- ̗̀➽◦̥̥̥09; Destellos de lo que solíamos ser.

1.1K 132 42
                                    

Dio varias vueltas en la cama, enredándose en las ásperas sábanas que cubrían su casi desnudo cuerpo. Buscaba con ansias el calor del cuerpo de su amado, sin embargo, hacía meses que se habían distanciado por la enfermedad del rubio, y como consecuencia, decidieron dormir en habitaciones diferentes por el bienestar de ambos.

Las cicatrices que había obtenido gracias a sus crímenes del pasado continuaban intactas, tatuadas en su pecho y espalda, escondiendo increíbles hazañas detrás de ellas. Algunas parecían haber sido profundas, otras apenas un ligero roce; a decir verdad, todas habían tenido la misma intensidad, pues de lo contrario se hubieran borrado con el pasar de las semanas.

La habitación se había tornado particularmente fría desde la ausencia de su querido omega. Y en realidad, ese cuarto no era lo único que tenía un aire funesto; su vida en general se sentía así también.

Dirigió su mirada a una de las paredes en específico; la que tenía colgada una pintura hecha por Hange en donde ambos salían retratados. Había sido un regalo por parte de la beta por el día de su boda. Kenny lucía firme, atemorizante como era de costumbre, pero había algo diferente en él: su semblante se encontraba relajado, su mirada denotaba júbilo, su sonrisa era sincera. Un gozo inmenso desbordaba su expresión facial, mientras que Uri se mostraba tan sereno y gustoso como siempre. Recordar ese maravilloso día le ocasionaba una extraña mixtura de emociones; entre nostalgia, aflicción y alegría.

No le quedaba mucho tiempo. Lo sabía. Trataba de engañarse a sí mismo con que el doctor Jäeger sería una especie de Dios y lograría salvar a su querido esposo del crítico estado en el que lamentablemente se encontraba. Verdaderamente quería creerlo.

Sentía una honda presión en su pecho cuando pensaba en que Uri no se recuperaría. Vivía constantemente con el temor de que un día simplemente no despertara. Le aterraba el tan sólo imaginar que un día Grisha le diera las peores noticias de su vida.

Porque para él, Uri lo era todo. Relucía, claro y brillante, de una manera angelical casi sobrehumana. Rebosaba los límites de perfección, opacaba con su luz interior a cualquiera. Porque él era único; tenía esa chispa que lo hacía sobresalir, que llamaba la atención de cualquiera. Ese encanto sobrenatural que hipnotizaba y viciaba, esa frescura que solamente el lindo omega poseía.

Se vistió recordando aquellos momentos en donde su amor se encontraba en su apogeo; las citas románticas y los momentos cursis los inundaban, así como los deseos carnales y las rijosas situaciones que se saciaban únicamente cuando las pieles de ambos se unían, reforzando su lazo, entendiéndose mediante sus necesidades biológicas. Pero no eran simples noches de sexo; iban mucho más allá. Se unificaban, volviéndose uno, en cuerpo y alma.

Salió de la habitación un tanto desanimado sabiendo que esos tiempos jamás volverían y que no habría oportunidad de crear unos mejores. A veces, cuando amanecía demasiado melancólico como para seguir mintiéndose, afrontaba el aciago y despiadado destino.

Entró en el cuarto donde reposaba su amado. Abrió la puerta con sumo cuidado y sigilosamente se escabulló hasta llegar al interior. Una vez estando ahí lo admiró como si fuera la primera vez que lo hacía. Sus finos rasgos descansaban, pacíficamente. 

Cerró los ojos por un instante, queriendo esquivar lo inevitable. Las lágrimas salieron, y al poco tiempo se convirtieron en sollozos.

—¿Qué sucede? —preguntó el omega apenas en un susurro, provocando que Kenny abriera los ojos para toparse con los preocupados ocelos del contrario.

—No es nada, mi amor —respondió frenando su llanto. Acto seguido arrastró una silla para sentarse a un lado del omega—. Es sólo —se tomó unos cuantos segundos para meditar si decirlo o no—... Que cada día te siento más lejano —finalmente optó por hacerlo.

Seamos malos juntos || Yumihisu y EreminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora