Había llorado tanto que quizás ya se le habían acabado las lágrimas.

—Nada de esto está bien...—susurró, aún sin mirarla.

La beta era mayor que él por aproximadamente diez años. Lo había conocido desde que era un bebé de meses, lo había cuidado y querido desde entonces; jamás lo había visto en ese estado, tan devastado, herido, triste. 

Armin solía ser alguien sereno y racional; que actuaba conforme su lógica y no se dejaba golpear por una horda de emociones sin sentido. Algo terriblemente malo le debía haber ocurrido como para que mostrara tanta vulnerabilidad.

—¿Puedo... Puedo saber qué sucede? —preguntó la castaña, separándose un poco para mirarlo a los ojos—. Quizás podría ayudarte —sonrió débilmente, en un tonto intento por hacerlo sentir mejor.

El omega se quedó en silencio por unos segundos. Desvió la mirada, sintiéndose como un inepto por anteriormente haber desconfiado de Hange.

—Si no quieres hacerlo está bien. Sólo quiero que sepas que aquí estoy para todo lo que necesites, y que lo que te pase a ti, también me duele a mí —dijo la beta, acariciando con su mano la mejilla del rubio—. Nunca te había visto así de mal, sé que algo está pasando. Sólo...—bajó la mirada, tomando la mano del omega y apretándola con fuerza entre las suyas—. Recuerda que siempre habrá una solución para todo.

Y aquello terminó de quebrarlo. Se encimó en la castaña, abrazándola con todas sus fuerzas mientras de sus azulados ojos no paraban de caer las lágrimas.

Estuvieron así durante varios minutos. A Hange no pareció importarle, pues en ningún momento opuso resistencia o trató de zafarse de su agarre, de hecho, era todo lo contrario; acariciaba los rubios cabellos del menor a fin de lograr consolarlo.

Una vez que el rubio consiguió hablar con claridad, sin tartamudear, balbucear o romperse en llanto, le explicó minuciosamente toda la situación, incluyendo los detalles ocurridos con Levi.

—¡Pero que hijo de puta! —exclamó la castaña, llena de impotencia y coraje—. ¿Cómo se atreve ese bastardo? ¿Y cree que saldrá ileso? ¡De ninguna manera! —gritó, acomodándose los lentes. Se había dado la libertad de ser escandalosa, después de todo, nadie los oiría. La biblioteca fue construida de tal manera en la que los ruidos del exterior no pudieran filtrarse al interior y viceversa—. Te ayudaré a desgarrar cada pedazo de la pútrida piel de ese saco de mierda. Pagará todos los daños causados, lo humillaremos e incluso quebraremos su estúpido orgullo —aseguró tomando al rubio de los hombros para después abrazarlo—. Confía en mí, cariño. Dos mentes trabajan mejor que una —susurró, alejándose de él para luego dedicarle una sonrisa sincera.

Seamos malos juntos || Yumihisu y EreminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora