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Hay cosas que no le cuento a Desmond

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Hay cosas que no le cuento a Desmond. No es algo que lo perjudique, o a nuestra familia; pero guardarle secretos es difícil. Sobretodo porque, la mayoría del tiempo, involucra mi estado mental. Es ridículo que, teniendo un psicólogo de marido, mi mente continúe en declive.

La ansiedad parece empeorar, conforme pasan los días. Y muchas veces me invade la baja autoestima. Continúo buscando las causas.

—¿Ya te vas? —me pregunta Emmanuel, a mis espaldas, acercándose, mientras camino por los pasillos con dirección a la salida. Me detengo al oírlo.

—Sí —volteo a verlo—. Tengo que llegar a casa temprano; hoy es mi aniversario con Des...

—Quédate un poco más —me interrumpe.

No respondo, ya que noto que una profesora se acerca. Ella nos saluda, y pasa de largo; después me acerco a él, para hablarle en voz baja:

—No empieces, por favor —frunzo el ceño—. Es molesto tener que pasar por esto casi todos los días. Debo volver con mi esposo. Adiós —me doy la vuelta, pero su agarre obliga a detenerme. Por fortuna, no hay nadie cerca—. Suéltame, Emmanuel —le pido. Él no me responde; en cambio, me pega contra la pared, acorralándome.

—No quiero que te vayas —acaricia mi mejilla—. Me llena de rabia saber que eres suyo y no mío —frunce el ceño.

—¡He dicho que me sueltes! —me lo aparto de encima con brusquedad, rojo hasta las orejas—. ¡Entiende que entre nosotros jamás va a haber nada! —digo, con firmeza. Él chasquea la lengua, molesto.

—Si te descuida, no dudaré en actuar.
Dicho eso, me da la espalda, y se retira a su oficina.

Permanezco de pie unos segundos. Mis manos se han vuelto frias, y mi corazón se acelera. Siento unas irremediables ganas de llorar, así que corro a encerrarme al baño.

Desde que Emmanuel McAllister tomó el cargo de director de esta escuela, hace dos años, ha estado tras de mí desde entonces, aun sabiendo que estoy con Desmond. Me hace insinuaciones cuando nadie anda cerca, y siempre intenta pasarse de listo. Podría acusarlo por acoso o algo así, pero soy un cobarde. No quiero meterlo en problemas. Meterme en problemas. Armar un escándalo o convertirme en su enemigo. Además de que me amenazó con echar antes a Desmond si hablo.

—¿A quién crees que van a creerle? ¿Al prestigiado director de una de las mejores secundarias del Estado, con un posgrado en pedagogía, o al simple profesor de matemáticas homosexual? —me dijo él, una mañana de hace dos años en su oficina, cuando le había pedido que, por favor, me dejase en paz. Desde entonces, no ha parado.

La desdichada vida de Desmond GrimmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora