3

2.4K 258 48
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Robin y yo nos arreglamos para nuestra cena de aniversario. Termino de atar mis cordones, mientras él trata de ponerse la corbata frente al espejo. Lo observo batallar con ella, contenido la risa.

—¡Agh! —se queja, frunciendo el ceño y dándose por vencido—. Desmond... —voltea a verme.

Atiendo al llamado, con una sonrisa, y me levanto de la cama, para, a continuación, realizar el nudo.

—Ya está —arreglo el cuello, y le robo un beso en los labios—. Te ves divino.

—También tú —sonríe.

Le devuelvo la sonrisa.

—Hora de dejar a nuestro pequeño en casa de su tío. Después la noche será nuestra —froto mis manos.

—Eso suena muy bien.

Bajamos a la estancia, donde Rex nos espera, de brazos cruzados y con el ceño tan fruncido, que le llega a los pies. Tomo las llaves del vehículo, y salimos de casa.

Conduzco al hogar de mi primo. A diferencia de mí, él se crió aquí en América, dado que mi tío decidió mudarse con mi tía neoyorquina, al casarse. Nuestros padres eran gemelos; por ende, bastante unidos, así que nos visitaban con frecuencia. Steven y yo fuimos muy unidos también. Y, al parecernos tanto, la gente pensaba que éramos gemelos, aunque los acentos y personalidades nos delataban.

Una vez llegamos, estaciono el auto en frente.

—Vamos, Rex —le digo, al bajar, y él lo hace a regañadientes. Sostengo su hombro, y caminamos juntos hasta la entrada, donde toco el timbre de la puerta.

—Papá... no quiero quedarme... —se queja, mientras aguardamos a que nos abran.

—Shh, ya discutimos esto, Rex. Por favor, compórtate.

Él gruñe, y se cruza de brazos. Steven nos abre finalmente. Viste una camiseta negra; pantalones vaqueros de color azul marino; y converse. Salvo la vestimenta y el porte, es como verme en un espejo. Mismos ojos azules, estatura y facciones. Aunque él tiene la dicha de no poseer una sola cana.

—¡Buenas noches, Steve! —lo saludo, sonriente. Él me mira con indiferencia, y se recarga en el marco de la puerta.

—Hola, Desmond... —dice, al fin; después mira a mi hijo.

—Saluda, Rex —le doy un pequeño golpe en el hombro.

—Buenas noches, tío...

—Hola, Rex. Adelante —le cede el paso. Rex se despide de mí, para luego entrar.

—Gracias por cuidarlo —le digo.

—No hay de qué. Es un placer para mí —dice, con un tono que no comprendo bien. Creo que es sarcasmo—. Por cierto, feliz aniversario.

La desdichada vida de Desmond GrimmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora